martes, 6 de diciembre de 2022

Un lugar mejor. Por Dr. Sergio Morado *

 
Dedicado a mis queridos Highlanders
de la comisión 3B de Química Biológica
del segundo cuatrimestre 2022.
 
La cuestión sobre lo que debe hacerse en las aulas universitarias sigue en permanente cuestionamiento. Históricamente, la universidad estuvo asociada no sólo al estudio sino también a la generación e incluso al cuidado del conocimiento y su exposición en las aulas. Sin embargo, ya desde hace algunas décadas, la enseñanza o puesta en práctica de diversas competencias ha ido ganando terreno. Si bien al comienzo esas innovaciones tuvieron un significado valioso por la mayor consideración que parecía tenerse sobre la presencia de los estudiantes, lentamente las competencias pasaron a ser apenas un entrenamiento para lo que el mundo laboral requiere de los diversos profesionales. Tal es así, que hay quienes consideran, tanto docentes y estudiantes, que la universidad no debe ser más que una etapa de preparación para el trabajo.
 
Recientemente me vi nuevamente enfrentado a la pregunta sobre qué debo hacer como docente en un aula. La idea del entrenamiento de habilidades, que en algún momento consideré como algo interesante, hace tiempo comenzó a resultarme contrastante con lo que considero que debería ser el estudio. Sin embargo, la propuesta de estimular a los estudiantes a estudiar en todo el sentido de la palabra, con la cual venía insistiendo últimamente, parecía no ser aceptada. La respuesta, como siempre debería ser, surgió en cuanto empecé a compartir el tiempo con un nuevo grupo de estudiantes.
 
Con bastante incertidumbre me presenté en la primera clase, con una propuesta nueva para presentarnos y empezar a discutir sobre los verbos que definen al estudio y sobre lo que íbamos a hacer cada vez que nos viéramos en el aula. Así nos fuimos conociendo y nos comprometimos unos con otros a darnos y exigirnos recíprocamente lo mejor y a acompañarnos mutuamente durante unos meses. Cada clase la dedicación mutua fue creciendo y la planificación inicial fue cambiando ligeramente para darles diferentes instancias de protagonismo a las y los estudiantes. No sólo las metodologías y los tiempos de cada uno fueron experimentando variaciones, sino que además el compromiso fue transformándose en complicidad, identificación y cariño.


En el transcurso de las semanas me fui dando cuenta que lo que se estaba construyendo cada vez que nos juntábamos en el aula no era una preparación para el mundo sino un lugar distinto, un lugar mejor que el mundo exterior. Construimos entre docentes y estudiantes un espacio y un tiempo en el cual la validez de las afirmaciones o hipótesis no tenía relación con quién las dijera sino con la argumentación. Los libros empezaron a ser más respetados, discutidos y queridos. Algunas voces habitualmente silenciadas por diversos motivos fuera del aula, dentro de ella cobraron valor y empezaron a escucharse a menudo. Los pequeños grupos habituales fueron diluyéndose y el grupo se transformó en un todo. En definitiva, se creó un lugar en el cual todos teníamos ganas de estar y lamentamos perderlo al finalizar el curso, pese a la firme convicción de mantener el vínculo personal y, por qué no, el espíritu del aula, fuera de ella.
 
Hoy la pregunta sobre lo que debo hacer como docente en el aula está resuelta en su cuestión fundamental, basta con construir un lugar más equitativo, más justo, más respetuoso de los libros y las personas, un lugar donde todos queramos estar. En definitiva, se trata de, independientemente de las metodologías, proponer construir entre todos un lugar mejor.
 
* El Dr. Sergio Morado (@SergioMorado1) es Jefe de Trabajos Prácticos en la cátedra de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Asistente de CONICET. Es, a su vez, un ferviente apasionado de la música, de la literatura y de la ciencia como forma de entender y explicar el mundo.

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