martes, 4 de agosto de 2020

Une docente que hace (o intenta hacer) equilibrio en el “entre”.

        Le “docente equilibrista” había preparado su clase, había afiches, marcadores de colores y una propuesta (representar artísticamente un concepto que venían trabajando, mientras se discutía en pequeños grupos y se compartía en las redes sociales) pero le “docente equilibrista” sabe que más allá de lo planificado, las cosas “se van dando” y que (a veces) se trata de hacer lo mejor posible con “lo que hay”. Y “lo que había” ese día era sueño y resaca. No, en realidad “lo que había” ese día era estudiantes con sueños y resaca. La noche anterior había sido el #15O (por 15 de Octubre), fiesta de egresades, a la que habían asistido (naturalmente) todes les estudiantes que egresaban y muches de los otros años, incluides les de su clase.

         Le docente notó que varies estudiantes se dormían o cabeceaban y rápidamente une estudiante se acercó y le preguntó: “profe, ¿podemos tirarnos en el piso, poner las mochilas como almohadas y dormir un poco?”. Su respuesta fue “por supuesto”. Le “docente equilibrista” hace (o intenta hacer) equilibrio todo el tiempo. Camina por esa soga típica de los circos (en este caso, de “el circo escolar”) tratando de no caerse, haciendo malabares con sus carpetas, sus apuntes, sus libros, su maletín, su mochila (cada vez con más pañuelos de colores que “dicen” lo que piensa) y los recursos materiales que lleva a cada Escuela, a cada clase, a cada grupo. Ante la pregunta de le estudiante, no tuvo tiempo de pensar la respuesta. En la vorágine de la Escuela, a veces no hay tiempo para detenerse y reflexionar, hay que actuar! Pero ese “actuar” medio “inconsciente”, medio “instintivo”, medio “involuntario”, no implica que no se pongan en juego recursos, memorias de viejas experiencias, conocimientos adquiridos en la (trans)formación docente continua o ideas, principios y posiciones ya tomadas (o pensadas) de antemano.

En las clases de le “docente equilibrista” la asistencia no es obligatoria pero la presencia (un modo de estar que nada tiene que ver con la famosa “participación”) sí lo es. Ese día, en ese contexto, la asistencia era producto de la obligatoriedad (para no quedarse libres o por mandato familiar) y la presencia (o el tipo de presencia “esperada”) era, para varies estudiantes, imposible. La situación requería otro modo de percibir la escena escolar, una percepción que nazca de un estar entre las cosas y no por encima de ellas, otro modo de ver (¿mirar? ¿leer? ¿entender?) esa demanda de horas de sueño. Como dice Lapoujade, citando a Souriau (en “Las existencias menores”), percibir “no es observar desde afuera un mundo desplegado delante de uno mismo, sino por el contrario entrar en un punto de vista, como cuando uno simpatiza”. Le “docente equilibrista” intentó ponerse a la altura del acontecimiento y seguir sus vectores, sus lógicas intrínsecas, lo cual supone haber renunciado a la intencionalidad de su propia conciencia como dadora de sentido. Nada fácil, ¿no?

         Buscó recuperar cierta confianza, gestos compartidos, conversaciones que se interrumpieron pero que quieren ser retomadas y como “docente equilibrista” se mandó. Avanzó con la clase, haciendo (o intentando hacer) equilibrio. Equilibrio entre el rol docente tradicional y otro rol docente posible, entre las reglas de la Escuela y las reglas de esa clase (de “su” clase), entre lo que la Escuela espera de su trabajo y lo que sus estudiantes esperan de su trabajo, entre lo que quisiera que hagan sus estudiantes (lo que sus propuestas les invitan a hacer) y lo que sus estudiantes quieren hacer o lo que hacen habitualmente (frente a propuestas escolares que no les convocan), entre perspectivas (y lógicas) escolares y perspectivas (y lógicas) no escolares, entre “campo de posibles” y “acto”, entre la pre-existencia de un mundo exterior común y un universo de posibles que intenta crear un mundo común que no viene dado, entre las posiciones (y las representaciones) que dominan (e interpretan) “lo escolar” y los márgenes (los murmullos) que permiten percibir “el involuntario actuar”, entre la lógica del déficit y la lógica de la excesiva interpretación, entre el pensar soluciones y el pensar modos de determinar los problemas, entre el zafar (el “hacer como sí”) y el decirles (como el profesor de la película “Detachment les dice a sus estudiantes”) “estoy acá, para ustedes, voy a darles una oportunidad”.

Con quienes no dormían (porque no habían ido a la fiesta o porque “nos la bancamos, profe, incluso con sueño, preferimos hacer la actividad”) empezó a desarrollar la propuesta, esa que estaba “de antes” pero lo novedoso (lo “vivo”, lo inesperado, el pedido -y la necesidad- de dormir en clase) obligó a redescubrirla y a pensarla como potencia, como posibilidad, de recorrer los grupos que trabajaban (entre “escombros”, mochilas, estudiantes durmiendo, afiches, marcadores, libros, notebooks con esquemas), haciendo equilibrio entre cuerpos y objetos evitando caerse y lastimar su propio cuerpo. Ese cuerpo que se cansa, que se sobre exige, que se queda afónico, que sintomatiza una “insoportabilidad” que (a veces) inunda nuestro transitar por la Escuela. Ese cuerpo que elige con qué sensibilidad meterse entre las cosas (y entre les estudiantes), cómo le resuena el contacto con lo que incomoda, qué lectura hacer de lo que (le) ocurre, cómo intervenir, qué se (le) con-mueve. Y ahí estaba haciendo (o intentando hacer) equilibrio, conversando con les estudiantes sobre el tema del día pero también sobre las fiestas de egresades, el consumo (a veces excesivo) de alcohol, la exigencia de la Escuela (y de sus familias), la asistencia y las “presencias”, nombrándolas de otra manera, confirmando que lo escolar es nombrado desde categorías que no reflejan lo vivo de lo múltiple y lo mutante de lo escolar y que necesitábamos otras maneras de (pensar y) nombrar en esa “experiencia” compartida.

         Lo que surgió ahí no fue “materia prima” para futuras clases, fue la clase, no fue la clase planificada (¿esperada?), fue otra clase, fue una clase Otra, pero fue una clase. Y el “resultado” (tal vez no el “deseado” pero el que se logró al vivir ese aula abordando “lo que hay”) fue ése: algunes pibes que durmieron usando sus mochilas como almohadas (esa fue su forma de “estar” ese día), pibes que hicieron bellísimos afiches sobre el concepto que se estaba enseñando (y, tal vez, aprendiendo) mientras reflexionaban y conversaban (entre elles y con le docente) sobre el tema de la materia y sobre otras cuestiones (igualmente importantes y significativas) que les atravesaban ese día y une “docente equilibrista” que aprendió muchísimo, en una mutua activación de experiencias, tejiendo y destejiendo diferentes sentidos y tratando de escuchar la escuela para habitarla de otro modo, no para interpretarla o intervenirla sino escucharla para experimentarla.


NdR: Esta entrada fue escrita (y editada) antes de la pandemia de covid-19, su publicación fue postergada por la situación sanitaria y, por eso, no hace referencias a la misma. Tal vez hoy sería escrita de otra forma y diría otras cosas.

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