Bienvenides de vuelta al Blog! Mientras iniciamos
-todavía en pandemia pero más cerca de una nueva (a)normalidad- un nuevo año
escolar/académico en el que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo
y seguir (re)pensándonos como docentes y (re)pensando nuestra tarea docente;
nos invitamos a releer, cada Martes, una de las entradas publicadas el año pasado,
en las que docentes y referentes del campo educativo reflexionaron (y nos
ayudaron a reflexionar) sobre lo que (nos) aconteció durante el rarísimo 2020.
Para les que no las leyeron, éstas podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión
y el análisis y para les que sí, es probable que las (re)pensemos desde otro
lugar (luego de haber vivido el 2021) y nos inviten a, (nuevamente) pero de
otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas docentes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 4 de
Mayo de 2021:
Tengo la sensación que todo el lenguaje –y sus prácticas, y sus acciones, y sus efectos- se vieron conmovidos durante el 2020. Ciertas palabras recuperaron su sentido ético y ciertas otras se volvieron negligentes o meros escondites para explicar la incertidumbre y la excepcionalidad de un tiempo único. Palabras como “sostén”, “compañía”, “interdependencia”, entre otras, tuvieron un eco infinito y ciertas otras, como “trabajo”, “escuela”, “igualdad”, regresaron al mundo de lo superfluo. Noté que había que hacer una profunda distinción entre dar clases e ir a la escuela, entre la presencia y la presencialidad, entre la conectividad y la disponibilidad, entre la función y la forma de hacer escuelas. En medio de un océano de propuestas virtuales, volví a sentir la trascendencia de la conversación educativa, de dotar de sentido el presente doloroso y urgente. Valoré de un modo especial esa suerte de “fuerza docente” que consiste, siempre, en levantar las cenizas de las crisis sociales, económicas, culturales y reconstruir el significado de la educación.
Todo está tan precario que resulta complejo adivinar lo que ha pasado y lo que vendrá. La relación con la tecnología siempre debe ser de mutuo respeto y no de confianza ciega. Por un lado sentí que se abusó de algunos formatos audio-visuales, algo más que comprensible por la situación vivida, por otro lado creí firmemente en cierta “pobreza” de los recursos para dar paso a lo sustancial: acompañar a quienes naufragaron en la hipótesis de la conectividad, generar espacios de conversación, abrir los ojos a la filosofía, al arte, a los lenguajes no infectados de poder. No me preocupa tanto que ciertas tecnologías lleguen para quedarse, sino el discurso del “progreso” que aniquila lo anterior y hace estragos en la memoria colectiva.
Lo fundamental sería el preservar la presencialidad para construir un nuevo punto de partida de lo comunitario y público; esa experiencia de la igualdad y de lo múltiple que se ha visto deteriorada lógicamente por la pandemia. Encontrarse para construir un puente de relatos entre lo sucedido, lo extrañado, lo extraño, para recuperar esas sensaciones que se han perdido o no se han escuchado todavía.
* Carlos Skliar (@cskliar) es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de América Latina (IICSAL), FLACSO-CONICET y vice-presidente del PEN (Poetas, ensayistas, narradores), Argentina. Coordina los posgrados de Pedagogías de las diferencias, Entre cuerpos y miradas, y Escrituras: creatividad humana y comunicación.
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