Las
secciones anteriores de esta trilogía
(Primera
Parte y Segunda
Parte) estuvieron basadas principalmente en analizar críticamente lo que ocurre en gran parte de las aulas del
sistema educativo del estilo más tradicional. Esta última parte intenta reflexionar sobre uno de los puntos de
convergencia de las dos formas contrastantes de pensar y entender la docencia.
Si bien difieren en los objetivos y en la mayoría de los recursos didácticos y
pedagógicos que emplean, los docentes
más tradicionalistas y los innovadores coinciden en la importancia de la
planificación de sus clases.
Es
común observar en los docentes más conservadores, al menos en aquellos que
encaran su rol con objetivos concretos, clases
que consisten en un camino claramente demarcado y prácticamente inflexible.
A lo largo de ese camino ellos guían y los estudiantes “siguen” sin alejarse,
aparentemente, del recorrido propuesto. El
espacio concedido a la libertad de reflexión sobre lo que se estudia en esa
ruta es habitualmente limitado o reducido a un momento particular. En ese
contexto, la planificación de la clase
consiste en un tiempo prudencial ocupado por la voz del docente acompañada con
los recursos didácticos elaborados por él mismo y un mínimo tiempo en el
cual el estudiante puede resolver algunos problemas intentado aproximarse lo
más posible a lo escuchado previamente, sin
salirse en ningún momento del camino. Los problemas, a su vez, suelen estar
planteados para que las conclusiones y reflexiones de los estudiantes no sean
otras que las expresadas por el docente durante su desarrollo previo del tema
del día.
Los
docentes más innovadores, por otro lado, procuran darle a sus estudiantes más libertad para que elaboren sus propios
recursos didácticos, para que un mayor tiempo de la clase puedan discutir y
reflexionar individualmente o en grupo y para que procuren integrar
contenidos y luego exponerlos ellos mismos, escuchándose por ende un poco más
su voz y menos la del docente. De cualquier forma, la clase no deja de tener una planificación y una estructura apenas más
flexible que la del estilo tradicional. En algunos casos, incluso, el
docente incurre en la práctica de desarrollar en el pizarrón lo que se hará
durante la clase paso por paso con tiempos delimitados con precisión. El camino, entonces, si bien permite mayor
posibilidad de discusión, no deja de ser propuesto y demarcado por el docente.
De
esta forma, con diferentes objetivos e intenciones, en ambos modelos el protagonista y líder es el docente. Es quien
propone, quien marca el camino, quien guía y cede más o menos tiempo a los
estudiantes para pensar o elaborar. Ninguno
de los dos estilos plantea que sea el estudiante quien realmente decida qué
camino seguir, escasamente le brinda la posibilidad de conocer la
existencia de más de un camino y de escoger entre ellos. La planificación representa entonces una ficción en la cual lo que
ocurre en el ámbito del aula es seguro, concreto y limitado en el tiempo.
Esa ficción no permite que los estudiantes desarrollen las herramientas para
enfrentar un mundo exterior cambiante e incierto en el cual gran parte de las
decisiones que tomen y el o los caminos que construyan, así como los resultados
que obtengan, serán su responsabilidad.
La
propuesta de este artículo, y de la trilogía en su totalidad, es intentar como docentes que la mayor parte
de las decisiones sobre lo que sucede en el aula estén a cargo de los
estudiantes. Sin duda es una tarea difícil ya que no estamos habituados a
eso ni hemos tenido la preparación para llevarlo a cabo. La manera de
aproximarnos a esa idea es dejar de
elaborar planificaciones y estructuras tan rígidas y arriesgarnos a ir al aula
dispuestos a que los estudiantes decidan qué y cómo se discutirá. Tenemos
que dejar de lado la idea que la clase tiene contenidos y tiempos
imprescindibles. Debemos animarnos a
perder el control y enfrentar el temor a la incertidumbre. De esa forma el aula será más parecida al mundo real que
a ese espacio ficticio en el cual todos, docentes y estudiantes, nos sentimos
seguros.
* Sergio Morado (@SergioMorado1)
es docente/investigador en la cátedra de Química Biológica de la Facultad
de Ciencias Veterinarias de la Universidad
de Buenos Aires. Es un ferviente apasionado de la música y la literatura, y un gran admirador
del Emperador Napoleón.