martes, 18 de agosto de 2020

Recorrer senderos de análisis para repensar lo pensado y revisar posiciones que, desde una interculturalidad crítica y entendiendo a la diversidad como algo que enriquece, milite por la ampliación (y concreción) de (más) derechos y oportunidades. “Los 5 libros para tu (trans)formación” de Susana Underwood.



En este 2020, el Blog #AsíFuimosAprendiendo mantiene esta “sección” en la que referentes del campo educativo, docentes y estudiantes nos invitan a leer 5 libros que les (trans)formaron, les conmovieron, les ayudaron a repensar sus prácticas o que, por algún motivo, creen que estaría bueno que otres docentes (y otres estudiantes) preocupades por “la Educación” y los aprendizajes, los leamos.
En esta entrada es un placer publicar “los 5 libros para tu (trans)formación” de Susana Underwood *.



“Cartas a quien pretende enseñar”, de Paulo Freire (2002).
Es el primer libro de Freire que tuve, y me lo regalaron tres estudiantes de la facultad a las que ayudé con un trabajo. Hasta ese momento había leído ideas sueltas o contadas por otres, pero esta fue mi oportunidad de zambullirme y descubrir que algunas de las cosas que yo pensaba o hacía por intuición tenían un sustento teórico en alguien como Freire. Les dejo uno de los tantos párrafos que tengo subrayados, y que me costó mucho seleccionar para esta ocasión con algunos agregados míos: “El aprendizaje del educador al educar se verifica en la medida en que el educador humilde y abierto se encuentre permanentemente disponible para repensar lo pensado, revisar sus posiciones; en que busca involucrarse con la curiosidad del alumno y los diferentes caminos y senderos que ella lo hace recorrer. Algunos de esos caminos y algunos de esos senderos que a veces recorre la curiosidad casi virgen de los alumnos están cargados de sugerencias, de preguntas que el educador nunca había percibido antes. Su experiencia docente, si es bien percibida y bien vivida, va dejando claro que requiere una capacitación permanente del educador. Capacitación que se basa en el análisis crítico de su práctica”.

“Como una novela”, de Daniel Pennac (2004).
Cuando tenía 12 años “descubrí” que no iba a poder leer todo lo que se había escrito en el mundo y me produjo una gran desazón. En la escuela primaria sacaba libros de la biblioteca todo el tiempo y leía cosas que ni siquiera me interesaban mucho (ay, “Espartaco”) pero el placer, el gusto estaba justamente en leer. Es probable que en mi ingenuidad creyera que todos los libros del mundo estaban en la biblioteca escolar. Es el día de hoy que si me preguntan qué es lo que más me gusta hacer en la vida sigo respondiendo “leer”. El libro “Como una novela” es una bella obra acerca de leer, e incluye los que llama “derechos imprescriptibles del lector”, que les cuento a continuación:
  • El derecho a no leer.
  • El derecho a saltarse páginas.
  • El derecho a no terminar un libro (último libro que leí entero aunque me resultaba insoportable: “Noticias de un secuestro” de García Márquez, autor que amo, pero no en ese libro).
  • El derecho a releer.
  • El derecho a leer cualquier cosa.
  • El derecho al bovarismo (“enfermedad textualmente transmisible”, o la satisfacción inmediata de nuestra sensaciones, nuestras emociones con la lectura).
  • El derecho a leer en cualquier parte.
  • El derecho a picotear (o a abrir un libro en cualquier lado porque sólo disponemos de un momento).
  • El derecho a leer en voz alta.
  • El derecho a callarnos (o a no explicar por qué leemos algo).
Y para terminar agrego algunos fragmentos entresacados sobre el tiempo de leer:
“El tiempo de leer es siempre tiempo robado (de la misma manera que lo es el tiempo de escribir o el tiempo de amar), ¿robado a qué? Digamos que al deber de vivir. El tiempo de leer, como el tiempo de amar, dilatan el tiempo de vivir. La lectura no tiene que ver con la organización del tiempo social; es, como el amor, una manera de ser. La cuestión no es saber si tengo o no el tiempo de leer (tiempo que por lo demás nadie me dará) sino si me ofrezco o no la felicidad de ser lector. ¿Tiempo de leer? ¡Lo tengo en mi bolsillo!. 
 
“Pedagogía de la igualdad. Ensayos contra la educación excluyente”, de Pablo Gentili (2011).
Hace ya unos 15 años que trabajo en temas de discapacidad, especialmente en los vinculados con salvar los obstáculos que encentran les estudiantes con discapacidad durante su recorrido universitario. En ese tiempo fui aprendiendo que el enfoque no tenía que estar puesto en “la discapacidad” sino en “la enseñanza”, que como docentes teníamos que reflexionar sobre nuestras prácticas (y ahí se cuela Freire) para que incluyan a todes nuestres estudiantes, y que la diversidad nos enriquece. Les comparto un único párrafo (con algunos agregados míos) que me parece tremendamente poderoso. Pablo Gentili, hablando de la educación, dice “el sistema escolar, partido y dividido, lejos de democratizar su acceso, conduce a los sujetos por los circuitos que mejor se adaptan a las marcas o los estigmas que definen el tamaño de sus derechos y oportunidades. Todos tienen el mismo derecho a la educación, pero no todos tienen el mismo derecho a la escuela, por lo que los resultados de los procesos de escolarización son tan desiguales como las condiciones de vida de los grupos, las clases, los estamentos o las castas que componen la sociedad o, en términos más precisos, el mercado”. 

“La pachamama y el humano”, de Eugenio Zaffaroni (2011).
Hace ya varios años que se habla del derecho al medio ambiente, tomando ideas de las comunidades originarias. Algunos países como Bolivia y Ecuador lo han incluido en sus constituciones, sosteniendo el paradigma del Buen Vivir. En este sentido se sostiene la necesidad de entender la interculturalidad como algo que debe desprenderse de las ideas del pensamiento dominante que plantea la “tolerancia” de las culturas entre sí, y en cambio propone una interculturalidad crítica para buscar una paridad entre subalternos y dominantes. Zaffaroni plantea que “sólo remplazando el saber del dominus por el del frater podemos recuperar la dignidad humana, que importa, en primer lugar, reconocernos entre los propios humanos. La ecología constitucional, en el marco de la concepción que proviene de nuestras culturas originarias, lejos de negar la dignidad humana la recupera de su camino perdido. No se trata de un sueño regresivo a la vida primitiva sino de actuar con nuestra tecnología pero conforme a las pautas éticas originarias en su relación con todos los entes”. 

“Filosofía (y) política en la Universidad”, de Eduardo Rinesi (2015).
La Universidad comenzó hace siglos como un espacio de privilegio destinado a la formación de las elites. Si bien esa mirada sigue persistiendo en muchísimes universitaries con el correr de los años se ha comenzado a entender la Universidad como un nivel al que se tiene derecho. El politólogo y docente Eduardo Rinesi es uno de los intelectuales que reflexiona sobre los desafíos y responsabilidades actuales de las universidades en las sociedades locales y regionales. Les comparto un párrafo sobre esta mirada de derechos: “estamos sugiriendo que lo que hemos llamado ‘el derecho a la Universidad’ no es solo el derecho de los jóvenes a estudiar y aprender y a recibirse en ella, sino el derecho del pueblo a apropiarse de los beneficios del trabajo de esa institución que sostiene y que le pertenece, lo que incluye por cierto su trabajo de investigación, y estamos examinando la posibilidad de que uno de los modos de ejercicio de ese derecho colectivo a la Universidad sea la co-construcción, entre las organizaciones del pueblo y los equipos (y el gobierno) de las universidades, de la agenda de esas investigaciones”. 

* Susana Underwood es Médica Veterinaria, Magister en Salud Animal y Especialista en Docencia Universitaria con Orientación en Ciencias Veterinarias y Biológicas. También cursó una Maestría en Antropología Social y una en Docencia Universitaria, aunque no hizo las tesis. Es docente de la FCV-UBA desde 1992 y se ha desempeñado como Subsecretaria de Promoción para la Igualdad de Oportunidades (2007-2017) y  Secretaria de Bienestar Estudiantil (desde 2018) en la FCV, y como Coordinadora del Programa Discapacidad y Universidad de la UBA (2010-2018).


NdR: Esta entrada fue escrita (y editada) antes de la pandemia de covid-19, su publicación fue postergada por la situación sanitaria y, por eso, no hace referencias a la misma. Tal vez hoy sería escrita de otra forma y diría otras cosas.

martes, 4 de agosto de 2020

Une docente que hace (o intenta hacer) equilibrio en el “entre”.

        Le “docente equilibrista” había preparado su clase, había afiches, marcadores de colores y una propuesta (representar artísticamente un concepto que venían trabajando, mientras se discutía en pequeños grupos y se compartía en las redes sociales) pero le “docente equilibrista” sabe que más allá de lo planificado, las cosas “se van dando” y que (a veces) se trata de hacer lo mejor posible con “lo que hay”. Y “lo que había” ese día era sueño y resaca. No, en realidad “lo que había” ese día era estudiantes con sueños y resaca. La noche anterior había sido el #15O (por 15 de Octubre), fiesta de egresades, a la que habían asistido (naturalmente) todes les estudiantes que egresaban y muches de los otros años, incluides les de su clase.

         Le docente notó que varies estudiantes se dormían o cabeceaban y rápidamente une estudiante se acercó y le preguntó: “profe, ¿podemos tirarnos en el piso, poner las mochilas como almohadas y dormir un poco?”. Su respuesta fue “por supuesto”. Le “docente equilibrista” hace (o intenta hacer) equilibrio todo el tiempo. Camina por esa soga típica de los circos (en este caso, de “el circo escolar”) tratando de no caerse, haciendo malabares con sus carpetas, sus apuntes, sus libros, su maletín, su mochila (cada vez con más pañuelos de colores que “dicen” lo que piensa) y los recursos materiales que lleva a cada Escuela, a cada clase, a cada grupo. Ante la pregunta de le estudiante, no tuvo tiempo de pensar la respuesta. En la vorágine de la Escuela, a veces no hay tiempo para detenerse y reflexionar, hay que actuar! Pero ese “actuar” medio “inconsciente”, medio “instintivo”, medio “involuntario”, no implica que no se pongan en juego recursos, memorias de viejas experiencias, conocimientos adquiridos en la (trans)formación docente continua o ideas, principios y posiciones ya tomadas (o pensadas) de antemano.

En las clases de le “docente equilibrista” la asistencia no es obligatoria pero la presencia (un modo de estar que nada tiene que ver con la famosa “participación”) sí lo es. Ese día, en ese contexto, la asistencia era producto de la obligatoriedad (para no quedarse libres o por mandato familiar) y la presencia (o el tipo de presencia “esperada”) era, para varies estudiantes, imposible. La situación requería otro modo de percibir la escena escolar, una percepción que nazca de un estar entre las cosas y no por encima de ellas, otro modo de ver (¿mirar? ¿leer? ¿entender?) esa demanda de horas de sueño. Como dice Lapoujade, citando a Souriau (en “Las existencias menores”), percibir “no es observar desde afuera un mundo desplegado delante de uno mismo, sino por el contrario entrar en un punto de vista, como cuando uno simpatiza”. Le “docente equilibrista” intentó ponerse a la altura del acontecimiento y seguir sus vectores, sus lógicas intrínsecas, lo cual supone haber renunciado a la intencionalidad de su propia conciencia como dadora de sentido. Nada fácil, ¿no?

         Buscó recuperar cierta confianza, gestos compartidos, conversaciones que se interrumpieron pero que quieren ser retomadas y como “docente equilibrista” se mandó. Avanzó con la clase, haciendo (o intentando hacer) equilibrio. Equilibrio entre el rol docente tradicional y otro rol docente posible, entre las reglas de la Escuela y las reglas de esa clase (de “su” clase), entre lo que la Escuela espera de su trabajo y lo que sus estudiantes esperan de su trabajo, entre lo que quisiera que hagan sus estudiantes (lo que sus propuestas les invitan a hacer) y lo que sus estudiantes quieren hacer o lo que hacen habitualmente (frente a propuestas escolares que no les convocan), entre perspectivas (y lógicas) escolares y perspectivas (y lógicas) no escolares, entre “campo de posibles” y “acto”, entre la pre-existencia de un mundo exterior común y un universo de posibles que intenta crear un mundo común que no viene dado, entre las posiciones (y las representaciones) que dominan (e interpretan) “lo escolar” y los márgenes (los murmullos) que permiten percibir “el involuntario actuar”, entre la lógica del déficit y la lógica de la excesiva interpretación, entre el pensar soluciones y el pensar modos de determinar los problemas, entre el zafar (el “hacer como sí”) y el decirles (como el profesor de la película “Detachment les dice a sus estudiantes”) “estoy acá, para ustedes, voy a darles una oportunidad”.

Con quienes no dormían (porque no habían ido a la fiesta o porque “nos la bancamos, profe, incluso con sueño, preferimos hacer la actividad”) empezó a desarrollar la propuesta, esa que estaba “de antes” pero lo novedoso (lo “vivo”, lo inesperado, el pedido -y la necesidad- de dormir en clase) obligó a redescubrirla y a pensarla como potencia, como posibilidad, de recorrer los grupos que trabajaban (entre “escombros”, mochilas, estudiantes durmiendo, afiches, marcadores, libros, notebooks con esquemas), haciendo equilibrio entre cuerpos y objetos evitando caerse y lastimar su propio cuerpo. Ese cuerpo que se cansa, que se sobre exige, que se queda afónico, que sintomatiza una “insoportabilidad” que (a veces) inunda nuestro transitar por la Escuela. Ese cuerpo que elige con qué sensibilidad meterse entre las cosas (y entre les estudiantes), cómo le resuena el contacto con lo que incomoda, qué lectura hacer de lo que (le) ocurre, cómo intervenir, qué se (le) con-mueve. Y ahí estaba haciendo (o intentando hacer) equilibrio, conversando con les estudiantes sobre el tema del día pero también sobre las fiestas de egresades, el consumo (a veces excesivo) de alcohol, la exigencia de la Escuela (y de sus familias), la asistencia y las “presencias”, nombrándolas de otra manera, confirmando que lo escolar es nombrado desde categorías que no reflejan lo vivo de lo múltiple y lo mutante de lo escolar y que necesitábamos otras maneras de (pensar y) nombrar en esa “experiencia” compartida.

         Lo que surgió ahí no fue “materia prima” para futuras clases, fue la clase, no fue la clase planificada (¿esperada?), fue otra clase, fue una clase Otra, pero fue una clase. Y el “resultado” (tal vez no el “deseado” pero el que se logró al vivir ese aula abordando “lo que hay”) fue ése: algunes pibes que durmieron usando sus mochilas como almohadas (esa fue su forma de “estar” ese día), pibes que hicieron bellísimos afiches sobre el concepto que se estaba enseñando (y, tal vez, aprendiendo) mientras reflexionaban y conversaban (entre elles y con le docente) sobre el tema de la materia y sobre otras cuestiones (igualmente importantes y significativas) que les atravesaban ese día y une “docente equilibrista” que aprendió muchísimo, en una mutua activación de experiencias, tejiendo y destejiendo diferentes sentidos y tratando de escuchar la escuela para habitarla de otro modo, no para interpretarla o intervenirla sino escucharla para experimentarla.


NdR: Esta entrada fue escrita (y editada) antes de la pandemia de covid-19, su publicación fue postergada por la situación sanitaria y, por eso, no hace referencias a la misma. Tal vez hoy sería escrita de otra forma y diría otras cosas.