Hubo muchos
aprendizajes el año 2020.
En lo personal, creo que algunos venían siendo parte de mis revisiones permanentes como tecnóloga educativa y otros se volvieron más palpables, más evidentes, más relevantes.
Van algunas ideas: la selección curricular (decidir qué vale la pena ser enseñado y a través de qué modalidad); el diseño de actividades que tengan sentido y relevancia en relación con las trayectorias e intereses de nuestros/as estudiantes y no solo porque “son temas que hay que enseñar”; entender las actividades situadas y contextualizadas en relación con el nivel educativo al que hacen referencia, a la especificidad disciplinar; a los recorridos estudiantiles y teniendo en cuenta que los tiempos de aprendizaje son diversos y variados; el entramado de lo social, lo cognitivo y lo emocional en toda su complejidad y expresiones múltiples; el sentido de la evaluación y sus indicadores de aprendizaje para la retroalimentación permanente; qué entendemos por democratización e inclusión (cuáles son las expulsiones menos visibles que siguen vigentes); la hibridación de formatos y lenguajes para la diversidad de trayectorias y contextos educativos (cuadernillos, podcast; infografías, audiovisuales; lúdicos y transmedia); la importancia de generar colectivos que se re-piensen y conciban de otra manera el “habitar” la institución educativa; colectivos creativos que inviten a diseñar propuestas de nuevo tipo sin sobrecargas en lo que implica el trabajo docente y con relevancia política, social, cultura y epistemológica.
Mucho de esto llegó para quedarse: el debate acerca de la inclusión digital, su democratización y mapa político; el sentido de la enseñanza (saberes, trayectorias, espacios físicos y virtuales, materiales didácticos, plataformas, estrategias, actividades de aprendizaje, evaluación); la no neutralidad de las tecnologías y sus visiones críticas e interpeladoras (debates sobre plataformas; la “humanidad aumentada”, el mundo y el ultramundo); los colectivos docentes, no docentes, conducción institucional (sus inspiraciones, redes, creaciones; micropolítica; condiciones para la innovación y transformación educativa); lo vincular (la comunicación; la escucha, la empatía, el seguimiento de cada estudiante y del grupo estudiantil en su conjunto; lo emocional, el sostén, “el otro” en su totalidad); los aprendizajes (qué significa aprender; cuándo y cómo se aprende; cómo sabemos que se está aprendiendo; cuáles son indicadores de comprensión; de transferencia, etc.).
Considero que tanto en la modalidad presencial como en la modalidad virtual hay que comprometerse a generar experiencias únicas, que dejen huellas memorables por su riqueza y valor educativo. Es por eso que es importante reconocer las características de estas experiencias cuando hay mediación tecnológica y en la presencialidad. Requiere que pongamos toda nuestra cabeza y corazón pedagógicos para generar este tipo de experiencias diferenciadas y únicas. La presencialidad no la pensaría únicamente como un “compensatorio” para quienes no tienen Internet. Tenemos que garantizar Internet y dispositivos para todes desde la política educativa. Lo presencial para la construcción de vínculos; grupalidad; construcción de trayectorias diferenciadas con indicadores de seguimiento de procesos (que necesitan de la presencialidad para su consolidación); para propuestas que articulen con prácticas que requieren de un estar situado en un contexto específico y por el tipo de saber que involucran). En la virtualidad se pueden diseñar prácticas interactivas, creativas; con explicaciones potentes; con producciones variadas y multiexpresivas; se puede trabajar en pequeños grupos; combinando encuentros sincrónicos con actividades asincrónicas; se pueden documentar procesos y generar experiencias únicas también.
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Carina Lion (@carinalion)
es Doctora en Educación, UBA. Docente de Educación y
Tecnologías y de Comunicación y Educación en la Carrera de Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Docente en maestrías y doctorados nacionales e
internacionales. Consultora en temas
de tecnología educativa en escuelas,
universidades y organismos no gubernamentales. Investigadora en el IICE,
FFyL, UBA. Fue directora de UBA XXI y del CITEP, UBA. Autora de numerosas publicaciones en el campo de la tecnología educativa. Fan de
los videojuegos serios en los que incursiona como desarrolladora. Madre de
tres hijes maravilloses y apasionada por
el tenis.