Siguiendo la lógica de la publicación anterior, esta idea del sentido último (o primero) de la Educación, pretendemos ahora centrarnos en la Educación Universitaria en general y en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en particular. Cuantas veces escuchamos decir (o dijimos) que la UBA es una Universidad pública, inclusiva, no arancelada y de ingreso irrestricto, cuánto nos enorgullecemos de esto, cuánto nos gusta decirlo (sobre todo cuando hablamos con colegas de otros países, que nos escuchan sorprendidos y con admiración), cuántos reconocemos que no seríamos profesionales si no fuera por estas características de la UBA. Sin embargo, acá también, la realidad (más allá de nuestra experiencia personal o la de algún@s de nuestr@s conocid@s) parece contradecirnos y obligarnos a reflexionar un poco sobre la función de la Universidad y su rol en los procesos transformadores que luchan por una sociedad más justa y más equitativa.
Para empezar este análisis les propongo compartir un fragmento del texto “Continuities in Cultural Evolution”, de la antropóloga estadounidense Margaret Mead con el que me topé por casualidad. Hace un tiempo estaba leyendo “Los herederos: los estudiantes y la cultura”, de Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron (libro que recomiendo fuertemente para tod@s l@s intentamos dedicarnos a esto) y me encontré, en la apertura de uno de los capítulos con esta cita que me pareció reveladora:
“Entre los indios de Norteamérica, el comportamiento del visionario era altamente refinado. El joven que no había “elegido todavía una visión” era habitualmente enviado a escuchar los numerosos relatos de las visiones que habían tenido los demás hombres, relatos que describían en detalle el tipo de experiencia que debía considerarse como una “verdadera visión” y el tipo especial de circunstancia (…) que daba validez a un encuentro sobrenatural y que, en consecuencia, confería al visionario el poder de cazar, de llevar adelante una empresa guerrera y así sucesivamente. Así ocurría entre los “omaha”, a pesar de que los relatos no daban detalles sobre lo que habían visto los visionarios. Un examen más en profundidad hacía percibir claramente que la visión no era una experiencia mística democráticamente accesible a cualquiera que la buscara sino un método cuidadosamente mantenido para conservar para ciertas familias la herencia de la pertenencia a la sociedad de los hechiceros. En principio, la entrada a la sociedad estaba validada por una visión libremente buscada, pero el dogma según el cual una visión era una experiencia mística no específica que todo joven podía buscar y encontrar, estaba contrabalanceado por el secreto muy cuidadosamente guardado, referido a todo lo que constituía una verdadera visión. Los jóvenes que deseaban entrar en la sociedad del poder debían retirarse en soledad, ayunar, regresar y contar sus visiones a los ancianos, todo esto para que se les anunciará, si no eran miembros de las familias de elite, que su visión no era auténtica.” (Margaret Mead, en “Continuities in Cultural Evolution”).
¿Tal vez los “ancianos de los omaha” y las Universidades no somos tan distintos, no?
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