Se trata de
moverse con memoria (no nostalgia) y esperanza (no delirio), en una práctica
docente que se mueva entre huellas socio-históricas y horizontes emancipadores.
(Carlos Cullen)
Como
adelantamos en la primera parte de esta entrada nos proponemos ahora preguntarnos si una pedagogía racional (y
emancipadora) es posible en la Educación Superior actual e invitarnos (e
invitarl@s) a transformarnos en agentes de cambio en esa dirección.
Si bien la proposición 4 de la teoría
de la violencia simbólica de Pierre
Bourdieu dice que “todo sistema de enseñanza
institucionalizado (SE) debe las características específicas de su estructura y
de su funcionamiento al hecho de que le es necesario producir y reproducir, por
los medios propios de la institución, las condiciones institucionales cuya
existencia y persistencia (autorreproducción de la institución) son necesarias
tanto para el ejercicio de su función propia de inculcación como para la
realización de su función de reproducción de una arbitrariedad cultural de la
que no es el productor (reproducción cultural) y cuya reproducción contribuye a
la reproducción de las relaciones entre los grupos o las clases (reproducción
social)” (Bourdieu
y Passeron, 1970), Jorge
Larrosa nos invita a actuar de otra manera: “hay que trabajar en la
Universidad pero contra la Universidad, convertirse en agentes dobles y, sobre
todo, cultivar espacios fuera, transitar entre el afuera y el adentro,
introducir en la Universidad lo que no es Universidad, lo que es heterogéneo a
sus lógicas y sacar de la Universidad a las personas y a los saberes, hacer con
ellos otras cosas, en otros lugares, de otras maneras”.
¿Será esto posible?
Si bien se trata de un
problema (evidentemente) complejo y multifactorial, creemos que una posible “punta del ovillo” es la
(trans)formación docente y la recuperación de la dimensión ético-política de la
tarea docente y es aquí donde proponemos la puesta en práctica de una
pedagogía racional y emancipadora en la Educación Superior. En la actualidad, y
fundamentalmente en los países de la región, “los
docentes se enfrentan con el doble desafío de atender a más alumnos
(masificación)” y “deben atender a
otros alumnos, dados los grandes cambios en la morfología social de los
inscriptos” (Tenti
Fanfani, 2007). Esto plantea un problema (nuevo) para l@s
docentes que Daniel Suarez resumió
una vez en una (posible y ficticia) respuesta honesta, preocupada y ”consciente
de las propias limitaciones” que un docente podría dar a estos “nuev@s
estudiantes”: “hasta que vos no reduzcas tu mismidad a la mismidad de la
alumnidad, yo no tengo instrumentos para enseñarte” y va en sintonía con
las vacancias en la (trans)formación docente (en la producción y “distribución”
del llamado “conocimiento pedagógico”) que tanto describió (entre otr@s) Flavia Teriggi y sobre las que (al
igual que en otras varias ideas) no ahondamos aquí por una cuestión de espacio.
Si
bien Pierre Bourdieu propone la pedagogía racional como posible
respuesta a esta problemática, él mismo la relativiza después indicando que “la pedagogía racional
se vuelve una utopía” (Bourdieu y Passeron, 1970), el argumento es
doble:
a) “para
convencerse del carácter utópico de una política educativa fundada en esta
hipótesis, basta señalar que (…) la estructura de relaciones de fuerza excluye
que una acción pedagógica dominante pueda recurrir a un trabajo pedagógico
contrario a los intereses de las clases dominantes que le delegan su autoridad
pedagógica”.
b) Una política de democratización: “equivale a olvidar que la movilidad controlada de un
número limitado de individuos puede servir para la perpetuación de la estructura
de las relaciones de clase”.
Retomando
las ideas de Habermas y en el marco
de la pedagogía crítica, autores
como Grundy nos invitan a
reflexionar sobre tres tipos de
intereses constitutivos del conocimiento: el técnico, el práctico y el emancipador.
El último interés, de carácter emancipatorio, podría ser otra “punta del
ovillo” ya que se orienta bajo los criterios de autonomía,
libertad e igualdad y exige la toma de decisiones orientadas bajo criterios de
responsabilidad y solidaridad. Como propone Quintero Mejía, siguiendo esta línea de pensamiento y trasladándola
al currículo (en este caso universitario), el
interés emancipatorio buscaría comprometerse con el cambio de estructuras en
las cuales se produce el aprendizaje, así como se promueve la crítica para
afianzar la transformación. Se trata de un interés que tiene una dimensión ética y política, que implica el
reconocimiento de la búsqueda de equidad y de igualdad. La pedagogía
racional y emancipadora que proponemos se nutriría, así, de la pedagogía
crítica en tanto concebiría a la Educación “como
una opción política de emancipación que permite la comprensión de los
significados y sentidos presentes en los fenómenos de la realidad; opción
política que, al crear espacios comprensivos, abre el camino para modificar los
contextos sociales y culturales en beneficio de las poblaciones más necesitadas”
(de Zubiria, 2006).
Volviendo a las ideas de
Pierre Bourdieu y retomando la cuestión de la (trans)formación docente,
a la luz de las ideas de la pedagogía crítica, “es probable que una nueva identidad del trabajo docente pase por una
combinación renovadora de componentes de la profesión, la vocación y la
politización. Las tres dimensiones de este oficio deben encontrar una nueva
articulación a la altura de las posibilidades y desafíos del momento actual. La
racionalidad técnico instrumental del oficio debe ser fortalecida para
potenciar las capacidades del docente en la solución de los problemas complejos
e inéditos de la enseñanza y el aprendizaje. Pero es preciso acompañar esta
dimensión racional técnica del oficio con elementos de tipo afectivo, asociados
a la vieja idea de la vocación” (Tenti Fanfani, 2007).
Estamos convencidos, en coincidencia con las ideas de Tenti Fanfani, que la
docencia requiere de un compromiso ético, de respeto, de cuidado y de interés
por el otro, que implica la aceptación del estudiante como un sujeto de
derechos. Cuando pensamos la ética docente no la pensamos como “prudencia
pedagógica” sino, como proponen autores como Carlos Cullen, considerando
a la docencia una práctica ético-política, entre el acontecimiento y la
hospitalidad, que implica la acogida incondicionada de
una alteridad que nos interpela como exterioridad a cualquier pretensión de ser
invulnerables.
Está claro (como dijimos antes) que se trata de un
problema complejo y, evidentemente, multifactorial que (no pretendemos abarcar
en estas líneas y) debe necesariamente contemplar los resultados de las
investigaciones y las tesis de Pierre
Bourdieu, pero no de un modo determinista ni con resignación sino como
insumo para un análisis y una reflexión colectiva que se proponga cambiar el
estado de cosas, transformando la práctica docente, y así, la Educación
Superior y la realidad. La Universidad,
en tanto institución educativa, tiene
entonces dos opciones: “reproduce, por
mecanismos legitimadores, las injusticias dominantes de la sociedad, y entonces
forma ciudadanos moralmente adaptados a esta situación, o se convierte en una
institución ética que, cambiando los criterios de legitimación, puede
contribuir a formar ciudadanos éticamente competentes capaces de comprender
críticamente la realidad y transformarla” (Cullen, 1999). La propuesta es, entonces, trabajar en (y
para) esta segunda opción. Conscientes de que nosotr@s, l@s docentes
universitari@s, (también) somos “los herederos” y podemos pensar en una
“deconstrucción” de nuestra tarea docente y en ser, como diría el propio
Derrida, “fielmente infieles a esa herencia”.
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