Dedicado a mis queridos Highlanders
de la comisión 3B de Química Biológica
del segundo cuatrimestre 2022.
La cuestión sobre lo que debe hacerse en las aulas universitarias sigue en permanente
cuestionamiento. Históricamente, la
universidad estuvo asociada no sólo al estudio sino también a la generación e
incluso al cuidado del conocimiento y su exposición en las aulas. Sin
embargo, ya desde hace algunas décadas, la enseñanza o puesta en práctica de
diversas competencias ha ido ganando terreno. Si bien al comienzo esas
innovaciones tuvieron un significado valioso por la mayor consideración que parecía tenerse sobre la presencia de los
estudiantes, lentamente las
competencias pasaron a ser apenas un entrenamiento para lo que el mundo laboral
requiere de los diversos profesionales. Tal es así, que hay quienes
consideran, tanto docentes y estudiantes, que la universidad no debe ser más
que una etapa de preparación para el trabajo.
Recientemente me vi nuevamente enfrentado a la
pregunta sobre qué debo hacer como docente en un aula. La idea del
entrenamiento de habilidades, que en algún momento consideré como algo interesante,
hace tiempo comenzó a resultarme contrastante con lo que considero que debería
ser el estudio. Sin embargo, la
propuesta de estimular a los estudiantes a estudiar en todo el sentido de la
palabra, con la cual venía insistiendo últimamente, parecía no ser aceptada.
La respuesta, como siempre debería ser, surgió en cuanto empecé a compartir el
tiempo con un nuevo grupo de estudiantes.
Con bastante incertidumbre me presenté en la
primera clase, con una propuesta nueva para presentarnos y empezar a discutir
sobre los verbos que definen al estudio y sobre lo que íbamos a hacer cada vez
que nos viéramos en el aula. Así nos fuimos conociendo y nos comprometimos unos con otros a darnos y exigirnos recíprocamente lo
mejor y a acompañarnos mutuamente durante unos meses. Cada clase la
dedicación mutua fue creciendo y la planificación inicial fue cambiando
ligeramente para darles diferentes instancias de protagonismo a las y los
estudiantes. No sólo las metodologías y los tiempos de cada uno fueron
experimentando variaciones, sino que además el compromiso fue transformándose en complicidad, identificación y
cariño.
En el transcurso de las semanas me fui dando cuenta
que lo que se estaba construyendo cada vez que nos juntábamos en el aula no era una
preparación para el mundo sino un lugar distinto, un lugar mejor que el mundo
exterior. Construimos entre docentes y estudiantes un espacio y un tiempo
en el cual la validez de las
afirmaciones o hipótesis no tenía relación con quién las dijera sino con la
argumentación. Los libros empezaron a ser más respetados, discutidos y
queridos. Algunas voces habitualmente silenciadas por diversos motivos fuera
del aula, dentro de ella cobraron valor y empezaron a escucharse a menudo. Los
pequeños grupos habituales fueron diluyéndose y el grupo se transformó en un
todo. En definitiva, se creó un lugar en
el cual todos teníamos ganas de estar y lamentamos perderlo al finalizar el
curso, pese a la firme convicción de mantener el vínculo personal y, por qué
no, el espíritu del aula, fuera de ella.
Hoy la pregunta sobre lo que debo hacer como
docente en el aula está resuelta en su cuestión fundamental, basta con construir un lugar más equitativo, más
justo, más respetuoso de los libros y las personas, un lugar donde todos
queramos estar. En definitiva, se trata de, independientemente de las
metodologías, proponer construir entre
todos un lugar mejor.
* El Dr. Sergio
Morado (@SergioMorado1) es Jefe de Trabajos Prácticos en la cátedra de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Asistente de CONICET. Es, a su vez, un ferviente apasionado de la música, de la literatura y de la ciencia como forma de entender y explicar el mundo.
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