En esta primera parte de
este nuevo año
escolar/académico en el que esperamos seguir
reflexionando, seguir discutiendo
y seguir (trans)formándonos como
docentes (cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más
significativos en nuestr@s estudiantes (cada vez) más autónomos; nos invitamos a releer, cada día, una
de las entradas publicadas los años anteriores,
como forma de volver a “ponernos” en tema. Para l@s que no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para los que
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 3 de Junio de 2014:
¿Quién es más importante en una obra de teatro? ¿El actor que la protagoniza o el espectador que la mira? ¿Quién es más importante en un partido de futbol? ¿El goleador del equipo o el hincha que alienta? ¿Quién es más importante en un concierto de música? ¿El cantante o el fan que corea las canciones?
Bueno, no es la intención de este texto responder a estas preguntas pero por ahora sigámonos la corriente para ver si llegamos a algún lado.
L@s docentes solemos ser personas a las que nos gusta (o al menos no nos molesta) esa situación en la que un grupo de gente nos mira y espera que digamos o hagamos algo. Tremenda responsabilidad, no? Jorge Larrosa dice que María Zambrano habla de un “temor” (bien entendido) por ese silencio que se produce en el primer encuentro con un grupo de estudiantes que está ahí y ponen, para nosotr@s, tres cosas esenciales: su presencia, su silencio y su atención. Fuerte, no? Pero volvamos a la idea original. A (la mayoría de) l@s docentes nos genera cierto placer esa situación pero l@s docentes no somos actores (aunque nuestra tarea requiera cierta cuota de “acting”), ni futbolistas (aunque tengamos la suerte de vivir de algo que nos apasiona), ni cantantes (aunque parte de nuestra tarea se trate de “traducirnos” y “contratraducirnos” con “otr@s”). L@s docentes estamos ahí parad@s “para algo”. Ese algo no es entretener, no es generar admiración, no es deslumbrar a nadie (aunque un poco de todo eso pueda servir para motivar a l@s estudiantes o para construir espacios de aprendizaje). L@s docentes estamos ahí parados para facilitar aprendizajes (cada vez más significativos) en nuestr@s estudiantes (cada vez más autónomos).
Como ya citamos en alguna otra entrega de este Blog, una vez el Profesor Néstor Rebecchi dijo una frase más que elocuente en relación a esto: “No nos pagan por enseñar, nos pagan para que l@s estudiantes aprendan”. Para esto es necesario tener una determinada concepción del aprendizaje, de la enseñanza y del rol del docente que puede dolernos (sí, dolernos), que debe necesariamente “bajarnos del pedestal” (en el que nunca debimos haber estado), que nos saca del centro de la escena y hiere nuestro ego pero que es un requisito absoluto para (trans)formarnos como verdaderos facilitadores de los aprendizajes de nuestros estudiantes. Esto no significa dejar de actuar, ni dejar de esforzarnos por cumplir con nuestros objetivos, ni dejar de (hacer de todo para) motivar a nuestr@s estudiantes. Más bien significa tener presente en todas nuestras acciones y en todas las decisiones pedagógicas que tomamos como docentes, esa idea tantas veces repetida por el ya famoso (por sus charlas TED) Sir Ken Robinson: “Education is not about teaching, it’s about learning”. Esto nos obliga a replantearnos, entre otras muchas cuestiones, nuestros presupuestos, nuestros objetivos, nuestras planificaciones, las actividades que proponemos y nuestras formas de evaluar.
Porque aunque nos quite el rol protagónico de la historia y ya no estén todas las miradas puestas en nosotr@s, “La Educación no se trata de la enseñanza, se trata de los aprendizajes” y, entones, sin duda, lo más importante son l@s estudiantes.
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