En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 29 de Julio de 2014:
Hace unos años estaba preparando la presentación “Mitos y realidades sobre la tarea de Matemática y algunos tips para ayudar a l@s chic@s a que (la entiendan y) la hagan” y escribí una frase que hoy retomo que decía así: “Este año me tocó trabajar ese concepto con estudiantes de cuarto año de una Escuela que está en construcción, en todo sentido. En el sentido ideológico, pedagógico y, también, edilicio”. Sacada de contexto, la frase parece tener poco sentido pero les propongo seguirme en la lógica que tratará de dotarla de significación.
El tema es así, como soy (entre otras cosas) una persona obsesiva, una vez que sé el tema de una charla, indago sobre las características del auditorio y conozco el lugar físico en el que se desarrollará; preparo detalladamente mis intervenciones a punto tal de escribir un “speech” (lo suficientemente) flexible pero a la vez estructurado con lo que pienso decir en la presentación antes de decidir los medios (audiovisuales o no) que usaré y de practicarla algunas veces para ajustar tiempos, ideas y demás.
En aquella ocasión pensaba destacar, en determinado momento de la charla, la importancia del uso de las analogías y los ejemplos y ¿qué mejor forma de hacerlo que usando un ejemplo real de mi práctica docente? Se me ocurrió entonces relatar el efecto que había logrado la comparación del rol del sitio activo en la actividad enzimática (y en el descenso de la energía de activación) con un juego imaginario que suponía a dos estudiantes reales (en aquel cuarto año “A”, eran Ian y Juani) interactuando primero en el aula entera y luego en lo que en ese momento denominé “proyectos de placares” porque (aún) no tenían puertas. En la charla, que no era en la Escuela Agropecuaria de la UBA ni con gente de dicha Escuela, tuve que aclarar porqué (aún) no tenían puertas y se me ocurrió la idea de “una Escuela en construcción”.
Lo cierto es que en este texto me propongo retomar la frase “Una Escuela que está en construcción, en todo sentido. En el sentido ideológico, pedagógico y, también, edilicio” porque no me parece un dato menor.
No voy a escribir sobre lo que significa “estar en obra” (estudiantes, padres, docentes y autoridades de la Escuela Agropecuaria lo sabemos más que bien) ni sobre lo complicado que pueden resultar algunas cuestiones relativas a “lo edilicio” sino sobre algo (que espero sea) más interesante y más profundo: la construcción identitaria de la Escuela así como la subjetivación pedagógica y la construcción de sentido que de ella se desprenden.
Ya en 1972, Peter Berger y Thomas Luckmann nos ayudaban a pensar, en su libro “La construcción social de la realidad”, la idea de una realidad que se construye (y se transforma) social y colectivamente. Como ocurre con esta Escuela que desde hace algunos años se construye, se reconstruye y se transforma social y colectivamente, casi como un sueño hecho realidad.
Y son los sueños (y más aún los sueños colectivos) los que nos motivan y los que nos mueven. Me acuerdo cuando hace varios años hablaba con Miguel (Brihuega, hoy Director de la Escuela de Educación Técnico Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y Agroalimentaria) y lo escuchaba soñar esta Escuela; como hablamos hoy (que tengo la suerte de ser parte) a meses de “despedir” a nuestra primera promoción de egresad@s, y nos encontramos, otra vez, soñándola. La realidad es transformable pero son nuestras utopías, nuestros sueños (los chiquitos y los gigantes) los que nos ayudan a caminar y nos movilizan hacia acciones concretas para transformarla. Como dice el gran escritor latinoamericano Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”
Pero en este caso, no estamos hablando de una Escuela cualquiera. Estamos hablando de una Escuela que se da el lujo, por su doble condición de escuela agropecuaria y escuela universitaria, de (intentar o pretender) facilitar, en sus integrantes (estudiantes y docentes), aprendizajes particulares de una enorme relevancia para su (trans)formación personal y colectiva. Y esos aprendizajes también se construyen, como la Escuela. Pero aquí hay una diferencia importante. Hace mucho que sabemos que el aprendizaje (como el conocimiento) lo construimos las personas (docentes y estudiantes) pero si esos aprendizajes se construyen “dentro” de l@s docentes o de l@s estudiantes, entonces somos l@s docentes o l@s estudiantes l@s que “nos construimos”. Sin embargo, a diferencia del edificio en donde hoy funciona la Escuela de Educación Técnico Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y Agroalimentaria, las personas (docentes y estudiantes) ya existíamos, no podemos “construirnos de nuevo”, entonces, nos “re-construimos”, en nuestra permanente (trans)formación personal y colectiva.
Y es aquí donde preferiría separar la parte edilicia de la otra. Es cierto que en donde hoy vemos este edificio en el que día a día se entablan vínculos, se construyen identidades y se (trans)forman personas, antes no había nada (o en realidad había una especie de galpón sin terminar en el que hacíamos las indescriptibles fiestas del Centro de Estudiantes de Veterinaria a fin del siglo pasado y principios de éste) pero son esas transformaciones que ocurren día a día las que hacen que este espacio siga en constante e infinita (re)construcción y esa es “nuestra realidad”, la de sabernos un espacio dinámico, modificable y de (trans)formación permanente.
Es por eso que hoy puedo decir, con orgullo por ser parte de ella, e invirtiendo la lógica de algunos spots publicitarios, que la Escuela de Educación Técnico Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y Agroalimentaria más que una realidad, es un sueño en construcción…