A participar, a participar, que la “clase” es nuestra, tuya y de aquel, de Pedro, María, de Juan y José, eheheh eheheh…
Me pregunto cuántos habrán tarareado esta primera “parafrase” o cuántos habrán “escuchado” (mientras la leían) las voces imaginarias de Victor Jara o Daniel Viglietti. Si no fue así, no importa pero a mí me lleva a los lugares más lindos de mi infancia…
En esta entrada pretendo, humildemente, empezar a pensar un tema sobre el que pienso volver en futuros textos ya que lo considero central: la participación (en la clase, en las actividades, en la responsabilidad por los aprendizajes, en la toma de decisiones) de nuestr@s estudiantes.
Es común escuchar docentes preocupados, enojados o angustiados porque sus estudiantes “no participan”. No voy a volver, en esta ocasión (pero sí en la próxima), a la idea de preguntarnos ¿qué hacemos l@s docentes para fomentar esa participación? o ¿qué lugar le damos a l@s estudiantes en la estructura de la clase? sino que voy a suponer lo que me gustaría que pase y much@s decimos que hacemos: pensar una clase con una activa participación de nuestr@s estudiantes (que no es poco) y actuar en consecuencia (que ya es un montón).
Ahora bien, es cierto que (a veces) aún así la participación de nuestr@s estudiantes no es la que esperamos y es saludable que nos preguntemos por las razones que hacen que esto sea así. Por supuesto que hay muchas respuestas posibles y que la motivación surge rápidamente como una dimensión que no podemos dejar de lado y de la que, estoy convencido, somos absolutamente responsables pero en este caso quiero centrarme en un aspecto que -a priori- nos excede y nos condiciona, aunque no por eso (necesariamente) nos determina: la historia y la trayectoria educativa de nuestr@s estudiantes.
Nuestr@s estudiantes tienen (al menos) 10 ó 15 años dentro de este sistema educativo, son expertos en él, se han adaptado (a diferencia de l@s much@s excluid@s que el sistema –deliberadamente- olvidó en el camino) de una manera asombrosa a hacer “lo que se espera de ell@s”. Y, de repente o no tanto, llegamos un par de docentes que les proponemos que hagan todo lo contrario con la promesa de que es lo mejor para ell@s y para sus aprendizajes. Yo, en su lugar, también desconfiaría y, aún si (la convicción de la propuesta hiciera que) lo creyera, me costaría mucho “cambiar el chip”. Me imagino esas tristes escenas de los canales tipo “Animal Planet”, cuando están a punto de liberar a un animal salvaje que vivió casi toda su vida en cautiverio, le abren la jaula y el animal se muere de ganas de salir pero le cuesta mucho. Y claro, a mí también me costaría. Cuánto más cómoda y más fácil parecía la vida en cautiverio. Cuánto más cómodo y fácil es escuchar, copiar, estudiar y repetir.
Me pregunto (y se me ocurren algunas primeras respuestas o aproximaciones): ¿cómo “romper” con décadas de actividades y estrategias centradas en el docente? ¿cómo sacar a nuestr@s estudiantes de un letargo que fue efectivo y exitoso? ¿cómo demostrarles rápidamente la intencionalidad y la efectividad de la propuesta? ¿Cómo empezar la “liberación”, la “emancipación”, el camino hacia un aprendizaje autónomo, reflexivo y significativo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario