Hace unos años estaba preparando la presentación “Mitos y realidades sobre la tarea de
Matemática y algunos tips para ayudar a l@s chic@s a que (la entiendan y) la
hagan” y escribí una frase que hoy retomo que decía así: “Este año me tocó trabajar ese concepto con
estudiantes de cuarto año de una Escuela que está en construcción, en todo
sentido. En el sentido ideológico, pedagógico y, también, edilicio”. Sacada
de contexto, la frase parece tener poco sentido pero les propongo seguirme en
la lógica que tratará de dotarla de significación.
El tema es así, como soy (entre otras cosas) una
persona obsesiva, una vez que sé el tema de una charla, indago sobre las
características del auditorio y conozco el lugar físico en el que se
desarrollará; preparo detalladamente mis intervenciones a punto tal de escribir
un “speech” (lo suficientemente) flexible pero a la vez estructurado con lo que
pienso decir en la presentación antes de decidir los medios (audiovisuales o
no) que usaré y de practicarla algunas veces para ajustar tiempos, ideas y
demás.
En aquella ocasión pensaba destacar, en
determinado momento de la charla, la
importancia del uso de las analogías y los ejemplos y ¿qué mejor forma de
hacerlo que usando un ejemplo real de mi práctica docente? Se me ocurrió
entonces relatar el efecto que había logrado la comparación del rol del sitio
activo en la actividad enzimática (y en el descenso de la energía de
activación) con un juego imaginario que suponía a dos estudiantes reales (en
aquel cuarto año “A”, eran Ian y Juani) interactuando primero en el aula entera
y luego en lo que en ese momento denominé “proyectos de placares” porque (aún)
no tenían puertas. En la charla, que no era en la Escuela Agropecuaria de la
UBA ni con gente de dicha Escuela, tuve que
aclarar porqué (aún) no tenían puertas y se me ocurrió la idea de “una Escuela
en construcción”.
Lo cierto es que en este texto me propongo retomar
la frase “Una Escuela que está en
construcción, en todo sentido. En el sentido ideológico, pedagógico y, también,
edilicio” porque no me parece un dato menor.
No voy a escribir sobre lo que significa “estar en
obra” (estudiantes, padres, docentes y autoridades de la Escuela Agropecuaria
lo sabemos más que bien) ni sobre lo complicado que pueden resultar algunas
cuestiones relativas a “lo edilicio” sino sobre algo (que espero sea) más
interesante y más profundo: la
construcción identitaria de la Escuela así como la subjetivación pedagógica y
la construcción de sentido que de ella se desprenden.
Ya en 1972,
Peter Berger y Thomas Luckmann nos ayudaban a pensar, en su libro “La construcción social de la realidad”,
la idea de una realidad que se construye
(y se transforma) social y colectivamente. Como ocurre con esta Escuela que
desde hace algunos años se construye, se
reconstruye y se transforma social y colectivamente, casi como un sueño hecho
realidad.
Y son los
sueños (y más aún los sueños colectivos) los que nos motivan y los que nos mueven. Me acuerdo cuando hace
varios años hablaba con Miguel (Brihuega, hoy Director de la Escuela de
Educación Técnico Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y
Agroalimentaria) y lo escuchaba soñar esta Escuela; como hablamos hoy (que
tengo la suerte de ser parte) a meses de “despedir” a nuestra primera promoción
de egresad@s, y nos encontramos, otra vez, soñándola. La realidad es transformable
pero son nuestras utopías, nuestros sueños (los chiquitos y los
gigantes) los que nos ayudan a caminar
y nos movilizan hacia acciones concretas para transformarla. Como dice el gran
escritor latinoamericano Eduardo Galeano:
“La utopía está en el horizonte. Camino
dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”
Pero en este caso, no estamos hablando de una
Escuela cualquiera. Estamos hablando de una Escuela que se da el lujo, por su
doble condición de escuela agropecuaria y
escuela universitaria, de (intentar
o pretender) facilitar, en sus integrantes (estudiantes y docentes), aprendizajes particulares de una enorme
relevancia para su (trans)formación personal y colectiva. Y esos aprendizajes también se construyen,
como la Escuela. Pero aquí hay una diferencia importante. Hace mucho que
sabemos que el aprendizaje (como el conocimiento) lo construimos las personas
(docentes y estudiantes) pero si esos aprendizajes se construyen “dentro” de
l@s docentes o de l@s estudiantes, entonces somos l@s docentes o l@s
estudiantes l@s que “nos construimos”. Sin embargo, a diferencia del edificio
en donde hoy funciona la Escuela de
Educación Técnico Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y
Agroalimentaria, las personas (docentes y estudiantes) ya existíamos, no
podemos “construirnos de nuevo”, entonces, nos
“re-construimos”, en nuestra permanente (trans)formación personal y colectiva.
Y es aquí donde preferiría separar la parte
edilicia de la otra. Es cierto que en donde hoy vemos este edificio en el que día a día se entablan vínculos, se construyen
identidades y se (trans)forman personas, antes no había nada (o en realidad
había una especie de galpón sin terminar en el que hacíamos las indescriptibles
fiestas del Centro de Estudiantes de Veterinaria a fin del siglo pasado y
principios de éste) pero son esas
transformaciones que ocurren día a día las que hacen que este espacio siga en constante
e infinita (re)construcción y esa es “nuestra realidad”, la de sabernos un
espacio dinámico, modificable y de (trans)formación permanente.
Es por eso que hoy puedo decir, con orgullo por
ser parte de ella, e invirtiendo la lógica de algunos spots publicitarios, que
la Escuela de Educación Técnico
Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y Agroalimentaria más
que una realidad, es un sueño en
construcción…