"Sólo se puede articular un discurso
desde una posición de no saber”.
Roland Barthes
“Profe, ¿cuándo volvemos al aula?”
Esta pregunta me la
hicieron estudiantes, padres y familiares, mientras estaba en el programa de
Acompañamiento a las trayectorias y revinculación escolar (ATR). Esta consulta
siempre suscitó en mí una mirada de incertidumbre y preocupación dado que no
tenía una respuesta (y sigo sin tenerla) pero sí me quedaba claro algo: ese
interrogante no era simple curiosidad; no era solo un deseo; también era una
expresión de necesidad (y lo sigue siendo). La validación del aula (y a esto
sumo a la escuela y la labor docente) es quizás, el aprendizaje más
significativo que (nos) dejó la pandemia: ver (sentir) al salón como un espacio
en el que se encuentra, se alberga, se da lugar, se hospeda, se acoge, se
cuida, se (re)conoce, se acompaña, se relaciona y se da la bienvenida al
otro/otra/otre. El aula es el marco habitual que da entrada al mundo que nos
rodea (o al menos el más propicio). Es un espacio por habitar y un espacio por
habitar con otros/otras/otres. Una morada de lo íntimo y lo inmenso, nada más y
nada menos. Un espacio que da lugar a la contingencia. “La contingencia no es la posibilidad de que algo suceda, sino la
imposibilidad de calcular cuándo irrumpirá un elemento, nuevo o inadvertido,
que desencadenará una configuración inédita” afirma Ritvo. El aula es un
espacio donde se hace presente lo incalculable. Un refugio, un rincón para
resguardarnos de lo que pasa a nuestro alrededor. La presencia o presencialidad
no es igual o no iguala a la virtualidad, ya que es una transmisión mediada,
equis distante. No descubro nada al decir eso, pero, también es necesario decir
que, gracias a la virtualidad, no perdimos todo o más de lo que ya se perdió.
La virtualidad fue una forma de seguir haciendo presencia, y permanecer. ¿Se
puede “volver” a lo que fue? ¿Se puede “retornar”, es decir, volver al lugar o
a la situación en la que se estuvo? ¿Es posible pensar más en un “regresar”, en
el sentido de devolver o restituir algo a su poseedor? ¿Devolver(le) el aula a
les estudiantes y docentes? Y, cuando por fin nos veamos, cuando se dé ese
encuentro, ¿sabremos qué esperar? ¿encontraremos eso que pensamos encontrar?
Hay cosas que no pueden decirse porque se nos escapan, y hay preguntas que nos
acompañaran un buen rato.
Muchas prácticas se
vieron afectadas por la situación excepcional de pandemia, por eso existe una
gran preocupación por revisar, rever y examinar todos los ámbitos que
conciernen a lo educativo. La necesidad de evaluar o acreditar en la
virtualidad fue uno de las más grandes preocupaciones que mantuvo ocupado a les
docentes, familias y sobre todo estudiantes. El agotamiento que generan las
pantallas posibilitó la apertura a otros tipos de evaluación que no fueran las
tradicionales. Se generó un espacio para poder pensar otros tipos de
herramientas a la hora de evaluar. La pandemia nos da una oportunidad para
relacionar la evaluación con la enseñanza y el aprendizaje. Rebeca Anijovich
hablaba en su momento de una “evaluación alternativa”: “se debe atender a las experiencias, procedimientos y trayectos que hay
que recorrer durante el aprendizaje ya sea en la toma de conciencia, en la
corrección o en el perfeccionamiento del aprendizaje” (Anijovich, 2004).
Recoger información cuantitativa de la participación, recoger evidencias del
aprendizaje, la autoevaluación, la retroalimentación y la comunicación con las
familias son los pilares fundamentales para poder propiciar una nueva forma de
evaluar. Además, todo lo audiovisual, toma relevancia, ya que es una lengua que
muches estudiantes manejan y que les docentes deben adquirir. Las nuevas
aplicaciones y plataformas educativas fueron parte del equipo docente (y lo seguirán
siendo). Y las tecnologías se han transformado para propiciar la participación
de los usuarios. Participación que lleva al cambio y a la posibilidad de poder
dejar una marca significativa. Debemos educar para la participación y el rol
activo en las tecnologías, pero, además, en la sociedad. En este punto el rol
del docente es fundamental ya que debe acompañar al estudiante y ser parte de
su recorrido. En definitiva, lo que buscamos son evidencias del camino
recorrido. Evidencias de esa marca o “huella”, que no siempre se puede evaluar,
pero se puede (se debe) buscar. Algo de nosotros queda en la vida del otro
lejos del presente de eso, y si los docentes somos un puente que busca
comunicar, el presente con el futuro y sobre todo con el pasado, debemos entonces
hacer caminos, experiencias y aprendizajes que conmuevan, motiven, animen,
conmocionen y descoloquen. Siempre estamos en la búsqueda de ecos de lo que
vivimos. Resonancia de experiencias nuestras muy difíciles de decir. Evidencias
como dice Fito Páez, de que “algo de vos,
llego hasta a mí”, y viceversa.
Ahora bien, con lo
dicho anteriormente, habrá quienes, luego de la situación excepcional de
pandemia, quieran recuperar la presencialidad a toda costa, exigiendo el máximo
de clases posibles, con más horas, inclusive teniendo clases los fines de
semana y más presencia de la escuela en todos los sentidos. Habrá otros, que
pedirán no abandonar toda la virtualidad, que mantendrán una cuestión hibrida o
bimodal para que la adaptación a las aulas sea despacio y amena. Y hay quienes
no están dispuestos a volver, todavía al aula, porque el virus sigue estando,
ronda entre nosotros o porque simplemente han encontrado una forma de habitar a
través de las pantallas. ¿Cuál es el método o la forma más indicada? No lo sé.
¿Para qué reservaría la presencialidad y la virtualidad? Tampoco lo sé.
Habiendo vivido un hecho que afectó al mundo entero, que marcó y marcará para
siempre nuestras vidas y que nos hizo sentir nuestra fragilidad plena, me es
difícil (imposible) vislumbrar cómo va a seguir todo. La pandemia robó al mundo
algo de sus bellezas (que debemos recuperar) por eso siento que las cosas
decantarán u ocuparán su lugar de algún modo. Aunque, sí, encuentro algo que
debemos reivindicar y eso es la “alternancia”. “Y si mañana es como ayer otra vez, lo que fue hermoso será horrible
después” decía el sublime Charly García pensando que, si hay algo que se
repite día a día, aunque ese algo sea bueno, tarde o temprano terminará siendo
horrible, “Nada es más difícil de
soportar [para el ser humano] que una sucesión de días hermosos" decía
Freud citando a Goëthe. Antes de esta pandemia, ¿quién iba a pensar que gran
parte de todas las escuelas de este país tendrían clases virtualmente? Sí,
siempre existió la virtualidad, pero como soporte, como sostén de la
presencialidad, no en un primer plano. Hoy podemos pensar en una cuestión
bimodal sin que eso signifique la renuncia a cierta presencia o al revés,
podemos pensar la presencia sin dejar lo virtual. Este último componente, a
raíz de lo que vivimos, logró independizarse, dejó de ser soporte para
convertirse en pilar. Sabemos que no todo se puede enseñar “on line”, algunas cosas
requieren de la presencia. Hay que identificarlas y hacerlas cuando volvamos a
vernos. Quizás, además de preguntarnos por el método que debemos articular para
el mañana, también, necesitamos pensar e imaginar, a la luz de la experiencia:
¿qué tipo de escena (aula o escuela) pretendemos? Una vez más, como planteaba
Sartre, el problema es qué haremos con lo que han hecho de nosotros. “Lo que hace a un país vivible, cualquiera
que sea, es la posibilidad que le da al pensamiento de abandonarlo” escribe
Jean-Christophe Bailly. Si no hay alternancia, la felicidad tampoco se puede
acoger. La pandemia nos mostró la caducidad de muchas cosas que creíamos
permanentes. Expuso las desigualdades de manera despiadada. El mundo ha girado
hasta convertirse en ancho y ajeno, de nuevo. Y nosotros giramos con él. La
escuela deberá girar. “…nunca hay
conocimiento independiente de la situación de cada ser humano en su mundo (…)
no hay texto sin contexto” sostiene Melich, en “Transformaciones”. La
escuela cambiará. Pero eso no quiere decir que debamos cambiarlo todo. No se
perdió todo. La escuela debe seguir hablando en plural. Debe seguir practicando
la “amorosidad”. Debe seguir propiciando el encuentro con el otro/otra/otre.
Debe seguir practicando el cuidado, el resguardo y el cariño. Debe revisar(se),
(re)pensar(se) y transformar(se). Debe recuperar la mirada y ponerla en
aquellos que no tuvieron y no tienen un entorno favorable (y es a los que la pandemia
más castigó). Debe recuperar su tiempo y su espacio. Y el mundo volverá a ella.
Un día, todos nos fuimos a dormir sin saber que cuando abriéramos los ojos, no
volveríamos al mismo mundo de ayer. A partir de ahí, todo se oscureció un poco.
La escuela salió al sostén de las familias, estuvo cuando tenía que estar y
sostuvo lo que tenía que sostener. Eso quiere decir, que ahora, en un momento
donde las cosas comienzan a tomar tinte, la escuela seguirá estando. Como dije,
no sé cómo continuarán las cosas, pero continuarán. Irán tomando color y lugar.
Como decía el siempre tan extraordinario y amado Cerati: “…puede que no haya certezas. Vamos despacio, para encontrarnos”; y
nos volveremos a encontrar.
*
Fabián Chazarreta (@Faby_aleph)
es estudiante de Letras en el Instituto Superior de Formación Docente y
Técnica Nº83 (Quilmes). Es orgulloso ex
graduado de la casa de “Slytherin”
en Hogwarts. Profesor, primero; de lengua
y literatura, después. Da clases en ESB
Nº54 (Burzaco) y da clases particulares. También hace teatro en el espacio
“Mascaras” en Solano (Quilmes). Lector
de pocos libros, muchas veces. Voluntario en el equipo de Apoyo Escolar y Acompañamiento Educativo
de la UBA (actividad que “me cambió
la vida. ¡Gracias!”). Un optimista
encubierto en las filas de los pesimistas. Un héroe: su Papá (arquitecto en
su camino literario y como profesor). Ejemplos: sus abuelos. Quizás se mude a Salta para transformarse
la vida con un proyecto como el voluntariado. Peronista: por herencia y
elección. ¡Fiel convencido de que la patria es el Otre!