En esta primera parte de
este nuevo año
escolar/académico en el que esperamos seguir
reflexionando, seguir discutiendo
y seguir (trans)formándonos como
docentes (cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más
significativos en nuestr@s estudiantes (cada vez) más autónomos; nos invitamos a releer, cada día, una
de las entradas publicadas los años anteriores,
como forma de volver a “ponernos” en tema. Para l@s que no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para los que
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 3 de Diciembre de 2013:
Este texto es un grito.
Es un grito desesperado, un grito desde el dolor, desde la angustia, desde la bronca.
Pero para empezarlo de una manera más superficial (ya habrá tiempo -y espacio- para intentar dotarlo de profundidad y de sentido)arranquemos con un viejo y conocido chiste:
Un médico español recibe a un paciente de unos 75 años que le trae los resultados de sus últimos estudios. El médico le dice que los resultados están más que bien y empieza con las preguntas de rigor, que el paciente va contestando una a una.
- ¿Duerme bien? ¿Cuántas horas?
- Lo normal.
- Bueno, pero ¿qué es “lo normal”?
- Y, unas 6, 7, 8 horas diarias.
- Está muy bien. Y ¿hace ejercicios?
- Lo normal.
- Bueno, pero ¿qué es “lo normal”?
- Y, salgo a caminar una hora unas 2 o 3 veces por semana.
- Está muy bien. Y ¿se le cansa la vista? ¿cuánto lee?
- Lo normal.
- Bueno, pero ¿qué es “lo normal”?
- Y, media hora todas las noches y casi un libro por fin de semana sin ningún problema en la visión.
- Está muy bien. Y ¿mantiene relaciones sexuales?
- Lo normal.
- Bueno, pero ¿qué es “lo normal”?
- Y, unas 2 o 3 veces por año.
- Bueno, la verdad es que por su edad no está tan mal pero para un hombre como usted, con estos resultados en sus estudios, con su vitalidad y con todo lo que me dijo, 2 o 3 veces por año no parece ser “lo normal”. “Lo normal” sería hacerlo bastante más que eso.
- Sí para usted que es médico en Madrid pero no para mí que soy Obispo en Cataluña.
Como dijimos al principio, este texto viene a gritar: “No, a la normalidad!!!”
Viene a relativizar la idea de normalidad, que sería deseable extirpar de nuestro vocabulario.
Como dice Zygmunt Bauman:
“Normalidad”es un sustantivo ideológicamente procesado para designar a la mayoría. El“procesado ideológico” se refiere a una superposición del “debería ser” sobre el “es”. Cuando se superpone una diferencia de calidad sobre una diferencia de cantidad, y esto se aplica a las relaciones humanas, las diferencias del número se reciclan y convierten en un fenómeno (que, a la vez, se presume y se practica) de “desigualdad social”.
Este texto viene a proponer(nos) pensar una Educación que, definitivamente, rompa con esa idea de normalidad.
Ocurre que en Educación nos hemos metido, tal vez sin querer (y tal vez con las mejores intenciones originales) en un problema “de lenguaje”. Y sí, probablemente todos los problemas sean, en el fondo, un problema “de lenguaje”pero en este caso, parece ser más que evidente. Resulta ser que “somos tod@s iguales” (aunque como dice Inés Dussel -parafraseando a Orson Wells- “algún@s seamos más iguales que otr@s”), pero al mismo tiempo, repetimos hasta el cansancio que “somos tod@s diferentes” o “diversos”. Sin embrago, cuando “conviene”, celebramos esa diversidad, esa diferencia y cuando “conviene”, invocamos “la igualdad” (idea que, tal vez, retomemos más adelante en otro texto).
Ahora bien (o mal), aún con las “resoluciones” que no compartimos pero que “la Educación” cree darle a este problema “de lenguaje”, algo no parece querer moverse o cambiarse: la idea de normalidad y, por oposición, la falta (curiosamente es la misma palabra que usamos como sinónimo de “infracción” o “error”) de normalidad.
Una de las cuestiones en que coinciden vari@s de l@s que más han estudiado el tema es la centralidad que ha tenido en sus trayectorias y en sus (trans)formaciones, el momento en que alguien le preguntó (angustiosamente, casi como un suplicio) a algún “experto en normalidad” (como l@s médic@s, l@s psicólog@s o los sacerdotes, por citar algunos ejemplos) si algo o alguien “era normal”.
Es casi imposible, en el espacio que brinda una entrada de Blog, profundizar sobre las implicancias que esto tiene para l@s considerad@s (a)normales. Dejamos esa tarea para cada un@ de l@s lectores y avanzamos en la idea que pretendemos utilizar como disparador para la reflexión sobre nuestras prácticas.
Es probable que a esta altura much@s de l@s lectores estén pensando en los mal llamados “casos extremos”, cuyas historias nos conmueven (y nos interpelan) y sobre l@s que much@s creen (equivocadamente), que habría un límite (siempre caprichoso) más claro pero nos proponemos quedarnos “más acá”, sí, más cerca, para hacerlo más difícil, más desafiante.
Aún en l@s que supuestamente somos “más iguales”, como dice el título de ese gran programa de canal Encuentro “Iguales pero diferentes”,(re)aparece la idea de normalidad y con ella, otra vez, su contracara: la falta de normalidad.
Lamentamos desilusionar a aquell@s docentes a quienes esta idea les proporcionaba algún tipo de seguridad a la hora de tomar (ciertas) decisiones, que la normalidad no existe, más que como una (mal)intencionada construcción político ideológica de dominación,y que es hora de que eliminemos este concepto de nuestros principios pedagógicos, de nuestros objetivos, de los fundamentos de nuestras prácticas docentes y, fundamentalmente, de los fundamentos y los criterios de nuestras evaluaciones.
Este texto es un grito que nos invita a (re)pensarnos como docentes (y estudiantes) rompiendo con la idea de normalidad, de normalidad "como norma", como igualdad (en términos de resultado y no de principios), como regla, como homogeneidad.
Este texto es un grito que espera ser escuchado: “No a la normalidad!!!”