¿Cuántas veces te ocurrió como docente de pensar
que las cosas son así y no pueden cambiar porque “las Instituciones” (no sólo
educativas) así lo determinan? ¿Cuántas veces pensaste que l@s estudiante no
acompañarían los cambios que soñás porque “las Instituciones” (no sólo
educativas) así los condicionan? ¿Cuántas veces te imaginaste luchando sólo
suponiendo que otr@s docentes no se sumarían porque “las Instituciones” (no
sólo educativas) lo impedirían?
¿Cuántas veces te pasó como estudiante de pensar
que las cosas no pueden ser de otra manera porque “las Instituciones” (no sólo
educativas) así lo determinan? ¿Cuántas veces pensaste que l@s docentes no
acompañarían los cambios que soñás porque “las Instituciones” (no sólo
educativas) así los condicionan? ¿Cuántas veces te imaginaste luchando sólo
suponiendo que otr@s estudiantes no se sumarían porque “las Instituciones” (no
sólo educativas) lo impedirían?
Si tu respuesta es “muchas”, “unas cuantas” o (al
menos) “algunas”, te invitamos a reflexionar un poco sobre esto y a intentar
profundizar en el análisis de la cuestión a partir de una anécdota real que
ocurrió hace poco.
Pero antes de la anécdota, es preciso adelantar
algo: los sujetos “activos”, “concretos”
y “reales” de todas las preguntas con las que iniciamos esta entrada
(docentes, otr@s docentes, estudiantes y otr@s estudiantes) somos seres humanos (con algo así como
la “condición humana”); con inquietudes,
con emociones, con limitaciones, con sueños, con sentimientos y con capacidad
de acción y de transformación. Mientas que “el sujeto abstracto” de todos los condicionamientos, los determinantes
y los impedimentos de esas mismas preguntas pareciera ser “las instituciones”
que, como tales, no pueden actuar si no
es a través nuestro, a través de las personas que las integran, aunque a
veces les demos una “entidad superior” y un poder al menos discutible. En este
sentido, tal vez sea hora de
demostrar(nos) que esto puede no ser tan así.
Ahora sí, la anécdota.
Hace poco al pie de las escaleras internas de una
institución educativa, un estudiante y
un docente charlaban sobre “la Educación”. Resulta ser que el estudiante se
había mostrado interesado en la idea de las pedagogías alternativas (siempre
resulta curioso esta idea de “alterativas”, ¿alternativas, a qué? y, más
importante aún, ¿alternativas, por qué?) y el docente le había recomendado
alguna bibliografía y algún que otro video disponible on line (de resultados
siempre más “inmediatos” que nuestros queridos libros) con la propuesta de
charlar luego para ver qué pensaba el estudiante sobre lo leído o lo visto y de
intentar buscar acuerdos y desacuerdos.
A lo largo de la charla (interesante y
enriquecedora por donde se la mire) parecía quedar claro algo: ambos se convencían, palabra a palabra y
gesto a gesto, que las cosas no necesariamente “deben ser así” y que no son
tan ciertos los presupuestos de las preguntas con las que abrimos este texto.
Parecía quedar claro que, a pesar de lo complejo de la situación actual de las
instituciones educativas y de sus “funciones” no siempre explicitadas ni
siempre compartidas por tod@s (aspectos que ya abordamos ampliamente en
entradas anteriores de este Blog), las
instituciones (educativas) no eran (afortunadamente) tan efectivas en ese
condicionamiento, en esas determinaciones, ni en esos impedimentos que
presuponían las preguntas del inicio pero sí en el haber generado un (siempre
nefasto) “sentido común” que nos hacía creer que efectivamente esto era así.
Afortunadamente no es cierto que “las
instituciones” determinen todas nuestras prácticas docentes ni todas las
prácticas de l@s estudiantes, ni es cierto que l@s estudiantes y l@s docentes
no se sumarían a la (trans)formación de sus colectivos ni acompañarían los
cambios que sueñan respectiva y mutuamente docentes o estudiantes. Y existen en
el mundo sobrados ejemplos de que esto no es así y de la posibilidad que tenemos las personas que formamos “las
Instituciones” de transformarnos y transformarlas.
Lo cierto es que en un momento de la charla, el
estudiante (obviamente, ¿quién otro iba
a ser?) hizo “la pregunta”:
-
“está bien pero, entonces, ¿quién da el primer paso?”.
Y el docente (obviamente, ¿quién otro iba a ser?)
se quedó perplejo ante semejante pregunta e intentó una respuesta:
-
“Nosotr@s, la respuesta a esa pregunta siempre es nosotr@s”.
Y ese “nosotr@s” es un nosotr@s que nos incluye,
nos compromete, nos incomoda, no nos deja dormir tranquil@s. Es como saber algo
y no hacer nada, o peor aún, es como saber que ”nosotr@s” podemos hacer algo y
no hacer nada.
Pero también ese “nosotr@s” es un nosotros que nos
invita a romper con la lógica actual, a animarnos a demostrar(nos) que no es
cierto que otr@s docentes y otr@s estudiantes no se sumarían y que no es cierto
que “las Instituciones” (aún si se lo propusieran) puedan impedirlo. Es un
“nosotr@s” que nos invita (y en algún
punto nos obliga) a ser disruptivos y a transformar en actos nuestras ideas y
nuestras palabras. Es un “nosotr@s” que nos propone intentarlo con el riesgo y el esfuerzo que eso supone pero
con la promesa de la recompensa trasformadora de la realidad.
Entonces, ante semejante desafío, vuelve a surgir
la misma pregunta: “¿quién da el primer
paso?” y la respuesta a esa pregunta siempre es: “Nosotr@s!!!”
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