Es común escuchar a l@s docentes quejarse de lo insuficiente que resulta el “tiempo de clase”. La gran mayoría asegura que “el tiempo no alcanza”. Si por algún motivo, “se agrega” un tema en alguna Unidad, aparecen frases como “No, en esa clase ya no entra más nada” o “ya era una clase para desdoblar en dos y encima ahora hay más para dar”. Si bien alguien podría preguntarse “¿Por qué el tiempo no alcanza?”, para nosotr@s la primera pregunta que debemos hacernos es “¿Para qué el tiempo no alcanza?”
Claro que para decir o “dictar” (vieron que feo que suena la frase “horas dictadas”) todo el contenido teórico de un determinado tema, tres horas puede ser poco pero esa no es (o no debería ser) la idea que tenemos de una clase. Si fuera así, y a la velocidad que avanza la (mal llamada) “sociedad del conocimiento” y aumenta el “cuerpo de conocimientos” de cada disciplina, las horas de clase de las materias serían, año tras año, cada vez más insuficientes.
Sin embargo, es probable que docentes innovadores, con genuinas preocupaciones por los aprendizajes de nuestr@s estudiantes, que planificamos nuestras clases e intentamos salirnos de la “lógica de la explicación”, también (a veces) encontremos insuficiente el tiempo del que disponemos para determinados temas.
Para estos casos es interesante pensar (o recordar) que “las clases” no son (ni deberían ser) el único espacio de aprendizaje de la materia, o dicho de una manera más clara y menos obvia, no son (ni deberían ser) el único espacio planificable de aprendizaje de una materia.
¿Qué nos impide “sacar la clase” (en tiempo y espacio) fuera del aula?
Casi tod@s l@s docentes contamos con un programa (más o menos real) de la materia que nos tocó en suerte. Ese programa define algo así como “horas de clase” (en algunos casos desglosadas en horas teóricas, prácticas, de seminarios, etc…), ¿Alguien cree que su materia se aprende en esas (60, 70 ó 100) horas “de clase”? ¿Dónde incluyen esas (no) cuentas las horas de lectura, de resolución de cuestionarios, de estudio, de repaso? ¿Qué nos impide planificar actividades para proponerles a nuestr@s estudiantes que se realicen fuera del (acotado) horario de cursada?
Seguramente, esperemos que l@s estudiantes dediquen a nuestra materia más horas que las “horas de clase”. Entonces, si (parte de) nuestra tarea consiste en guiar y orientar (a través de las actividades que proponemos) el estudio por parte de nuestr@s estudiantes, ¿Por qué restringir esta tarea al tiempo y el espacio del aula?
La propuesta sería más o menos así: cuando creemos que el tiempo de una clase no alcanza o cuando queremos agregar (y probar) determinadas actividades en una clase en la que “el tiempo no sobra”, preguntémonos ¿Qué actividades de las que ya hay en esa clase pueden transformarse en actividades para hacer fuera del aula, en otro momento? Probablemente la respuesta sea “la mayoría”. De esta forma vamos a “ampliar” los tiempos de estudio, guiados y orientados, de nuestr@s estudiantes y vamos a poder incorporar a la clase varias de esas actividades que (casi) sólo pueden realizarse en (y con) la dinámica que se genera en un aula llena de estudiantes interactuando entre sí y con sus docentes, esa dinámica que permite la (trans)formación disciplinar, actitudinal, personal y colectiva.
Resumiendo, si bien no vamos a profundizar ahora en cuáles serían esas estrategias o actividades que podrían dar cuenta de esta propuesta, la idea es tan simple como extraordinaria: si no alcanza el tiempo, inventemos el tiempo.
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