En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 16 de Diciembre de 2014:
La tarea docente es una tarea apasionante pero compleja que nos plantea todo el tiempo problemas o situaciones problemáticas que nos obligan primero a reconocer el problema, después a analizarlo y a pensar posibles maneras de abordarlo y, finalmente, a probar alternativas para (con mayor o menor éxito) intentar solucionarlos.
Para ello l@s docentes contamos con una variedad de herramientas que fuimos adquiriendo a lo largo de nuestra trayectoria y en nuestra constante (trans)formación docente. No es difícil imaginar la importancia que tiene la formación docente, la formal y la informal, la “puntual” (como realizar una “carrera docente” o un curso) y la continua (la que se da en el día a día, en el propio contexto en el que se desarrolla la tarea), en el proceso de adquisición de herramientas para ir llenando, lo que podríamos llamar, nuestra “caja de herramientas”.
Lamentablemente la formación docente en todos los niveles (desde la carrera de profesorado de enseñanza inicial hasta las carreras docentes o, incluso, posgrados en Educación Superior) es sumamente deficiente. No es la intención de este texto analizar las causas de esta deficiencia, aunque entendemos que se trata de un problema evidentemente complejo y multifactorial, sino poner en evidencia (al menos en parte) algunas de las consecuencias que esto tiene (o podría tener) en nuestra práctica diaria a la hora de reconocer y abordar los problemas que se nos presentan.
Tener pocas herramientas en nuestra “caja de herramientas” es peligroso no sólo porque nos brinda a l@s docentes menos posibilidades de resolver problemas sino porque (en no pocos casos) directamente nos impide “ver” o reconocer el problema o entenderlo como tal. Hay una conocida frase que dice “el que sólo tiene un martillo, cree que todos los problemas son un clavo” y nosotr@s nos animamos a agregarle que cuantas menos herramientas tenemos en nuestra “caja de herramientas” docentes, no sólo son menos los problemas que podemos resolver sino que hay muchos problemas de nuestra práctica docente diaria que ni siquiera vemos o que los abordamos cómo si fueran “lo que no son” para poder (intentar) “resolverlos” con las pocas herramientas que tenemos.
Pongamos un ejemplo “extremo”, si la única herramienta que tenemos en nuestra “caja de herramientas” es la de “explicar más”, al margen de lo “embrutecedor” (en palabras de Jacques Ranciere) que esto resultaría, corremos el riesgo de que cualquier problema que se nos presente, cualquier “anomalía”, cualquier situación que se aleje de “lo esperado” en términos de aprendizajes, sea leída como “falta de comprensión”, problema que suponemos (erróneamente) podríamos solucionar con “más explicación”. Es decir que el hecho de estar limitados en las respuestas que podemos dar no sólo limita las preguntas que podemos responder sino que condiciona la manera en que escuchamos o interpretamos las preguntas que nos hacen. Podríamos dar muchos ejemplos (incluyendo los clásicos relacionados con la “disciplina” y las “normas de convivencia”, que desconocen o simulan desconocer completamente los contextos o las situaciones personales, familiares, sociales, económicas de l@s estudiantes) pero preferimos dejarles ese ejercicio a l@s lectores, para que pensando ejemplos de situaciones donde la “caja de herramientas” condiciona no sólo la posible solución de un problema sino también, la manera en que lo abordamos o lo entendemos como tal, reflexionen con sus propios ejemplos “reales” sobre esta cuestión.
Si como dice el proverbio chino, “un problema que no tiene solución no es un problema”, el problema (valga la redundancia) es no tener las herramientas necesarias para, primero, interpretarlo de la mejor manera y, después, intentar solucionarlo. Y esas herramientas las adquirimos siendo responsables por la tarea que realizamos, capacitándonos y (trans)formándonos constantemente, entendiendo la dimensión ético-política de la práctica docente y la relevancia que tiene estar preparad@s de la mejor manera posible para estar a la altura de semejante desafío.
Será entonces tiempo de abrir nuestra “caja de herramientas” y ver qué hay, reflexionar sobre las herramientas que nos faltan o aquellas que ya están un poco viejas, que resultan obsoletas o que pueden reemplazarse por otras más modernas y poner manos a la obra en la tarea, siempre reconfortante (sobre todo si se realiza de manera colectiva) de llenar nuestra “caja de herramientas”.
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