Antonio Gramsci es uno de los pensadores políticos contemporáneos
más significativos. Sus aportes son insoslayables para pensar el peculiar
entrelazamiento entre la teoría política y social y la historia del Siglo XX.
Pero, ¿qué tiene Gramsci para decirnos sobre el mundo actual? ¿Por qué (re)leer
a Gramsci hoy?
En primer lugar, porque es un autor
clásico, pero, ¿qué es un autor clásico? ¿Qué diferencia su obra respecto
de otras de excelente calidad? Una aproximación a una definición nos la da el
politólogo italiano Norberto Bobbio, quien definía un autor clásico por las
siguientes características: a) es un intérprete auténtico y único de su tiempo,
para cuya comprensión se utilizan sus obras; b) siempre es actual y cada generación lo relee; c)
ha construido teorías-modelo o conceptos clave que se emplean en la actualidad
para comprender la realidad. Es en este sentido que decimos que Gramsci es un
autor clásico, como aquel que se ocupa de las problemáticas perennes de la
sociedad y, por ello, vale la pena (re)leerlo.
Reformulando la pregunta: ¿por qué los docentes deberíamos (re)leer a Gramsci hoy? Es sabido que no
hay en Gramsci, como sí lo hay en Freire, por ejemplo, una teoría pedagógica, pero
sí hay un discurso político sobre la educación que ha aportado mucho a la
pedagogía crítica. Efectivamente, una de las preocupaciones fundamentales de
este autor es la relación entre
saber(es) y poder(es). Entre otras cosas, esto implica discutir quién
define qué es un saber o un conocimiento, aquello que no lo es y en qué
contexto se dan esas definiciones. Indagar en la relación saber(es)-poder(es)
nos lleva, también, a interrogarnos sobre la cuestión educativa y la cuestión
pedagógica. La relación educativa es
siempre una relación política, en tanto en toda relación social hay
relaciones de poder, dominantes y dominados, asimetrías entre los maestros
propietarios del “saber” y los a-lumnos. Al mismo tiempo, toda relación política es una relación pedagógica: el Estado como
educador, a través de sus políticas, por ejemplo, en los planes de estudio,
hace un recorte (político) de lo que se “debe” y “no se debe” enseñar. La
propuesta de Gramsci es poner en cuestión la determinación histórica de los
saberes y el sentido opresivo de la educación para pensar, en su lugar, una
educación comprometida, pero no adoctrinadora, que busque desnaturalizar,
desfetichizar y desmitificar los saberes.
Por otra parte, Gramsci nos invita a reflexionar sobre el rol de los docentes y el rol de los
estudiantes. Los estudiantes no son meras tabulas rasas, es decir, receptáculos acríticos de contenidos
transmitidos por los docentes. Por el contrario, siempre se produce una
mediación, una interpretación particular por parte de los estudiantes, por lo
cual la relación docente-estudiante no es una relación tan simple como se suele
plantear. Gramsci va más allá, planteando que existe una multiplicidad de
saberes, los cuales no siempre son los que define la visión hegemónica sobre la
educación. De modo semejante a la propuesta de Freire -quien planteaba que “enseñar exige respeto a los saberes de los
educandos”- Gramsci reconoce la
legitimidad y la importancia de los saberes populares y determinados aspectos
del sentido común que habitualmente son negados por la concepción hegemónica de
la educación, que considera el proceso de aprendizaje como un proceso de
tutelaje. En la concepción gramsceana, el lugar del estudiante y la relación
docente-estudiante cambia rotundamente; esto suele ilustrarse contundentemente
con aquel famoso adagio del autor según el cual “todos los hombres son filósofos” y existe una “relación activa
entre maestro y alumno, donde cada
maestro es siempre un alumno, y cada alumno un maestro”. Como sucede con
toda frase célebre, se le ha dado múltiples sentidos a este planteo; uno de los
más comunes es considerar una igualdad radical entre docente y estudiante, que
desdibuja la idea del docente a un punto tal que se vuelve innecesario en el
proceso de aprendizaje, bajo el supuesto del aprendizaje espontáneo del
estudiante. En términos de Freire, es una concepción “basista”, donde la
verdadera educación sería aquella en la que el individuo incorpora
conocimientos naturalmente, sin ninguna instrucción; es la idea del autodidacta
retratado en el Emilio de Rousseau.
Gramsci sugiere una perspectiva sintetizadora de esta concepción
“espontaneista” y la concepción hegemónica tutelar, en lo que él llama una dialéctica entre la espontaneidad y la
dirección consciente. Este autor realiza un planteo similar para la
construcción del partido político, donde la conducción del partido debe
canalizar las manifestaciones espontáneas del pueblo en una dirección
determinada. La orientación de la voluntad política, según Gramsci, se define
por la respuesta al siguiente interrogante: “¿se quiere que existan siempre gobernados y
gobernantes o, por el contrario, se desea crear las condiciones bajo las cuales
desaparezca la necesidad de que exista tal división?” Como vemos, la relación entre el planteo para
la educación y para la política no es casual, en tanto, como dijimos
anteriormente, las ideas de Gramsci para la educación, para el docente, son
similares para la política, para el político, ya que el autor consideraba a la
política una labor pedagógica y, a la pedagogía, una tarea política.
Acerca de la obra de Gramsci se pueden resaltar muchos otros
aspectos relevantes para la teoría y la práctica educativa, pero el objetivo de
este texto no es realizar un abordaje exhaustivo, sino invitarlos a leer a
Gramsci, indagar en su propuesta pedagógico-política y dialogar con sus textos.
Si entendemos, siguiendo a Freire –autor gramsceano si los hay- el estudio no como el acto de consumir
ideas, sino de crearlas o recrearlas, la finalidad de este texto es, ante
todo, invitarlos a estudiar a Gramsci.
* Facundo Peña Boerio es licenciado en
Ciencia Política (UBA) y maestrando en Políticas Públicas (UTDT). Ha realizado cursos de posgrado
y talleres de formación sobre políticas
educativas y pedagogía crítica y
fue docente de la carrera de Ciencia
Política de la UBA. Actualmente
se desempeña como Investigador del
Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA) y del Centro Cultural
de la Cooperación Floreal Gorini.
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