En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 31 de Octubre de 2017:
Las secciones anteriores de esta trilogía (Primera Parte y Segunda Parte) estuvieron basadas principalmente en analizar críticamente lo que ocurre en gran parte de las aulas del sistema educativo del estilo más tradicional. Esta última parte intenta reflexionar sobre uno de los puntos de convergencia de las dos formas contrastantes de pensar y entender la docencia. Si bien difieren en los objetivos y en la mayoría de los recursos didácticos y pedagógicos que emplean, los docentes más tradicionalistas y los innovadores coinciden en la importancia de la planificación de sus clases.
Es común observar en los docentes más conservadores, al menos en aquellos que encaran su rol con objetivos concretos, clases que consisten en un camino claramente demarcado y prácticamente inflexible. A lo largo de ese camino ellos guían y los estudiantes “siguen” sin alejarse, aparentemente, del recorrido propuesto. El espacio concedido a la libertad de reflexión sobre lo que se estudia en esa ruta es habitualmente limitado o reducido a un momento particular. En ese contexto, la planificación de la clase consiste en un tiempo prudencial ocupado por la voz del docente acompañada con los recursos didácticos elaborados por él mismo y un mínimo tiempo en el cual el estudiante puede resolver algunos problemas intentado aproximarse lo más posible a lo escuchado previamente, sin salirse en ningún momento del camino. Los problemas, a su vez, suelen estar planteados para que las conclusiones y reflexiones de los estudiantes no sean otras que las expresadas por el docente durante su desarrollo previo del tema del día.
Los docentes más innovadores, por otro lado, procuran darle a sus estudiantes más libertad para que elaboren sus propios recursos didácticos, para que un mayor tiempo de la clase puedan discutir y reflexionar individualmente o en grupo y para que procuren integrar contenidos y luego exponerlos ellos mismos, escuchándose por ende un poco más su voz y menos la del docente. De cualquier forma, la clase no deja de tener una planificación y una estructura apenas más flexible que la del estilo tradicional. En algunos casos, incluso, el docente incurre en la práctica de desarrollar en el pizarrón lo que se hará durante la clase paso por paso con tiempos delimitados con precisión. El camino, entonces, si bien permite mayor posibilidad de discusión, no deja de ser propuesto y demarcado por el docente.
De esta forma, con diferentes objetivos e intenciones, en ambos modelos el protagonista y líder es el docente. Es quien propone, quien marca el camino, quien guía y cede más o menos tiempo a los estudiantes para pensar o elaborar. Ninguno de los dos estilos plantea que sea el estudiante quien realmente decida qué camino seguir, escasamente le brinda la posibilidad de conocer la existencia de más de un camino y de escoger entre ellos. La planificación representa entonces una ficción en la cual lo que ocurre en el ámbito del aula es seguro, concreto y limitado en el tiempo. Esa ficción no permite que los estudiantes desarrollen las herramientas para enfrentar un mundo exterior cambiante e incierto en el cual gran parte de las decisiones que tomen y el o los caminos que construyan, así como los resultados que obtengan, serán su responsabilidad.
La propuesta de este artículo, y de la trilogía en su totalidad, es intentar como docentes que la mayor parte de las decisiones sobre lo que sucede en el aula estén a cargo de los estudiantes. Sin duda es una tarea difícil ya que no estamos habituados a eso ni hemos tenido la preparación para llevarlo a cabo. La manera de aproximarnos a esa idea es dejar de elaborar planificaciones y estructuras tan rígidas y arriesgarnos a ir al aula dispuestos a que los estudiantes decidan qué y cómo se discutirá. Tenemos que dejar de lado la idea que la clase tiene contenidos y tiempos imprescindibles. Debemos animarnos a perder el control y enfrentar el temor a la incertidumbre. De esa forma el aula será más parecida al mundo real que a ese espacio ficticio en el cual todos, docentes y estudiantes, nos sentimos seguros.
* Sergio Morado (@SergioMorado1) es docente/investigador en la cátedra de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires. Es un ferviente apasionado de la música y la literatura, y un gran admirador del Emperador Napoleón.
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