La tarea
docente es una tarea apasionante pero compleja que nos plantea todo el tiempo problemas o situaciones problemáticas
que nos obligan primero a reconocer el problema, después a analizarlo y a
pensar posibles maneras de abordarlo y, finalmente, a probar alternativas para
(con mayor o menor éxito) intentar solucionarlos.
Para ello l@s
docentes contamos con una variedad de herramientas que fuimos adquiriendo a
lo largo de nuestra trayectoria y en
nuestra constante (trans)formación
docente. No es difícil imaginar la importancia que tiene la formación
docente, la formal y la informal, la “puntual” (como realizar una “carrera
docente” o un curso) y la continua (la que se da en el día a día, en el propio
contexto en el que se desarrolla la tarea), en el proceso de adquisición de
herramientas para ir llenando, lo que podríamos llamar, nuestra “caja de herramientas”.
Lamentablemente la formación docente en todos los niveles (desde la carrera de
profesorado de enseñanza inicial hasta las carreras docentes o, incluso,
posgrados en Educación Superior) es
sumamente deficiente. No es la intención de este texto analizar las causas
de esta deficiencia, aunque entendemos que se trata de un problema
evidentemente complejo y multifactorial, sino poner en evidencia (al menos en parte) algunas de las consecuencias que
esto tiene (o podría tener) en nuestra práctica diaria a la hora de reconocer y
abordar los problemas que se nos presentan.
Tener pocas
herramientas en nuestra “caja de herramientas” es peligroso no sólo porque nos
brinda a l@s docentes menos posibilidades de resolver problemas sino porque (en
no pocos casos) directamente nos impide “ver” o reconocer el problema o
entenderlo como tal.
Hay una conocida frase que dice “el que sólo tiene un martillo, cree que todos los problemas
son un clavo” y nosotr@s nos animamos a agregarle que cuantas menos herramientas tenemos en
nuestra “caja de herramientas” docentes, no sólo son menos los problemas que podemos resolver sino que hay muchos problemas de nuestra práctica
docente diaria que ni siquiera vemos o que los abordamos cómo si fueran “lo
que no son” para poder (intentar) “resolverlos” con las pocas herramientas que
tenemos.
Pongamos un ejemplo “extremo”, si la única
herramienta que tenemos en nuestra “caja de herramientas” es la de “explicar
más”, al margen de lo “embrutecedor” (en palabras de Jacques Ranciere) que esto
resultaría, corremos el riesgo de que cualquier problema que se nos presente,
cualquier “anomalía”, cualquier situación que se aleje de “lo esperado” en
términos de aprendizajes, sea leída como “falta de comprensión”, problema que
suponemos (erróneamente) podríamos solucionar con “más explicación”. Es decir
que el hecho de estar limitados en las
respuestas que podemos dar no sólo limita las preguntas que podemos responder
sino que condiciona la manera en que escuchamos o interpretamos las preguntas
que nos hacen. Podríamos dar muchos ejemplos (incluyendo los clásicos
relacionados con la “disciplina” y las “normas
de convivencia”, que desconocen o simulan desconocer completamente los
contextos o las situaciones personales, familiares, sociales, económicas de l@s
estudiantes) pero preferimos dejarles ese ejercicio a l@s lectores, para que
pensando ejemplos de situaciones donde la “caja de herramientas” condiciona no
sólo la posible solución de un problema sino también, la manera en que lo
abordamos o lo entendemos como tal, reflexionen con sus propios ejemplos
“reales” sobre esta cuestión.
Si como dice el proverbio chino, “un problema que no
tiene solución no es un problema”, el problema (valga la
redundancia) es no tener las herramientas necesarias para, primero,
interpretarlo de la mejor manera y, después, intentar solucionarlo. Y esas herramientas las adquirimos siendo responsables
por la tarea que realizamos, capacitándonos y (trans)formándonos
constantemente, entendiendo la dimensión ético-política de la práctica docente
y la relevancia que tiene estar preparad@s de la mejor manera posible para
estar a la altura de semejante desafío.
Será entonces tiempo de abrir nuestra “caja de herramientas” y ver qué hay, reflexionar
sobre las herramientas que nos faltan o aquellas que ya están un poco viejas,
que resultan obsoletas o que pueden reemplazarse por otras más modernas y poner manos a la obra en la tarea,
siempre reconfortante (sobre todo si se realiza de manera colectiva) de llenar
nuestra “caja de herramientas”.
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