martes, 24 de noviembre de 2020

Leer “levantando la cabeza” una frase que, a veces, puede influir en el rumbo de una vida es producir sentidos, en un juego de experiencias que se construyen desde la amistad, como una relación política en el aula que es invisible a los ojos. “Los 5 libros para tu (trans)formación” de Fabián Chazarreta.


En este 2020, el Blog #AsíFuimosAprendiendo mantiene esta “sección” en la que referentes del campo educativo, docentes y estudiantes nos invitan a leer 5 libros que les (trans)formaron, les conmovieron, les ayudaron a repensar sus prácticas o que, por algún motivo, creen que estaría bueno que otres docentes (y otres estudiantes) preocupades por “la Educación” y los aprendizajes, los leamos.
En esta entrada es un placer publicar “los 5 libros para tu (trans)formación” de Fabián Chazarreta *.



Confío que la lectura, la pasión por ella, se transmite por vía de acto y no discurso, eso que Jorge Larrosa llama “eso que me pasa”, en este caso, cuando leo. La lectura es una puesta en práctica, praxis dinámica que nos permite siempre dialogar con “otros”, (re)descubrir(nos), (trans)formarnos, adquirir esas palabras necesarias para poder decir lo que otros ya dijeron o no: (re)significar. Coincidir con aquello que no sabíamos que coincidíamos desde siempre, o no. Adquirir nuevas o viejas preguntas para nuevos o viejos problemas. Es la imaginación jugando con su juguete dentro de nosotros, por lo tanto leer es algo que nos interpela y que padecemos, al mismo tiempo. Los siguientes libros para mí operan de la misma manera: funcionan y funcionaron como elementos para (re)pensar mi práctica como docente, como alumno; para ampliar los marcos del pensamiento pero también como una (trans)formación, un ejercicio singular, particular, inaudito de la puesta en práctica de la lectura y de lo que me pasa con ella cada vez que agarro un libro.

“El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry (1943).
Un sábado a la tarde mi papá me sentó frente a él y dijo: “Te tengo un regalo. Este libro lo leí de grande y me encantó. Es maravilloso. Quiero que lo leas y me des tu opinión.” Por cuestiones de la memoria caprichosa, no recuerdo la edad. Solo eso (aunque tengo miedo de que todo haya sido un sueño). En ese momento ya leía pero solo enciclopedias y revistas. Por primera vez, mi papá me daba algo para leer, no para practicar, sino para que le pudiera brindar una mirada particular. No me veía como un hijo que tiene que ejercitar su lectura, sino como un lector. Por supuesto lo leí. No sé si lo leerán ustedes, pero siempre recomiendo que recomienden este libro, a todos/as los/as que comienzan la aventura de tremenda praxis. Fue un viaje de ida. La amistad, la soledad, la nostalgia, la imaginación, el juego, la inocencia, la niñez, el viaje y el amor; esta novela lo tiene todo. Sobre todo eso último: amor. El amor es un gran educador y la niñez es un gran aprendiz. La relación que tiene el principito con la Rosa, me llevó muchas veces a pensar qué es la amistad. Y hoy me pregunto si esa amistad, no puede relacionarse con la labor docente. La amistad como una relación política en el aula. El extraño mundo de las lágrimas, los sombreros, los corderos, los aviones, todo es una fusión maravillosa para descubrir un nuevo mundo. Recuerdo con mucho cariño aquel día que un chico decidió arriesgarse, decidió soltar un pedazo de su alma, y le obsequio un libro a su hijo con la confianza de que podría ver (leer) con el corazón, ya que lo esencial es invisible a los ojos.

“Discutir sentidos. La lectura literaria en la escuela”, de Carolina Cuesta (2008).
A mí solo me llegó un fragmento. Lo trabajamos mucho en el profesorado. Después lo fui a buscar ya que trabajaba uno de los aspectos fundamentales para un profesor de prácticas del lenguaje pero, más que nada, abordaba una mirada sobre la lectura que particularmente me llamó poderosamente la atención: ¿cómo se enseña literatura en la escuela? Yo particularmente huyo de los libros que suelen vender quizás recetas fáciles, pero este libro no intenta eso. Al contrario. Logra problematizar mucho sobre la literatura y, sobre todo, con la lectura en clase. Uno por lo general escucha hasta el cansancio esta máxima (o sentencia): los alumnos y alumnas, no leen. Bueno este texto, al igual que otros, refuerza la idea de que eso no es cierto. Los chicos y las chicas leen pero de otro modo, se vinculan con la lectura de otro modo. Lo que hace Cuesta es cambiar las preguntas sobre las que estamos muchas veces (erróneamente) parados acerca de la lectura en clase. La literatura habla de lo que habla toda la sociedad, pero en otro registro. Y nuestros chicos y chicas participan de esa sociedad o de esas “prácticas culturales”. Y cuando los textos se acercan al aula, ellos logran hacer relaciones de significado, dinámicas y bastante heterogéneas que a su vez logran complejizar el modo que tenemos de enseñar y de evaluar. ¿Cómo evaluamos la literatura? ¿Solo si responde el cuestionario bien? ¿Si sabe separar entre autor, genero, narrador y personajes? El texto transita por esas dudas, que no se si resuelve pero al menos permite pensarlas y repensarlas.
 
“El susurro del lenguaje, más allá de la palabra y de la escritura”, de Roland Barthes (1984).
“¿Nunca os ha sucedido, leyendo un libro, que os habéis ido parando continuamente a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no os ha pasado nunca eso de leer levantando la cabeza?” (pág.:36; 1994) En el segundo año del profesorado me dieron a leer un fragmento: “La muerte del autor”. La sensación fue (sigue siendo) indescriptible. Barthes, es un estructuralista, filósofo, escritor y semiólogo que se dedicó a estudiar, analizar y comprender el lenguaje en todas sus esferas, porque si la lengua no lo es todo, de cualquier manera, está en todo. Como pensador, se destaca por establecer a la escritura y la lectura como el centro de la cuestión, y desplaza al escritor. Creo que de algún modo es una de esas lecturas que te sacan un velo invisible, esas que te ayudan a dar cuenta de aquello que estaba detrás de los telones y a la vez te pone en cierta incomodidad. Son conferencias, pequeñas reflexiones, ensayos, sobre todo lo que rodea al escritor, la escritura pero fundamentalmente la lectura. Esto es clave y fundamental ya que para el autor leer es generar, producir un texto nuevo. Eso habla de la singularidad de cada uno de nosotros. Y de cómo el sentido de una obra no está dado por la intención del autor sino por su lectura. Es una producción de sentidos, que no está predeterminada. Leer es producir sentidos. Es lo que hacemos en este preciso momento. Por eso fue un texto tanto revelador. Y recomiendo una lectura fragmentada, empezar por cualquier texto y dejar que los lleve.

“Lecturas: del espacio intimo al espacio público”, de Michèle Petit (2001).
Si se quiere hablar de literatura en las aulas, si se quiere saber cómo acompañar la lectura en el aula, si se quiere pensar los distintos sentidos que una lectura adquiere o si se quiere discutir a la literatura, como un privilegio de clases o pensarla como un derecho de todos y todas; entonces, es fundamental leer todo de Michéle Petit. Antropóloga destacada que piensa y estudia la relación de la lectura y sobre todo la literatura en todos los sujetos. “En todo libro, afirma la autora, hay una frase que puede a veces influir en el rumbo de una vida”. Poderosamente transformadora es la literatura. Y si pensamos que se encuentra siempre al alcance de la mano estamos equivocados. Por supuesto que la escuela parece tener potestad de la literatura, pero leer no es algo espontaneo para los alumnos y alumnas. Las lecturas prohibidas, el desarrollo de la subjetividad, la creatividad, la imaginación, la posibilidad de elaborar  un “espacio propio”, “intimo”, “privado” cuando se lee; la posibilidad de identificarse con el otro, con el mundo, para desarrollar “insights”, todo se discute, se desarrolla y se problematiza. “El texto viene a liberar algo que el lector llevaba en él, de manera silenciosa. Y a veces encuentra allí la energía, la fuerza para salir de un contexto en el que estaba bloqueado, para diferenciarse, para transportarse a otro lugar”, afirma Petit.  La literatura, es un arte, y como tal, también repara. Leer nos ayuda a sintonizar mejor lo que nos pasa, y en ocasiones nos ayuda a reparar(nos). Toda su obra me parece de profundo interés y fundamental para cualquier persona que se dedique a la docencia.

“Entre pedagogía y literatura”, de Jorge Larrosa y Carlos Skliar (2005).
Recientemente tuve la posibilidad de leerlo y me pareció (con)movedor, (trans)formador y muy inspirador. Estos dos claramente sienten de un modo singular, tienen una pulsación particular por la educación, y logran introducir ese pálpito, toda esa emoción, en este libro. Es una conversación entre diferentes autores y autoras que reflexionan sobre la importancia, también, de la literatura y la pedagogía. Estas logran encontrarse, no para dar lineamientos sino para (re)descubrirse, para leerse a uno mismo, para sentirnos y para sentir a los otros. De alguna manera hay que mover a la literatura de ese lugar que ocupa en las academias, en las grandes editoriales. La literatura sigue siendo una cuota pendiente, una experiencia singular y una promesa en la educación. Ciertamente es un libro emocionante para personas apasionadas por la educación, pero también es una búsqueda o juego con las experiencias. Una forma más de encontrarse. Y aunque recomiendo este libro particular, creo que toda la obra en general de estos autores se debe leer.

* Fabián Chazarreta (@Faby_aleph) fue uno de los amigos y soldado de los “infernales” de Güemes. Ayudó en el cruce de los andes y participó de la guerra gaucha.  Hace cuatro vidas dejó de serlo. En una de sus vidas paralelas sabe que existe un jugador que la pasa mal, que sabe que ese no es su lugar pero entiende por qué tomó esa decisión el día que se apartó de mí. Está jugando en Europa. Actualmente Fabián es estudiante de Letras en el Instituto Superior de Formación Docente y Técnica Nº83 (Quilmes). Es orgulloso ex graduado de la casa de “Slytherin” en Hogwarts. Profesor, primero; de lengua y literatura, después. Da clases en ESB Nº55 (Claypole). Filosofo barato, Sartreano con pequeñas fiebres de Nietzsche. Lector de pocos libros, muchas veces. Voluntario en el equipo de Apoyo Escolar y Acompañamiento Educativo de la UBA (actividad que “me cambió la vida. Gracias!”). Humilde especialista en literatura fantástica. Un optimista trabajando de encubierto en las filas de los pesimistas. Un héroe: su Papá (arquitecto en su camino literario y como profesor). Ejemplos: sus abuelos. Futuro licenciado en literatura fantástica hispanoamericana, Ciencias de la educación, escritor y profesor de filosofía. Quizás se mude a Salta para transformarse la vida con un proyecto como el voluntariado.


NdR: Esta entrada fue escrita (y editada) antes de la pandemia de covid-19, su publicación fue postergada por la situación sanitaria y, por eso, no hace referencias a la misma. Tal vez hoy sería escrita de otra forma y diría otras cosas.

martes, 10 de noviembre de 2020

Italo Calvino y un infierno que está encantador!



En el año 2018 me pasó que varios de los libros que leía o había leído repetían en algún momento una frase muy famosa (entre les que disfrutamos la lectura de libros o textos de filosofía de la Educación) y, evidentemente, muy citada (entre les que disfrutan la escritura de libros o textos de filosofía de la Educación) en la que Hannah Arendt nos interpela a partir de una cierta idea sobre “la Educación”, una cierta idea sobre “los niños”, una cierta idea sobre “la Vida” y una cierta idea sobre “el mundo”. En su momento sentí, ante la recurrente "aparición" de la frase en mis lecturas, la necesidad de compartirla con otres y escribí una entrada ("Hannah Arendt, el mundo, la Vida, los niños y la Educación") en este Blog como una manera de compartir la frase. Dos años después me pasó algo parecido con otra frase y acá estoy, de nuevo, con la necesidad de compartirla. Entre fines de 2019 y lo que va de este 2020 tuve la suerte de poder de leer una decena de libros sobre Educación, sobre aprendizajes o sobre cuestiones relacionadas con la tarea docente.

Es bastante común entre les que disfrutamos la lectura de textos sobre una temática específica que, mientras leemos dos o tres libros, nos encontremos con que en capítulos diferentes, autores diferentes, hablando de temas diferentes, hacen referencia a una misma cuestión, nos “llevan” a un mismo lugar o nos hacen pensar en una misma idea, pero lo que me ocurrió (nuevamente, como en 2018) fue (aún) más extraño o particular.

Varios de los libros que tuve la suerte de leer entre fines de 2019 y lo que va de este año citaban en algún lugar una misma frase de Italo Calvino. Algunos la utilizaban debajo del título de algún capítulo antes de comenzarlo, otros la elegían para abrir una serie de ideas, otros la incluían como fundamento de alguna argumentación y otros la citaban para (intentar) cerrar un posicionamiento.

Se trata, al igual que la frase de Hannah Arendt, de una frase muy famosa (entre les que disfrutamos la lectura de libros o textos sobre Educación pero también entre quienes disfrutan la lectura de clásicos de la literatura universal) y, evidentemente, muy citada (entre les que disfrutan la escritura de libros o textos sobre Educación pero también entre quienes disfrutan la escritura de clásicos de la literatura universal) en la que Italo Calvino nos interpela a partir de una cierta idea sobre “el infierno”, una cierta idea sobre “la atención”, una cierta idea sobre “el aprendizaje”, una cierta idea sobre cómo “evitar el sufrimiento” y, si me permiten (aunque no lo haga de manera explícita), una cierta idea sobre “la Educación”.


Empiezo por aclarar que la frase forma parte de un libro increíble que Constanza Miscione recomendó en este Blog en sus #5Libros ("El acto pedagógico como ese acto misterioso que, considerando a les estudiantes sujetos de pleno derecho y constructores de su propia experiencia de aprendizaje, busca crear, inventar y salirse del libreto. “Los 5 libros para tu (trans)formación” de Constanza Miscione"), que se llama "Las Ciudades Invisibles" y con el que muches tenemos una relación (casi) mágica. En lo personal, y sólo por citar dos ejemplos (entre varios), hace algunos años Mariana Ferrarelli (quien varias veces colaboró con este Blog) me invitó a participar del proyecto transmedia en educación "Ciudades Visibles", en el que participé escribiendo un texto sobre la ciudad de Raisa ("Raísa y 'la Educación': de Ciudades, Filosofías y Otredades") y, en el curso de Química Biológica del primer cuatrimestre del 2019 (que se encuentra en las redes con el hashtag #QB2B2019) el libro y sus ciudades nos acompañaron a lo largo de toda la cursada con lecturas y reflexiones que, clase a clase, hacían les estudiantes y les docentes.

Pero volvamos a la frase, es una frase que por su simpleza y su potencia siempre conmueve, emociona, moviliza y que, incluso para les que ya la leímos muchas veces, cada nueva lectura nos invita a relerla (una vez más), a repensarla, a repensarnos a nosotres mismes y a repensar nuestra propia práctica docente. No es una frase "sobre" la Educación, ni sobre los aprendizajes ni sobre la tarea docente pero le cabe perfectamente a ese intento, que desde este Blog propiciamos tanto, de reflexionar sobre la Educación, sobre los aprendizajes y sobre la tarea docente.

Como estoy bastante seguro de que la mayoría de les lectores de #AsíFuimosAprendiendo no están (todavía) entre les que disfrutamos la lectura de libros o textos de filosofía de la Educación (aunque sí pueden ser lecteres de clásicos de la literatura universal), ni son (todavía) de les que disfrutan la escritura de libros o textos de filosofía de la Educación (o clásicos de la literatura universal), me pareció (otra vez) una buena idea, después de leerla y releerla tantas veces en estos meses, compartir con ustedes esta frase con la que Italo Calvino cierra su maravilloso libro “Las Ciudades Invisbles” (1972) y que dice así:

"El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio."

Nada. Eso. Nada más. Ni nada menos. Italo Calvino. Una cierta idea sobre “el infierno”, una cierta idea sobre “la atención”, una cierta idea sobre “el aprendizaje” y una cierta idea sobre cómo “evitar el sufrimiento”. Y, si me permiten, una cierta idea sobre “la Educación”.


NdR: Esta entrada fue escrita (y editada) antes de la pandemia de covid-19, su publicación fue postergada por la situación sanitaria y, por eso, no hace referencias a la misma. Tal vez hoy sería escrita de otra forma y diría otras cosas.