viernes, 17 de mayo de 2019

Sin conflicto no hay Educación.



En este nuevo año escolar/académico en el que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes (cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no aburrirnos entre una y otra, nos invitamos a (re)leer, cada día, una de las entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a, (nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los aprendizajes.


La siguiente entrada fue publicada el Martes 6 de Agosto de 2013:


En estas épocas donde nos inundan spots (que en inglés significa, entre otras cosas, “manchas”) que nos invitan a la unión, al diálogo vacío, a dejar de lado las diferencias, a no pelear, a no elegir, a no confrontar, a evitar conflictos, este texto viene a reivindicar la idea de “conflicto”.

Pero dado que se trata de un Blog que pretende invitar a la reflexión sobre aprendizajes y Educación, vamos a (intentar) encuadrar y contextualizar un poco esta idea.

Sería (más) fácil enfocar esta propuesta de reflexión en el ya famoso “conflicto cognitivo” como disparador para los aprendizajes significativos pero pretendemos ir un poco más alá. Además, mucho se ha dicho y escrito ya sobre esta “técnica” basada fundamentalmente en enfrentar a l@s estudiantes (siempre “equivocados”, siempre subestimados, siempre “incompletos”) y sus saberes previos (siempre errados, siempre perfectibles, siempre desestimados) con una situación (problemática o no) de la Vida cotidiana o de la realidad (como si pudiera generalizarse tal idea). Generalmente esas situaciones problemáticas no pueden resolverse ni explicarse con esos saberes previos (subestimados como “conocimiento “vulgar”) y sí podrán resolverse o explicarse con los saberes nuevos (sobreestimados como “conocimientos científicos”) que el docente, como un superhéroe de película norteamericana al rescate, pondrá delante del estudiante, que no podrá sino aceptarlos (y desestimar sus “saberes previos”) por la obviedad (para l@s docentes) de la capacidad de estos nuevos conocimientos para resolver el “conflicto cognitivo”.

Decíamos que la idea de este texto era (y todavía sigue siendo) reivindicar el conflicto de una manera más profunda. Se trata de reivindicar el conflicto no ya como posible disparador para determinados aprendizajes disciplinares sino como elemento constituyente y sustancial del acto educativo, sobre el cual no podemos dejar de reflexionar.

Sin conflicto no hay Educación.

Tratemos de clarificar (o de oscurecer) un poco esta idea. La Educación es en sí mismo un acto de amor, en el que una generación (un docente, una madre, un hombre) le enseña (utilizado acá como estricto sinónimo de “le muestra”) a otra generación (a un estudiante, a un hijo, a otro hombre) “algo” de “su cultura” porque cree que puede servirle de algo o serle útil de alguna manera. Pero, inmediatamente, aparece el conflicto porque “ese otro” puede no estar interesado en “ese algo”, puede no considerarlo valioso o puede pensar (e imaginar) para “ese algo” -enseñado o mostrado- otros usos posibles y ahí está el conflicto. Y está muy bien que el conflicto esté ahí porque sino sería imposible que el hecho educativo, que ocurre entre un hombre, un algo (en común) y otro hombre, sea genuino, honesto, amoroso, vincular y, realmente, significativo.

Este texto es una reivindicación del conflicto. Es una reivindicación del conflicto desde (y en) el campo educativo, aunque podría (y tal vez debería) hacerse extensivo a todos los demás (des)órdenes de la Vida.

Carlos Skliar dice que “educar significa dar una batalla incruenta (sin enemigos) entre tiempos”. En ese sentido, este texto pretende ser una invitación a recuperar (y valorar) la idea de conflicto como lucha, como ruptura, como desencadenante (sí, “des-encadenante”) de las transformaciones más profundas como aquellas que, a veces, ocurren cuando un hombre le enseña (le muestra) algo a otro, dándole la libertad de aprenderlo o no y de hacer con ese algo lo que considere mejor para su propia (trans)formación.


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