Este texto
es un grito.
Es un grito desesperado, un grito desde el dolor,
desde la angustia, desde la bronca.
Pero para empezarlo de una manera más superficial
(ya habrá tiempo -y espacio- para intentar dotarlo de profundidad y de sentido)
arranquemos con un viejo y conocido
chiste:
Un médico
español recibe a un paciente de unos 75 años que le trae los resultados de sus
últimos estudios. El médico le dice que los resultados están más que bien y
empieza con las preguntas de rigor, que el paciente va contestando una a una.
-
¿Duerme bien? ¿Cuántas
horas?
-
Lo normal.
-
Bueno, pero ¿qué es “lo
normal”?
-
Y, unas 6, 7, 8 horas
diarias.
-
Está muy bien. Y ¿hace
ejercicios?
-
Lo normal.
-
Bueno, pero ¿qué es “lo
normal”?
-
Y, salgo a caminar una
hora unas 2 o 3 veces por semana.
-
Está muy bien. Y ¿se le
cansa la vista? ¿cuánto lee?
-
Lo normal.
-
Bueno, pero ¿qué es “lo
normal”?
-
Y, media hora todas las
noches y casi un libro por fin de semana sin ningún problema en la visión.
-
Está muy bien. Y ¿mantiene
relaciones sexuales?
-
Lo normal.
-
Bueno, pero ¿qué es “lo
normal”?
-
Y, unas 2 o 3 veces por
año.
-
Bueno, la verdad es que por
su edad no está tan mal pero para un hombre como usted, con estos resultados en
sus estudios, con su vitalidad y con todo lo que me dijo, 2 o 3 veces por año
no parece ser “lo normal”. “Lo normal” sería hacerlo bastante más que eso.
-
Sí para usted que es médico
en Madrid pero no para mí que soy Obispo en Cataluña.
Como dijimos al principio, este texto viene a
gritar: “No, a la normalidad!!!”
Viene a relativizar la idea de normalidad, que
sería deseable extirpar de nuestro vocabulario.
Como dice Zygmunt
Bauman:
“Normalidad”
es un sustantivo ideológicamente procesado para designar a la mayoría. El
“procesado ideológico” se refiere a una superposición del “debería ser” sobre
el “es”. Cuando se superpone una diferencia de calidad sobre una diferencia de
cantidad, y esto se aplica a las relaciones humanas, las diferencias del número
se reciclan y convierten en un fenómeno (que, a la vez, se presume y se
practica) de “desigualdad social”.
Este texto viene a proponer(nos) pensar una Educación que,
definitivamente, rompa con esa idea de
normalidad.
Ocurre que en Educación nos hemos metido, tal vez
sin querer (y tal vez con las mejores intenciones originales) en un problema “de lenguaje”. Y sí,
probablemente todos los problemas sean, en el fondo, un problema “de lenguaje”
pero en este caso, parece ser más que evidente. Resulta ser que “somos tod@s iguales” (aunque como dice
Inés Dussel -parafraseando a Orson Wells- “algún@s seamos más iguales que
otr@s”), pero al mismo tiempo, repetimos hasta el cansancio que “somos tod@s
diferentes” o “diversos”. Sin embrago, cuando “conviene”, celebramos esa
diversidad, esa diferencia y cuando “conviene”, invocamos “la igualdad” (idea
que, tal vez, retomemos más adelante en otro texto).
Ahora bien (o mal), aún con las “resoluciones” que
no compartimos pero que “la Educación” cree darle a este problema “de
lenguaje”, algo no parece querer moverse
o cambiarse: la idea de normalidad y, por oposición, la falta (curiosamente
es la misma palabra que usamos como sinónimo de “infracción” o “error”) de normalidad.
Una de las cuestiones en que coinciden vari@s de
l@s que más han estudiado el tema es la centralidad que ha tenido en sus
trayectorias y en sus (trans)formaciones, el momento en que alguien le preguntó
(angustiosamente, casi como un suplicio) a algún “experto en normalidad” (como
l@s médic@s, l@s psicólog@s o los sacerdotes, por citar algunos ejemplos) si
algo o alguien “era normal”.
Es casi imposible, en el espacio que brinda una
entrada de Blog, profundizar sobre las
implicancias que esto tiene para l@s considerad@s (a)normales. Dejamos esa
tarea para cada un@ de l@s lectores y avanzamos en la idea que pretendemos
utilizar como disparador para la reflexión sobre nuestras prácticas.
Es probable que a esta altura much@s de l@s
lectores estén pensando en los mal llamados “casos extremos”, cuyas historias
nos conmueven (y nos interpelan) y sobre l@s que much@s creen
(equivocadamente), que habría un límite (siempre caprichoso) más claro pero nos
proponemos quedarnos “más acá”, sí, más cerca, para hacerlo más difícil, más
desafiante.
Aún en l@s
que supuestamente somos “más iguales”, como dice el título de ese gran programa de
canal Encuentro “Iguales pero diferentes”,
(re)aparece la idea de normalidad y con
ella, otra vez, su contracara: la falta de normalidad.
Lamentamos
desilusionar a aquell@s docentes a quienes esta idea les proporcionaba algún
tipo de seguridad a la hora de tomar (ciertas) decisiones, que la normalidad no
existe, más que como una (mal)intencionada construcción político ideológica de
dominación,
y que es hora de que eliminemos este
concepto de nuestros principios pedagógicos, de nuestros objetivos, de los
fundamentos de nuestras prácticas docentes y, fundamentalmente, de los
fundamentos y los criterios de nuestras evaluaciones.
Este texto es un grito que nos invita a
(re)pensarnos como docentes (y estudiantes) rompiendo con la idea de
normalidad, de normalidad "como norma", como igualdad (en términos de resultado y
no de principios), como regla, como homogeneidad.
Este texto es un grito que espera ser escuchado: “No a la normalidad!!!”