En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 7 de Julio de 2015:
Antonio Gramsci es uno de los pensadores políticos contemporáneos más significativos. Sus aportes son insoslayables para pensar el peculiar entrelazamiento entre la teoría política y social y la historia del Siglo XX. Pero, ¿qué tiene Gramsci para decirnos sobre el mundo actual? ¿Por qué (re)leer a Gramsci hoy?
En primer lugar, porque es un autor clásico, pero, ¿qué es un autor clásico? ¿Qué diferencia su obra respecto de otras de excelente calidad? Una aproximación a una definición nos la da el politólogo italiano Norberto Bobbio, quien definía un autor clásico por las siguientes características: a) es un intérprete auténtico y único de su tiempo, para cuya comprensión se utilizan sus obras; b) siempre es actual y cada generación lo relee; c) ha construido teorías-modelo o conceptos clave que se emplean en la actualidad para comprender la realidad. Es en este sentido que decimos que Gramsci es un autor clásico, como aquel que se ocupa de las problemáticas perennes de la sociedad y, por ello, vale la pena (re)leerlo.
Reformulando la pregunta: ¿por qué los docentes deberíamos (re)leer a Gramsci hoy? Es sabido que no hay en Gramsci, como sí lo hay en Freire, por ejemplo, una teoría pedagógica, pero sí hay un discurso político sobre la educación que ha aportado mucho a la pedagogía crítica. Efectivamente, una de las preocupaciones fundamentales de este autor es la relación entre saber(es) y poder(es). Entre otras cosas, esto implica discutir quién define qué es un saber o un conocimiento, aquello que no lo es y en qué contexto se dan esas definiciones. Indagar en la relación saber(es)-poder(es) nos lleva, también, a interrogarnos sobre la cuestión educativa y la cuestión pedagógica. La relación educativa es siempre una relación política, en tanto en toda relación social hay relaciones de poder, dominantes y dominados, asimetrías entre los maestros propietarios del “saber” y los a-lumnos. Al mismo tiempo, toda relación política es una relación pedagógica: el Estado como educador, a través de sus políticas, por ejemplo, en los planes de estudio, hace un recorte (político) de lo que se “debe” y “no se debe” enseñar. La propuesta de Gramsci es poner en cuestión la determinación histórica de los saberes y el sentido opresivo de la educación para pensar, en su lugar, una educación comprometida, pero no adoctrinadora, que busque desnaturalizar, desfetichizar y desmitificar los saberes.
Por otra parte, Gramsci nos invita a reflexionar sobre el rol de los docentes y el rol de los estudiantes. Los estudiantes no son meras tabulas rasas, es decir, receptáculos acríticos de contenidos transmitidos por los docentes. Por el contrario, siempre se produce una mediación, una interpretación particular por parte de los estudiantes, por lo cual la relación docente-estudiante no es una relación tan simple como se suele plantear. Gramsci va más allá, planteando que existe una multiplicidad de saberes, los cuales no siempre son los que define la visión hegemónica sobre la educación. De modo semejante a la propuesta de Freire -quien planteaba que “enseñar exige respeto a los saberes de los educandos”- Gramsci reconoce la legitimidad y la importancia de los saberes populares y determinados aspectos del sentido común que habitualmente son negados por la concepción hegemónica de la educación, que considera el proceso de aprendizaje como un proceso de tutelaje. En la concepción gramsceana, el lugar del estudiante y la relación docente-estudiante cambia rotundamente; esto suele ilustrarse contundentemente con aquel famoso adagio del autor según el cual “todos los hombres son filósofos” y existe una “relación activa entre maestro y alumno, donde cada maestro es siempre un alumno, y cada alumno un maestro”. Como sucede con toda frase célebre, se le ha dado múltiples sentidos a este planteo; uno de los más comunes es considerar una igualdad radical entre docente y estudiante, que desdibuja la idea del docente a un punto tal que se vuelve innecesario en el proceso de aprendizaje, bajo el supuesto del aprendizaje espontáneo del estudiante. En términos de Freire, es una concepción “basista”, donde la verdadera educación sería aquella en la que el individuo incorpora conocimientos naturalmente, sin ninguna instrucción; es la idea del autodidacta retratado en el Emilio de Rousseau. Gramsci sugiere una perspectiva sintetizadora de esta concepción “espontaneista” y la concepción hegemónica tutelar, en lo que él llama una dialéctica entre la espontaneidad y la dirección consciente. Este autor realiza un planteo similar para la construcción del partido político, donde la conducción del partido debe canalizar las manifestaciones espontáneas del pueblo en una dirección determinada. La orientación de la voluntad política, según Gramsci, se define por la respuesta al siguiente interrogante: “¿se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes o, por el contrario, se desea crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de que exista tal división?” Como vemos, la relación entre el planteo para la educación y para la política no es casual, en tanto, como dijimos anteriormente, las ideas de Gramsci para la educación, para el docente, son similares para la política, para el político, ya que el autor consideraba a la política una labor pedagógica y, a la pedagogía, una tarea política.
Acerca de la obra de Gramsci se pueden resaltar muchos otros aspectos relevantes para la teoría y la práctica educativa, pero el objetivo de este texto no es realizar un abordaje exhaustivo, sino invitarlos a leer a Gramsci, indagar en su propuesta pedagógico-política y dialogar con sus textos. Si entendemos, siguiendo a Freire –autor gramsceano si los hay- el estudio no como el acto de consumir ideas, sino de crearlas o recrearlas, la finalidad de este texto es, ante todo, invitarlos a estudiar a Gramsci.
* Facundo Peña Boerio es licenciado en Ciencia Política (UBA) y maestrando en Políticas Públicas (UTDT). Ha realizado cursos de posgrado y talleres de formación sobre políticas educativas y pedagogía crítica y fue docente de la carrera de Ciencia Política de la UBA. Actualmente se desempeña como Investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA) y del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
No hay comentarios:
Publicar un comentario