En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 16 de Octubre de 2012:
Retomando la propuesta de publicar textos que sean fruto de (pequeños) procesos de escritura colaborativa, presentamos hoy un texto escrito por Marcelo Mateo (@mateoMAM), estudiante y docente en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA, que relata una experiencia personal que le ocurrió en su actividad de profesor particular de química.
El
 texto, además de haber sido un interesante ejercicio de 
(trans)formación individual y escritura colaborativa, es en sí mismo un valioso insumo para la reflexión ya
 que nos permite analizar los aprendizajes del estudiante (en este caso,
 Nacho) a partir de las sensaciones del docente (en este caso, Marce) y 
nos permite revisar también las acciones (y las decisiones) que toma el 
docente (así como su posicionamiento ideológico y pedagógico) y, desde 
esa crítica/reflexión a sus prácticas, repensar nuestras propias acciones (y decisiones) docentes, así como nuestro propio posicionamiento ideológico y pedagógico.
 Podemos coincidir o podemos disentir con Marcelo, con sus apreciaciones
 y con la lectura que hizo del hecho que nos cuenta; pero su relato (en 
primera persona) en de gran valor como disparador para nuestra reflexión
 y nuestra (trans)formación docente, a partir de experiencias reales. 
L@s dejamos con el texto, l@s dejamos con Marce, con Nacho y con una 
historia de aprendizajes compartidos, de dudas, de (des)conocimientos 
previos y construcción colaborativa de sentidos.
Durante una clase particular de Química, debía
 presentar y/o explicar a Nacho (para mí era presentárselo, pero para él
 debía explicárselo) un tema de quinto año. Nacho, está terminando la 
secundaria, tiene alrededor de 17 años, él solo quiere terminar la 
secundaria, porque quiere ingresar a la facultad y hacer lo que 
realmente le gusta que: estudiar “Ingeniería en Sonido”.
Debía
 presentarle un tema que no era de mi agrado (más precisamente 
estequiometría) ya que me resulta engorroso utilizar la tabla periódica 
de los elementos. A pesar que lo sé, no lo recordaba y debía volver a 
rever los temas comprendidos hace ya varios años.
Lo
 primero que pensé fue en dar una excusa para no presentar la clase. 
Luego, reflexione y recordé: "no es que no lo sé, simplemente no lo 
recuerdo". Así que encaré hacia mi biblioteca y busqué todos los libros 
que tenía sobre el tema en cuestión. Los leí a todos y realice un 
resumen para tenerlo como machete mientras le presentaba el tema a 
Nacho.
De
 todos los temas que debía presentar era el que mayor miedo o 
incertidumbre me generaba, debido a que tuve dificultad cuando lo 
aprendí y, además por lo vulnerable que imaginaba me sentiría ante una 
eventual pregunta que no pudiera responder. Lo más increíble fue que 
mientras transcurrieron las dos clases, ambos comprendimos el tema 
desarrollado. Esto porque Nacho necesitaba aprobar su equivalencia pero 
además, quería aprenderlo y yo, por dar mi mayor esfuerzo y 
predisposición para presentarle las clases. Juntos hicimos un pacto 
tácito, él intentaba comprenderlo y yo no volver a olvidarlo.
Ambos
 entendíamos que dependíamos uno del otro para llevar a cabo la tarea de
 comprender un tema, que a priori era engorroso y esto se logró en parte
 debido a mi sinceridad, ya que comencé dejándole en claro que era un 
tema difícil, que me costaba transmitirlo y Nacho, comentó: “Era un tema
 que nunca había visto, pero quería entenderlo y poder desarrollarlo en 
la evaluación”.
A
 partir de acá, se creó un ambiente de confianza y complicidad, donde se
 inicio la metodología de preguntar y re-preguntar. Ignacio, comprendió 
que preguntando, es decir, evacuando sus dudas y sin miedo a equivocarse
 ni ser 
reprendido podía comprender el tema, mientras que yo formulando 
respuesta a sus preguntas comprendí definitivamente estequiometría.
Creo
 que se debería estimular el “prueba y error”, es decir, que el 
estudiante pregunte y vuelva a preguntar nuevamente, que exprese una 
frase que muchas veces tenemos miedo de expresar: “explícamelo (o 
presentámelo) de nuevo”. Creo que es un camino donde el primer paso es 
la duda, la incertidumbre, para luego lograr formular las preguntas y 
finalmente reconocer el valor del “no saber”, visto como una virtud en 
la etapa de aprendizaje.
 
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