En el libro, “Elogio
del estudio”, Fernando Bárcena, Maximiliano Valerio López y Jorge Larrosa compilan una serie de
interesantes textos (escritos por les mencionades y por Carlos Skliar y Ian
Masschelein, entre otres), que se proponen (y nos proponen) reflexionar sobre la idea del “estudio”,
sobre una cierta idea del “estudio” y sobre lo que esa idea del “estudio”
implica en relación a la práctica
docente y a lo que acontece (o a lo que debería acontecer, o a lo que –ya-
no acontece) en la Escuela y en la Universidad, en tanto “casas de
estudio”.
El libro todo (recomendamos su lectura completa) es una invitación a la reflexión sobre el estudio (sobre el carácter estudioso y sobre la práctica del estudio) y una reivindicación (o, mejor dicho, un elogio) del estudio.
Pero en este caso la invitación es a leer un párrafo del libro, un párrafo que nos interpela (o debería interpelarnos) como estudiantes y/o como docentes universitaries.
Se trata de un párrafo que al mismo tiempo que elogia al estudio (y a la capacidad de éste de permitir una cierta conversación entre generaciones), cuestiona la infantilización que conllevan ciertas prácticas que, cada vez más, inundan las Universidades y que, sumadas a otras prácticas “de moda”, hacen cada vez más difícil (sino imposible) el estudio en la Universidad.
En el capítulo “Meditación sobre la vida estudiosa”, en el que Fernando Bárcena ofrece una completa
(profunda y, si se nos permite, “estudiosa”) meditación sobre el “estudio”,
considerado (cómo él mismo lo dice) “como
una forma de vida”, “como algo que se
hace y como un lugar donde se hace ese algo”, el autor escribe:
“El estudio nos permite que la conversación entre generaciones prosiga a lo largo del tiempo. Pero hoy nuestras universidades están siendo vampirizadas por un proceso de infantilización que, como un virus letal, afecta tanto a jóvenes como a adultos, a estudiantes y a profesores, un virus que impide dicha conversación.”
Tenemos que luchar
contra esa vampirización de nuestras Universidades. Tenemos que defender esa conversación entre
generaciones que tiene (o debería tener) lugar en nuestras Universidades.
Tenemos que recuperar a nuestras
Universidades como “casas de estudio”. Tenemos que impedir que las “modas”
(y su lenguaje) y el mercado (y su lenguaje) transformen nuestras Universidades
en lugares donde se haga (casi)
cualquier cosa menos estudiar. Como dice Bárcena, en este mismo libro, “recluirse
para estudiar es un verdadero gesto de resistencia en una época en la que
escritura y el pensamiento están siendo sometidos a un proceso de estandarización
que vuelve dichas actividades algo completamente superfluo”.
Como docentes y como estudiantes, tenemos que defender nuestro lugar de estudio. Tenemos que resistir… estudiando! Porque, de lo contrario, ya no habrá lugar para el estudio, ya no proseguirá esa conversación entre generaciones, y entonces, ya no habrá Universidad.
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