martes, 27 de noviembre de 2012

Homogeneizando la desigualdad. Por Sergio Morado*

Una de las cuestiones que más parecen preocupar a algunos profesores universitarios, y que ha tenido un nuevo auge a partir de la acreditación de las carreras por la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), es la “homogeneidad” de las cursadas. ¿Qué significa este término para ellos? Básicamente que, al menos dentro de la misma asignatura, las clases de todas las comisiones tengan la misma estructura y determinados contenidos mínimos.

          La primera crítica que puede hacerse a esta cuestión es que plantear la discusión de esa forma, implica seguir poniendo el foco en el contenido y la información brindada durante la clase. Sin embargo, hay un problema aún mayor. Quienes plantean la “homogeneidad” en estos términos ignoran, consciente o inconscientemente, a quienes deben ser los protagonistas del aula: los estudiantes.

         Establecer la misma estructura y las mismas estrategias didácticas y pedagógicas en diferentes turnos, con estudiantes que tienen distintas condiciones socioeconómicas y culturales, diferentes intereses/motivaciones y aptitudes/dificultades propias relacionadas con su formación previa, es no solamente inequitativo sino también injusto. Seguir planificando las cursadas de esa manera simplemente incrementa la desigualdad de oportunidades entre los estudiantes. En definitiva, ese planteo sólo logra “homogeneizar” las diferencias que se observan en la sociedad, que se repiten (como consecuencia de ellas) en un aula universitaria.

         Estructurar y planificar las clases de la misma manera, aún ante diferentes condiciones, seguramente “deje tranquilos” a los docentes más tradicionalistas. No es la intención de este texto juzgarlos. Su práctica no es más que la reproducción de la manera en que fueron formados, por un sistema educativo aún pensado para la dominación. Por lo tanto, erradicar completamente esas prácticas implica un cambio radical, que difícilmente pueda ser llevado a cabo en poco tiempo.

         El desafío que tenemos como docentes es comenzar a plantear el objetivo de “homogeneizar” las oportunidades básicas de los estudiantes para transformarse en profesionales y ciudadanos críticos, en lugar de seguir pensando en la “homogeneidad” de contenidos. El primer paso para cumplir ese objetivo es conocer a los estudiantes y plantear estrategias didácticas y pedagógicas dinámicas y flexibles centradas en (y adaptadas a) ellos.


 * Sergio Morado (@sergiomorado1) es docente en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA, becario doctoral de CONICET y ferviente apasionado de la música y la literatura.

martes, 20 de noviembre de 2012

Somos minoría, lo dice la Biología!

En alguna entrada anterior (“Es sólo una cuestión de actitud”), planteamos la preocupación de sabernos minoría, más allá de la edad, la disciplina, el nivel, la antigüedad, etc… En esta entrada, proponemos una (posible) mirada diferente a las que planteamos en general: una mirada biológica!

En un muy buen libro de la colección “Ciencia que ladra” (colección que recomendamos fuertemente), “Sexo, drogas, Biología y un poco de rock and roll”, su autor Diego Golombek intenta entender, desde el punto de vista de la Biología, entre otros comportamientos humanos, algunos tan “particulares” como el hecho/mito de que los varones “elijan” mujeres jóvenes o que las mujeres “elijan” varones con dinero.

En este texto nos proponemos hacer algo parecido para acercarnos a otra (posible) forma de (intentar) entender la “soledad” que, a veces, sentimos l@s docentes preocupad@s por reflexionar sobre nuestras prácticas para mejorarlas y así facilitar (cada vez más) aprendizajes (cada vez más) significativos en nuestr@s estudiantes, cada vez más autónomos.

Parece ser que biológicamente es así!

Hace un par de años en una charla en la Sociedad Argentina de Biología, el Dr. Lino Barañao (actual Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la República Argentina) hizo un análisis similar sobre “los investigadores científicos” para intentar entender su “comportamiento”. El Dr. Barañao contaba que en una determinada población (por ejemplo un determinado grupo de aves que habitan un determinado lugar y realiza -año tras año- determinada migración), un 90% hace exactamente lo mismo que el año anterior y un 10% “busca” nuevos horizontes. Esto tiene una lógica: si todas las aves hicieran “lo de siempre” y, por algún motivo, ese lugar no estuviera “disponible” (por ejemplo, por un incendio o algún otro desastre natural) se terminaría la especie o, al menos, ese grupo de aves no dejaría descendencia. Por el contrario, si todas las aves buscaran “nuevos rumbos” podría, obviamente, perderse todo su acervo genético. La biología nos dice que esa proporción (90/10) se repite en infinidad de estos ejemplos, como se repite la proporción áurea en numerosos ejemplos naturales o “sociales”.

Sería como si l@s docentes instintiva e inconscientemente creyéramos que si tod@s hacemos “lo mismo de siempre” podría ser que no haya avance alguno ni posibilidad de superación y si tod@s intentáramos innovar podría ser que “no funcione” y “todo se pierda”.

Claro que tanto en Biología como en Pedagogía, todo esto es más complejo, que no todos los cambios (mutaciones o innovaciones pedagógicas) son beneficiosos y “se fijan” o merecen persistir (como lo hicieron nuestros pulgares opuestos) pero, afortunadamente, esos cambios ocurren todo el tiempo y son el motor que, lenta y silenciosamente, nos permite “evolucionar”.

Es cierto que esos cambios ocurren en un porcentaje bajo de individuos y que muchos de ellos no se fijarán porque, como ya dijimos en una entrada anterior, el valor de un cambio (o de una estrategia metodológica innovadora) está en el cambio mismo (en su valor intrínseco) y no en el hecho de que sea novedoso. Si además de ser novedoso fuera útil, entonces tendrá más chances de perdurar, de incorporarse al “acervo genético”, a nuestras prácticas, a nuestra vida.

El comportamiento de las aves de las que hablaba el Dr. Barañao es instintivo, inconsciente e innato pero nuestras prácticas no lo son o, al menos, no deberían serlo. De todas maneras, la metáfora nos puede ayudar a seguir pensando y reflexionando sobre las prácticas educativas, sobre sus consecuencias en los aprendizajes de nuest@s estudiantes y sobre nosotr@s mismos.

Afortunadamente existen esas aves que no migran al mismo lugar que el resto. Afortunadamente existen esas aves que no hacen “lo mismo de siempre”. Afortunadamente existen esas aves que, a riesgo de no lograrlo, intentan otra cosa, algo nuevo, algo diferente, algo que puede lograr (hacer) una diferencia real, un cambio sustancial, una transformación que las/nos trascienda.

Sí, es verdad, somos una minoría, y qué?

martes, 13 de noviembre de 2012

Nadie se baña dos veces en el mismo río.

Es sabido que much@s docentes no preparan sus clases. Es común escuchar a colegas decir “esa clase ya la di muchas veces, ya me la sé de memoria”. Hay docentes que alguna vez prepararon sus clases y año tras año las repiten, utilizando los mismos apuntes con sus hojas ya amarillentas.

Pero también es real que hay docentes que cada año replanificamos nuestras clases, las repensamos, las adaptamos a l@s nuev@s estudiantes, al nuevo equipo docente, a los nuevos conocimientos, al nuevo contexto.

Como ya dijimos en alguna entrada anterior, este texto podría ser más divertido si nos dedicáramos a criticar a l@s docentes del primer párrafo pero, una vez más, elegimos la autocrítica y la reflexión sobre nuestras prácticas para mejorarlas.

 Si bien es verdad que algún@s docentes pensamos y planificamos (en el mejor de los casos por escrito) nuestras clases, no es menos cierto que muchas veces terminamos estructurando una clase muy parecida a la del cuatrimestre o año anterior. Por supuesto que la clase es distinta, l@s estudiantes son otr@s, el contexto es otro y “pasan otras cosas” (todo eso que, entre otras cuestiones, hace mágico nuestro trabajo) pero las actividades que propusimos a nuestr@s estudiantes, las herramientas y habilidades que esperábamos que utilizaran y las estrategias didácticas que utilizamos nosotr@s fueron (casi) las mismas.

Sabemos que armar nuevas actividades, planificar nuevos escenarios o diseñar nuevos instrumentos que den cuenta de las nuevas propuestas requiere tiempo y que éste es un factor que, muchas veces, condiciona o incluso determina algunas de nuestras prácticas; pero también sabemos que cada clase es una oportunidad y que, como docentes a l@s que nos interesa facilitar los aprendizajes de nuestr@s estudiantes, no podemos desaprovecharla.

Si en dos clases seguidas (al cuatrimestre o año siguiente) de un mismo tema, planteamos (y desarrollamos) una clase de la misma manera, con las mismas estrategias didácticas, perdimos una oportunidad única de experimentar, de explorar, de innovar, de aprender. De aprender de nosotr@s mismos, de aprender de nuestr@s estudiantes (de otra manera), de aprender de las (nuevas) actividades, de los (nuevos) dispositivos, de “lo que generaron”.

Además estamos convencid@s que este tipo de innovaciones hacen que la clase sea mucho más entretenida, que l@s estudiantes y nosotr@s nos divirtamos más y eso aumenta la motivación nuestra y de ell@s. Alguna vez nos invitamos (a los largo de tres entregas) a variar las estrategias (las herramientas, las actividades) que les proponemos a un determinado grupo de estudiantes, ahora nos proponemos variar las estrategias (las herramientas, las actividades) que utilizamos en un tema o clase cuando tengamos un grupo diferente.

Obviamente que ese grupo no lo va a considerar un cambio porque no estuvo “la vez anterior”, pero nosotr@s sí y si ese cambio nos permite aprender más, nos hace mejores docentes (con más estrategias y más conscientes de ellas) y nos motiva más para realizar nuestra tarea de la mejor manera posible, sin dudas que repercutirá en nuestr@s estudiantes favoreciendo en ell@s aprendizajes cada vez más significativos.    

martes, 6 de noviembre de 2012

Todavía somos investigadores-docentes, todavía queremos investigar la docencia!

Hace unos meses, publicamos una entrada que se llamó “Somos investigadores-docentes, queremos investigar la docencia”, que por algún motivo resultó ser, por lejos, la entrada más leída y más elogiada del Blog, aún más que las (muy valoradas) entradas en las que nos criticamos a nosotr@s mismos, por esa cosa que tenemos l@s docentes de hacer autocrítica y “flagelarnos” de una manera que sorprendería a l@s profesionales de cualquier otra rama (¿Notaron que en los Congresos de otras profesiones se juntan para “contarse” lo que les sale bien y felicitarse y en los Congresos de Educación nos juntamos a hacer autocrítica y decir, desde la Educación y como educadores, que la Educación no sirve?).

Bueno, lo cierto es que por algún motivo la entrada que reflexiona sobre la manera en que “disociamos” nuestros roles (docente e investigador) tuvo aún más repercusión que el resto y creemos que esto tiene que ver con que no sólo estamos haciendo autocrítica sino que estamos describiendo una situación que resulta ser más común que lo que pensamos.

La pregunta es ¿qué podemos hacer para cambiar esa situación?

Por supuesto que no tenemos respuestas pero sí ideas o disparadores para la reflexión que puedan ayudarnos a pensar maneras de abordar la problemática. Sabemos que es muy difícil (aunque sería deseable) que en las cátedras se realicen, además de las investigaciones disciplinares específicas, investigaciones cuyo objeto de estudio fueran los aprendizajes de las materias en cuestión, por el tiempo que esto supone y por la falta de experiencia de la mayoría de l@s docentes en este tipo de investigaciones. Tod@s sabemos que ya bastante difícil es, a veces, conciliar los tiempos de cursada, de investigación (disciplinar), de tareas de extensión (l@s que tenemos la suerte de desarrollarlas), con los concursos, los cursos, las presentaciones a Congresos, y todas las demás actividades que realizamos habitualmente en nuestras cátedras.

Por eso se nos ocurre que más que iniciar actividades (formales) de investigación educativa en las cátedras (algo que creemos más que deseable pero que tiene además de las complicaciones de tiempo mencionadas, los “obstáculos institucionales”), sería interesante plantear un primer acercamiento a la solución del problema de la “disociación” docente/investigador como un cambio de actitud, de mentalidad, de posicionamiento primero individual, luego en el pequeño grupo o equipo docente y, finalmente, en las cátedras.

Empezar por reflexionar (colectivamente) sobre nuestras prácticas docentes con la “mentalidad del investigador”, cuestionándolas, dudando de ellas, re-planteándonos objetivos, leyendo más bibliografía que la específica del tema de la materia, tratando de mantenernos “pedagógicamente” actualizados (por ejemplo, en términos de teorías del aprendizaje), contactándonos con otr@s docentes que tengan problemáticas (y/o soluciones) similares o diferentes a las nuestras, planteándonos hipótesis sobre lo que ocurre dentro del aula o fuera de ella, diseñando instrumentos para validar o refutar esas hipótesis, pidiendo ayuda, cambiando las estrategias cuando éstas no cumplen (de la mejor manera posible) con los objetivos planteados, discutiendo dentro del equipo sobre nuestros resultados, publicando (si fuera posible y, al menos, como “relato de experiencia pedagógica”) nuestros resultados o presentándolos en Seminarios Internos, Congresos o Jornadas.

Es decir, empezar por considerar nuestra tarea docente y los procesos de enseñanza y aprendizaje como “problemas” u objetos de estudio y abordarlos sin olvidarnos ni dejar de lado la manera (que tenemos como investigadores) de acercarnos a las situaciones problemáticas para empezar a resolverlas.

Ser investigadores-docentes, que “investigamos” nuestras propias prácticas docentes para mejorarlas!