Bienvenid@s de vuelta al
Blog!
Mientras iniciamos un nuevo año
escolar/académico en el que esperamos seguir
reflexionando, seguir discutiendo
y seguir (trans)formándonos como
docentes (cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más
significativos en nuestr@s estudiantes (cada vez) más autónomos; nos invitamos a releer, cada día, una
de las entradas publicadas los años anteriores,
como forma de volver a “ponernos” en tema. Para l@s que no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para los que
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 19 de Junio de 2012:
A participar, a participar!!!
(Parte I)
A
participar, a participar, que la “clase” es nuestra, tuya y de aquel, de Pedro,
María, de Juan y José, eheheh eheheh…
Me pregunto cuántos habrán tarareado esta primera
“parafrase” o cuántos habrán “escuchado” (mientras la leían) las voces
imaginarias de Victor Jara o Daniel Viglietti. Si no fue así, no
importa pero a mí me lleva a los lugares más lindos de mi infancia…
En esta entrada pretendo, humildemente, empezar a
pensar un tema sobre el que pienso volver en futuros textos ya que lo considero
central: la participación (en la
clase, en las actividades, en la responsabilidad por los aprendizajes, en la
toma de decisiones) de nuestr@s
estudiantes.
Es común escuchar docentes preocupados, enojados o
angustiados porque sus estudiantes “no participan”. No voy a volver, en esta
ocasión (pero sí en la próxima), a la idea de preguntarnos ¿qué hacemos l@s docentes para fomentar esa participación? o ¿qué lugar le damos a l@s estudiantes en
la estructura de la clase? sino que voy a suponer lo que me gustaría que
pase y much@s decimos que hacemos: pensar
una clase con una activa participación de nuestr@s estudiantes (que no es
poco) y actuar en consecuencia (que
ya es un montón).
Ahora bien, es cierto que (a veces) aún así la participación de nuestr@s
estudiantes no es la que esperamos y es saludable que nos preguntemos por
las razones que hacen que esto sea así. Por supuesto que hay muchas respuestas
posibles y que la motivación surge
rápidamente como una dimensión que no podemos dejar de lado y de la que, estoy
convencido, somos absolutamente
responsables pero en este caso quiero centrarme en un aspecto que -a
priori- nos excede y nos condiciona, aunque no por eso (necesariamente) nos
determina: la historia y la trayectoria
educativa de nuestr@s estudiantes.
Nuestr@s estudiantes tienen (al menos) 10 ó 15
años dentro de este sistema educativo, son expertos en él, se han adaptado (a
diferencia de l@s much@s excluid@s que el sistema –deliberadamente- olvidó en
el camino) de una manera asombrosa a hacer “lo que se espera de ell@s”. Y, de
repente o no tanto, llegamos un par de docentes que les proponemos que hagan
todo lo contrario con la promesa de que es lo mejor para ell@s y para sus
aprendizajes. Yo, en su lugar, también desconfiaría y, aún si (la convicción de
la propuesta hiciera que) lo creyera, me costaría mucho “cambiar el chip”. Me
imagino esas tristes escenas de los canales tipo “Animal Planet”, cuando están
a punto de liberar a un animal salvaje que vivió casi toda su vida en
cautiverio, le abren la jaula y el animal se muere de ganas de salir pero le
cuesta mucho. Y claro, a mí también me costaría. Cuánto más cómoda y más fácil parecía la vida en cautiverio. Cuánto más cómodo y fácil es escuchar,
copiar, estudiar y repetir.
Me pregunto (y se me ocurren algunas primeras respuestas
o aproximaciones): ¿cómo “romper” con
décadas de actividades y estrategias centradas en el docente? ¿cómo sacar a
nuestr@s estudiantes de un letargo que fue “efectivo y exitoso”? ¿cómo
demostrarles rápidamente la intencionalidad y la efectividad de la propuesta?
¿Cómo empezar la “liberación”, la “emancipación”, el camino hacia un
aprendizaje autónomo, reflexivo y significativo?
Esta entrada... Continuará...
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