"No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige", Arthur Schopenhauer.
En cualquier emprendimiento que uno realice lo primero a plantearse es, sin duda, los objetivos. Esos objetivos deben adaptarse a los recursos con los que se cuenta, pero a menudo también suelen estar limitados por circunstancias externas. En determinados casos, los objetivos pueden ser establecidos en forma unipersonal y en otros por una discusión y puesta en común grupal. De cualquier forma, deberían ser el fruto de una profunda reflexión sobre el camino a seguir y ser respetados en cada acto de toma de decisiones posterior.
Los proyectos educativos que constituyen los cursos de las asignaturas universitarias parecen en ocasiones estar al margen de esos preceptos. Esto se debe, por un lado a que los objetivos propuestos en los programas no son revisados y puestos en discusión con asiduidad para determinar si se corresponden o no con los objetivos de la carrera y con lo que la sociedad demanda de los profesionales formados. Por otro lado, se debe también a que los docentes a cargo de las clases desconocen, en muchos casos, los objetivos de la asignatura en el marco de la carrera a la que pertenece.
La grave consecuencia de esa falta de claridad y comprensión de los objetivos es que los estudiantes suelen quedar sujetos a los objetivos propios de cada docente. Así, se terminan priorizando cuestiones u opiniones personales no sólo en el momento de la clase sino también en las instancias de evaluación. En ese contexto, es habitual observar cursos en los cuáles, si bien los contenidos de la asignatura no son soslayados, sí se desestima el desarrollo de las competencias y las actividades de relación o elaboración de conceptos necesarias para transformar a los estudiantes en profesionales. En esos cursos el estudiante universitario suele verse forzado a presenciar clases que avanzan como un barco a la deriva, en las cuales no hay una jerarquización de conceptos ni una integración de contenidos. Así mismo, no es poco común encontrar exámenes en los cuáles la prioridad no es evaluar los conceptos centrales de la asignatura o la capacidad de comprensión y relación, sino analizar la cantidad de contenidos acumulados por los estudiantes mediante preguntas que sean de fácil y rápida corrección para los docentes.
Por estar en una etapa formativa, los estudiantes pueden confundir (los objetivos) y creer que el único objetivo consiste en incorporar los contenidos mínimos para aprobar las asignaturas. Los docentes no pueden caer en esa confusión. Es necesario que los docentes universitarios comprendamos que el objetivo principal de cada carrera es formar profesionales competentes y autónomos que tengan la capacidad para aplicar los conocimientos adquiridos, mantenerse actualizados y generar nuevos conocimientos. Ese objetivo debe tenerse en consideración en cada intervención educativa presencial o no presencial.