Desde 2014 el Blog viene publicando textos que reflexionen sobre “cómo
aprendemos”. Como dijimos en varias entradas anteriores pareciera ser que much@s docentes creemos (con las mejores
intenciones) que debemos ser facilitadores de los aprendizajes y obramos o
creemos que obramos (en consecuencia) con el objetivo de que nuestr@s
estudiantes aprendan.
Sin embargo, no
tenemos muy en claro “cómo se aprende”, qué hacen nuestr@s estudiantes para
aprender, cómo hacen nuestr@s estudiantes para aprender los contenidos
(disciplinares, actitudinales y de procedimientos) de nuestras materias.
Es por eso que nos proponemos darle una vuelta de
tuerca a esta reflexión a partir de relatos,
en primera persona, que den cuenta de cómo aprendemos o cómo aprenden l@s
estudiantes, con el objetivo de ser mejores facilitadores de esos
aprendizajes (cada vez más significativos) en nuestr@as estudiantes, cada vez
más autónomos. En este caso la reflexión es a partir del relato que gentilmente
escribió Magalí Farías *.
Cuando Magui
reflexiona sobre cómo aprende contenidos
académicos empieza por diferenciar tipos de contenidos, tipos de materias,
tipos de aprendizaje: “en principio considero que
cada materia tiene su forma de estudiarse y que no todos consideran útil la
misma estrategia. Me resulta práctico para las materias que tienen mucho
contenido para memorizar armar pequeños cuadros sinópticos con pocas letras
(prescindiendo de las palabras) de manera tal que quedan como ‘a completar’
mentalmente. Por el contrario en las materias con mucho contenido ‘razonable’
me preocupa entender las bases simples”.
Magui rescata el valor que tiene el esfuerzo, menciona varias estrategias para estudiar (como los
cuadros sinópticos o las reglas nemotécnicas) pero pone en duda que eso “sea aprender”: “si
bien es cierto que tenemos algunas facilidades innatas que nos hacen más amena
la tarea de incorporar nuevos conocimientos, para algunas debemos esforzarnos
más. Así es que surgen diferentes maneras de intentar retener lo que la escuela
o la facultad nos exige saber para una determinada fecha, o el contenido que se
pretende evaluar. Y así nacen los cuadros sinópticos, cuadros comparativos,
textos resaltados en mil colores, dibujos, pequeñas fichas, resúmenes en pocas palabras o letras solamente, reglas
nemotécnicas e inclusive solo leer, cerrar los ojos y repetir. Todas técnicas
para convencernos de que es poco lo que hay que saber y podemos con ello. No me
termino de convencer de que eso es definitivamente aprender”.
En las palabras anteriores se advierte el valor
que tienen para Magui la variedad de
estrategias y el uso que l@s estudiantes hacen de los resúmenes, las guías de
estudio, los cuadros sinópticos, los dibujos o la repetición. ¿Cuántas de nuestras propuestas didácticas o
de las actividades que (habitualmente) les proponemos a nuestr@s estudiantes
involucran la utilización de éstas u otras herramientas facilitadoras de los
aprendizajes? Y ya que estamos en “tono preguntón”, ¿Se dieron cuenta que en su relato (hasta acá) en ningún momento habla
de l@s docentes (ni de las prácticas de enseñanza) cuando cuenta “cómo
aprende”?
A la hora de pensar en otros tipos de
aprendizajes, Magui sí empieza a
incluir a “los Otros” (aunque
todavía sin diferenciar el aprender “con” Otros del apender “de” Otros),
cuestión que retomará después cuando profundice sobre los aprendizajes
académicos: “en la cotidianeidad hay muchas cosas
que aprender y así como aprendemos muchas cosas por nosotros mismos, de
nuestras propias experiencias, es imprescindible resaltar el rol de las
personas que nos acompañan. Tiendo mucho a aprender de otros, aprendí a andar
en bicicleta, a jugar al futbol, a manejar ciertos programas de computación y
hasta a hacer origami de mis hermanos. Aprendí a cocinar con mi abuela, a
manejar con mi mamá y a jugar al vóley con una de mis mejores amigas”.
A la hora de pensar, de manera comparativa, los
aprendizajes “académicos” y “no académicos”, Magui insite en la presencia de Otro y en los vínculos que se
construyen al aprender pero destaca la necesidad de momentos “de soledad“, en
donde el diálogo es con un@ mism@ y ahí “se aprende”: “repensando
todo lo escrito hasta ahora, sería hipócrita no reconocer el rol del otro en el
aprendizaje pero sin embargo me resulta útil practicar o leer sola. Hace poco
comprendí que estar solo en ocasiones es sano e incluso enriquecedor para
nosotros, tan solo pensar o reflexionar. Veo común a ambos aspectos repetir,
volver sobre lo mismo e intentar de ‘adueñarme’ de un conocimiento, de una
historia; de una técnica. Entiendo mi mente como lógica, creo que para todo hay
razones y no siempre es así. Es lindo notar esa desestructuración, que nos
rompe los esquemas mentales que tenemos, nos marea, nos confunde e intriga.
Considero que es una de las mejores formas de aprender, salir de nuestras
posiciones cómodas, tanto lo académico como en nuestra vida fuera de ese ámbito”.
Finalmente, Magui
nos deja su propia concepción de
este término sobre el que se pregunta y sobre el que reflexiona y ubica el “aprender” muy cerca de lugares o
momentos que implican motivación,
curiosidad, vínculos y diálogos con Otros: “para
aprender creemos que necesitamos tiempo, no siempre nos lo damos o creemos no
tenerlo. Capaz aprendemos una enzima porque inventamos un baile para ello,
aprendemos fechas de historias de nuestros abuelos o aprendemos a andar en
bicicleta solo por pasar una tarde con nuestros hermanos por lo que no me
convence que el tiempo es un factor limitante. Si bien a lo largo de esta
reflexión no logré armar una definición para lo que considero que es aprender o
cómo lo hacemos, nuestra mente elige a que ponerle atención, supongo que hay
motivación, curiosidad y hasta una cuestión de vínculos que nos llevan a
conservar esos datos o procedimientos. Aprender no es memorizar, no es ese
conocimiento que nos abruma y mucho
menos esa última línea de texto que leemos antes de entrar a un parcial.
Supongo que aprender es la capacidad de hacer un pensamiento propio, conociendo
sus principios, su lógica o método. Sabemos que aprendemos cuando manejamos un
cierto conocimiento pudiéndolo repensarlo buscándole ‘una vuelta de tuerca’
más, cuando no debemos exigirnos para recordarlo y podemos abstraerlo a otros
momentos o disciplinas. Pienso que uno es consciente, al momento de estudiar,
aquello que aprende y lo que memoriza o sabe momentáneamente… No se aprende
todo lo que se lee, resume o resalta o practica... Aunque si considero que
aprendemos en el diálogo con el otro”.
* Magalí Farías es estudiante de Veterinaria
en la Facultad de Ciencias Veterinarias
de la UBA, ayudante de Química
Biológica, no tiene mascotas (cree en la tenencia responsable), intenta
mantener una dieta mediterránea, le
encantan los sábados de flojera, ama
la competencia, la vida al aire libre y lo impredecible. Futuros títulos: Veterinaria.
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