Bienvenides de vuelta al Blog! Mientras iniciamos
-todavía en pandemia pero más cerca de una nueva (a)normalidad- un nuevo año
escolar/académico en el que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo
y seguir (re)pensándonos como docentes y (re)pensando nuestra tarea docente;
nos invitamos a releer, cada Martes, una de las entradas publicadas el año pasado,
en las que docentes y referentes del campo educativo reflexionaron (y nos
ayudaron a reflexionar) sobre lo que (nos) aconteció durante el rarísimo 2020.
Para les que no las leyeron, éstas podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión
y el análisis y para les que sí, es probable que las (re)pensemos desde otro
lugar (luego de haber vivido el 2021) y nos inviten a, (nuevamente) pero de
otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas docentes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 16 de
Noviembre de 2021:
“Profe, ¿cuándo volvemos al aula?”
Esta pregunta me la hicieron estudiantes, padres y familiares, mientras estaba en el programa de Acompañamiento a las trayectorias y revinculación escolar (ATR). Esta consulta siempre suscitó en mí una mirada de incertidumbre y preocupación dado que no tenía una respuesta (y sigo sin tenerla) pero sí me quedaba claro algo: ese interrogante no era simple curiosidad; no era solo un deseo; también era una expresión de necesidad (y lo sigue siendo). La validación del aula (y a esto sumo a la escuela y la labor docente) es quizás, el aprendizaje más significativo que (nos) dejó la pandemia: ver (sentir) al salón como un espacio en el que se encuentra, se alberga, se da lugar, se hospeda, se acoge, se cuida, se (re)conoce, se acompaña, se relaciona y se da la bienvenida al otro/otra/otre. El aula es el marco habitual que da entrada al mundo que nos rodea (o al menos el más propicio). Es un espacio por habitar y un espacio por habitar con otros/otras/otres. Una morada de lo íntimo y lo inmenso, nada más y nada menos. Un espacio que da lugar a la contingencia. “La contingencia no es la posibilidad de que algo suceda, sino la imposibilidad de calcular cuándo irrumpirá un elemento, nuevo o inadvertido, que desencadenará una configuración inédita” afirma Ritvo. El aula es un espacio donde se hace presente lo incalculable. Un refugio, un rincón para resguardarnos de lo que pasa a nuestro alrededor. La presencia o presencialidad no es igual o no iguala a la virtualidad, ya que es una transmisión mediada, equis distante. No descubro nada al decir eso, pero, también es necesario decir que, gracias a la virtualidad, no perdimos todo o más de lo que ya se perdió. La virtualidad fue una forma de seguir haciendo presencia, y permanecer. ¿Se puede “volver” a lo que fue? ¿Se puede “retornar”, es decir, volver al lugar o a la situación en la que se estuvo? ¿Es posible pensar más en un “regresar”, en el sentido de devolver o restituir algo a su poseedor? ¿Devolver(le) el aula a les estudiantes y docentes? Y, cuando por fin nos veamos, cuando se dé ese encuentro, ¿sabremos qué esperar? ¿encontraremos eso que pensamos encontrar? Hay cosas que no pueden decirse porque se nos escapan, y hay preguntas que nos acompañaran un buen rato.
Muchas prácticas se vieron afectadas por la situación excepcional de pandemia, por eso existe una gran preocupación por revisar, rever y examinar todos los ámbitos que conciernen a lo educativo. La necesidad de evaluar o acreditar en la virtualidad fue uno de las más grandes preocupaciones que mantuvo ocupado a les docentes, familias y sobre todo estudiantes. El agotamiento que generan las pantallas posibilitó la apertura a otros tipos de evaluación que no fueran las tradicionales. Se generó un espacio para poder pensar otros tipos de herramientas a la hora de evaluar. La pandemia nos da una oportunidad para relacionar la evaluación con la enseñanza y el aprendizaje. Rebeca Anijovich hablaba en su momento de una “evaluación alternativa”: “se debe atender a las experiencias, procedimientos y trayectos que hay que recorrer durante el aprendizaje ya sea en la toma de conciencia, en la corrección o en el perfeccionamiento del aprendizaje” (Anijovich, 2004). Recoger información cuantitativa de la participación, recoger evidencias del aprendizaje, la autoevaluación, la retroalimentación y la comunicación con las familias son los pilares fundamentales para poder propiciar una nueva forma de evaluar. Además, todo lo audiovisual, toma relevancia, ya que es una lengua que muches estudiantes manejan y que les docentes deben adquirir. Las nuevas aplicaciones y plataformas educativas fueron parte del equipo docente (y lo seguirán siendo). Y las tecnologías se han transformado para propiciar la participación de los usuarios. Participación que lleva al cambio y a la posibilidad de poder dejar una marca significativa. Debemos educar para la participación y el rol activo en las tecnologías, pero, además, en la sociedad. En este punto el rol del docente es fundamental ya que debe acompañar al estudiante y ser parte de su recorrido. En definitiva, lo que buscamos son evidencias del camino recorrido. Evidencias de esa marca o “huella”, que no siempre se puede evaluar, pero se puede (se debe) buscar. Algo de nosotros queda en la vida del otro lejos del presente de eso, y si los docentes somos un puente que busca comunicar, el presente con el futuro y sobre todo con el pasado, debemos entonces hacer caminos, experiencias y aprendizajes que conmuevan, motiven, animen, conmocionen y descoloquen. Siempre estamos en la búsqueda de ecos de lo que vivimos. Resonancia de experiencias nuestras muy difíciles de decir. Evidencias como dice Fito Páez, de que “algo de vos, llego hasta a mí”, y viceversa.
Ahora bien, con lo dicho anteriormente, habrá quienes, luego de la situación excepcional de pandemia, quieran recuperar la presencialidad a toda costa, exigiendo el máximo de clases posibles, con más horas, inclusive teniendo clases los fines de semana y más presencia de la escuela en todos los sentidos. Habrá otros, que pedirán no abandonar toda la virtualidad, que mantendrán una cuestión hibrida o bimodal para que la adaptación a las aulas sea despacio y amena. Y hay quienes no están dispuestos a volver, todavía al aula, porque el virus sigue estando, ronda entre nosotros o porque simplemente han encontrado una forma de habitar a través de las pantallas. ¿Cuál es el método o la forma más indicada? No lo sé. ¿Para qué reservaría la presencialidad y la virtualidad? Tampoco lo sé. Habiendo vivido un hecho que afectó al mundo entero, que marcó y marcará para siempre nuestras vidas y que nos hizo sentir nuestra fragilidad plena, me es difícil (imposible) vislumbrar cómo va a seguir todo. La pandemia robó al mundo algo de sus bellezas (que debemos recuperar) por eso siento que las cosas decantarán u ocuparán su lugar de algún modo. Aunque, sí, encuentro algo que debemos reivindicar y eso es la “alternancia”. “Y si mañana es como ayer otra vez, lo que fue hermoso será horrible después” decía el sublime Charly García pensando que, si hay algo que se repite día a día, aunque ese algo sea bueno, tarde o temprano terminará siendo horrible, “Nada es más difícil de soportar [para el ser humano] que una sucesión de días hermosos" decía Freud citando a Goëthe. Antes de esta pandemia, ¿quién iba a pensar que gran parte de todas las escuelas de este país tendrían clases virtualmente? Sí, siempre existió la virtualidad, pero como soporte, como sostén de la presencialidad, no en un primer plano. Hoy podemos pensar en una cuestión bimodal sin que eso signifique la renuncia a cierta presencia o al revés, podemos pensar la presencia sin dejar lo virtual. Este último componente, a raíz de lo que vivimos, logró independizarse, dejó de ser soporte para convertirse en pilar. Sabemos que no todo se puede enseñar “on line”, algunas cosas requieren de la presencia. Hay que identificarlas y hacerlas cuando volvamos a vernos. Quizás, además de preguntarnos por el método que debemos articular para el mañana, también, necesitamos pensar e imaginar, a la luz de la experiencia: ¿qué tipo de escena (aula o escuela) pretendemos? Una vez más, como planteaba Sartre, el problema es qué haremos con lo que han hecho de nosotros. “Lo que hace a un país vivible, cualquiera que sea, es la posibilidad que le da al pensamiento de abandonarlo” escribe Jean-Christophe Bailly. Si no hay alternancia, la felicidad tampoco se puede acoger. La pandemia nos mostró la caducidad de muchas cosas que creíamos permanentes. Expuso las desigualdades de manera despiadada. El mundo ha girado hasta convertirse en ancho y ajeno, de nuevo. Y nosotros giramos con él. La escuela deberá girar. “…nunca hay conocimiento independiente de la situación de cada ser humano en su mundo (…) no hay texto sin contexto” sostiene Melich, en “Transformaciones”. La escuela cambiará. Pero eso no quiere decir que debamos cambiarlo todo. No se perdió todo. La escuela debe seguir hablando en plural. Debe seguir practicando la “amorosidad”. Debe seguir propiciando el encuentro con el otro/otra/otre. Debe seguir practicando el cuidado, el resguardo y el cariño. Debe revisar(se), (re)pensar(se) y transformar(se). Debe recuperar la mirada y ponerla en aquellos que no tuvieron y no tienen un entorno favorable (y es a los que la pandemia más castigó). Debe recuperar su tiempo y su espacio. Y el mundo volverá a ella. Un día, todos nos fuimos a dormir sin saber que cuando abriéramos los ojos, no volveríamos al mismo mundo de ayer. A partir de ahí, todo se oscureció un poco. La escuela salió al sostén de las familias, estuvo cuando tenía que estar y sostuvo lo que tenía que sostener. Eso quiere decir, que ahora, en un momento donde las cosas comienzan a tomar tinte, la escuela seguirá estando. Como dije, no sé cómo continuarán las cosas, pero continuarán. Irán tomando color y lugar. Como decía el siempre tan extraordinario y amado Cerati: “…puede que no haya certezas. Vamos despacio, para encontrarnos”; y nos volveremos a encontrar.
* Fabián Chazarreta (@Faby_aleph) es estudiante de Letras en el Instituto Superior de Formación Docente y Técnica Nº83 (Quilmes). Es orgulloso ex graduado de la casa de “Slytherin” en Hogwarts. Profesor, primero; de lengua y literatura, después. Da clases en ESB Nº54 (Burzaco) y da clases particulares. También hace teatro en el espacio “Mascaras” en Solano (Quilmes). Lector de pocos libros, muchas veces. Voluntario en el equipo de Apoyo Escolar y Acompañamiento Educativo de la UBA (actividad que “me cambió la vida. ¡Gracias!”). Un optimista encubierto en las filas de los pesimistas. Un héroe: su Papá (arquitecto en su camino literario y como profesor). Ejemplos: sus abuelos. Quizás se mude a Salta para transformarse la vida con un proyecto como el voluntariado. Peronista: por herencia y elección. ¡Fiel convencido de que la patria es el Otre!