En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 6 de Agosto de 2013:
En
 estas épocas donde nos inundan spots (que en inglés significa, entre 
otras cosas, “manchas”) que nos invitan a la unión, al diálogo vacío, a 
dejar de lado las diferencias, a no pelear, a no elegir, a no 
confrontar, a evitar conflictos, este texto viene a reivindicar la idea de “conflicto”.
Pero
 dado que se trata de un Blog que pretende invitar a la reflexión sobre 
aprendizajes y Educación, vamos a (intentar) encuadrar y contextualizar 
un poco esta idea.
Sería (más) fácil enfocar esta propuesta de reflexión en el ya famoso “conflicto cognitivo”
 como disparador para los aprendizajes significativos pero pretendemos 
ir un poco más alá. Además, mucho se ha dicho y escrito ya sobre esta 
“técnica” basada fundamentalmente en enfrentar a l@s estudiantes 
(siempre “equivocados”, siempre subestimados, siempre “incompletos”) y 
sus saberes previos (siempre errados, siempre perfectibles, siempre 
desestimados) con una situación (problemática o no) de la Vida cotidiana
 o de la realidad (como si pudiera generalizarse tal idea). Generalmente
 esas situaciones problemáticas no pueden resolverse ni explicarse con 
esos saberes previos (subestimados como “conocimiento “vulgar”) y sí 
podrán resolverse o explicarse con los saberes nuevos (sobreestimados 
como “conocimientos científicos”) que el docente, como un superhéroe de 
película norteamericana al rescate, pondrá delante del estudiante, que 
no podrá sino aceptarlos (y desestimar sus “saberes previos”) por la 
obviedad (para l@s docentes) de la capacidad de estos nuevos 
conocimientos para resolver el “conflicto cognitivo”.
Decíamos que la idea de este texto era (y todavía sigue siendo) reivindicar el conflicto de una manera más profunda. Se
 trata de reivindicar el conflicto no ya como posible disparador para 
determinados aprendizajes disciplinares sino como elemento constituyente
 y sustancial del acto educativo, sobre el cual no podemos dejar de 
reflexionar.
Sin conflicto no hay Educación.
Tratemos
 de clarificar (o de oscurecer) un poco esta idea. La Educación es en sí
 mismo un acto de amor, en el que una generación (un docente, una madre,
 un hombre) le enseña (utilizado acá como estricto sinónimo de “le 
muestra”) a otra generación (a un estudiante, a un hijo, a otro hombre) 
“algo” de “su cultura” porque cree que puede servirle de algo o serle 
útil de alguna manera. Pero, inmediatamente, aparece el conflicto porque
 “ese otro” puede no estar interesado en “ese algo”, puede no 
considerarlo valioso o puede pensar (e imaginar) para “ese algo” 
-enseñado o mostrado- otros usos posibles y ahí está el conflicto. Y
 está muy bien que el conflicto esté ahí porque sino sería imposible que
 el hecho educativo, que ocurre entre un hombre, un algo (en común) y 
otro hombre, sea genuino, honesto, amoroso, vincular y, realmente, 
significativo.
Este
 texto es una reivindicación del conflicto. Es una reivindicación del 
conflicto desde (y en) el campo educativo, aunque podría (y tal vez 
debería) hacerse extensivo a todos los demás (des)órdenes de la Vida.
Carlos Skliar dice que “educar significa dar una batalla incruenta (sin enemigos) entre tiempos”. En ese sentido, este texto pretende ser una
 invitación a recuperar (y valorar) la idea de conflicto como lucha, 
como ruptura, como desencadenante (sí, “des-encadenante”) de las 
transformaciones más profundas como aquellas que, a veces, ocurren 
cuando un hombre le enseña (le muestra) algo a otro, dándole la libertad
 de aprenderlo o no y de hacer con ese algo lo que considere mejor para 
su propia (trans)formación.
 
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