En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 30 de Abril de 2013:
La evaluación es un aspecto de nuestra tarea docente que
se puede abordar desde muchas ópticas, en este caso opté por enfocarme
en la evaluación de acreditación o evaluación final de una asignatura
universitaria, poniendo énfasis en el rol docente y asumiendo que independientemente del marco formal de la evaluación, resulta interesante y necesario reflexionar sobre los aspectos sociales de la instancia de evaluación.
¿Evaluamos
con el programa de la asignatura o evaluamos con un criterio personal
basado en los contenidos? Aún si el programa fuera deficiente, ¿debería
ser tenido en cuenta o podemos tomar la evaluación como algo más
informal? ¿Qué
le preguntamos a un estudiante, cuál es el fin de la pregunta? ¿Qué es
lo que queremos evaluar? ¿Cómo resolvemos los conflictos que se suscitan
en el examen? ¿Qué pasaría si sospechamos que la respuesta fue
aprendida memorísticamente o el razonamiento fue trasladado de un libro o
de la clase en forma literal? ¿Nos alcanza? ¿Sería problema del
estudiante, del docente o es problema de la pregunta?
Estas preguntas deberíamos hacérnoslas los docentes antes de asumir la tarea de evaluación,
de forma tal de tener una idea de antemano del enfoque y estilo del
examen del que vamos a participar. A veces, damos por sentado que los
estudiantes se han preparado, durante el desarrollo de la asignatura,
para el estilo de evaluación más allá del contenido.
Algunos docentes, tratamos de tener un esquema mental general de la situación de examen, de forma tal de ponderar por un lado los requerimientos de la estructura pedagógica de la cátedra y por otro lado nuestras convicciones personales.
Más allá de esto consideramos también el enfoque que tuvo la enseñanza
que se brindó a los estudiantes durante el curso. De éste complejo
análisis surge tan solo una calificación numérica de los aprendizajes de
los estudiantes. Solo eso. Es un proceso complejo, social, humano, profesional y emocional del que paradójicamente se desprende una calificación numérica.
Teniendo en cuenta esta situación, el objetivo principal de los docentes en la evaluación es calificar numéricamente la instancia de examen, como una representación de los aprendizajes del estudiante en el área evaluada.
Esto dejaría de lado todo lo que incurra en sesgar esa representación
ya sea por no ser considerado un aprendizaje, o por no pertenecer al
área en cuestión.
Como
todos los docentes que cuestionan y reflexionan sobre su tarea, hemos
experimentado situaciones en algunos casos incómodas, que surgen durante
un examen y que nos hacen cambiar el estilo, o el enfoque del examen.
Por ejemplo la situación en la que aún luego de hacer 20 preguntas; uno,
como docente, no puede ser capaz de colocar una nota que represente los
verdaderos aprendizajes del estudiante, o la situación en la que uno se
da cuenta que el estudiante adquirió los aprendizajes pero no le
resulta posible avanzar en un tema, o le cuesta mucho expresarse, o que
siempre contesta las preguntas acercándose al concepto pero nunca, a
nuestro juicio, de forma exacta. Los docentes somos responsables de esto
ya que se empieza a hacer difícil preguntar, las
preguntas pierden calidad y las respuestas son temerosas, los
estudiantes piensan con mucha angustia, contestan de forma apresurada,
intentando finalizar el examen lo más pronto posible, no discuten, caen
en silencios que los angustian aún más y se establece en la mente del
docente (y del estudiante) una situación dicotómica entre aprueba o desaprueba, eso nos deja ciegos de objetivos, se pierde el buen gusto, el agrado, se pierde la paciencia, el clima se incomoda y molesta a todos. Se pasa rápidamente al rol de “detector de errores”, de forma que la decisión termina siendo por un acúmulo de errores o aciertos. Esto pasa. Es triste pero en esta situación, en la que el juicio se pierde se nota aún más la asimetría entre el docente y el estudiante, y es aquí donde se suele caer en una puja en la cual el estudiante no tiene en ningún caso la última palabra.
Mi propuesta es no llegar nunca a esta instancia, hay que tener un “plan b” para no someter al estudiante a esta situación.
Según el caso, por ejemplo un examen más diagramado y ordenado podría
ayudar al estudiante a ubicarse en los temas, antes de establecer
vínculos entre ellos, de hecho tanto los libros como nuestras
estructuras mentales tienen un orden, y mezclar, integrar y
desenvolverse con soltura en el desorden no hacen a la calificación que
debemos realizar como docentes. Decir en voz alta y con soltura el
abecedario al revés es una virtud de pocos y esto no denota ningún rasgo
de integración, vinculación o inteligencia para mí valorable. En otros
casos tal vez sea factible un examen más relajado, mas dialogado, sin
preguntas y respuestas tan directas, asemejándose a una charla de
expertos, donde el tema está dado por la asignatura misma, y los
expertos resultan ser el docente y el estudiante. Funcionaría con
algunos estudiantes que dispongan del carácter, la seguridad y el
conocimiento para poder adoptar sin presión este rol más activo.
Tener en cuenta que el rol docente nos pone en una posición asimétrica, que debe ser tomada con sumo respeto y responsabilidad.
Un docente puede sin vacilar desaprobar a un estudiante que no lo
merece y puede generar un daño personal muy significativo en un
individuo si en un examen se actuara de forma injusta o cruel. Debemos
acordarnos que los estudiantes son nuestra razón de ser, si un docente
sintiera recelo, molestia, incomodidad, ira o fastidio, debería
separarse del equipo y solo ocuparse de tareas “objetivas”, que tengan
un rol “no social”. Debe ser valiente y reconocer que puede estar siendo injusto.
Invito a los docentes a que reflexionemos sobre la forma, la estrategia y la actitud en el examen. Tomémonos un tiempo para revisar nuestro rol y nuestra responsabilidad. No
nos olvidemos que nos toca la compleja tarea de calificar numéricamente
un examen que resulta ser un evento social y que lamentablemente, en
nuestro sistema de acreditación universitaria, esa nota será la única
representación de los aprendizajes.
* Matías Tellado es Veterinario y docente de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA. Descubre día a día una gran pasión por la docencia y la oncología.
Siempre elije el camino más complejo para evitar el aburrimiento. Lo
caracteriza el buen humor. Lo encontrás en www.vetoncologia.com
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