En este nuevo año escolar/académico en el
que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes
(cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en
nuestres estudiantes (cada vez) más autónomes; tendremos una entrada nueva el último Martes de cada mes y, para no
aburrirnos entre una y otra, nos
invitamos a (re)leer, cada día, una de las
entradas publicadas los años anteriores. Para quienes no las leyeron, éstas
podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para quienes
sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a,
(nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los
aprendizajes.
La siguiente entrada fue publicada el Martes 21 de Agosto de 2012:
Hace rato que en este Blog posponemos un tema complejo en el que no solemos ponernos de acuerdo que tiene que ver con las funciones de los “docentes” de las Universidades Nacionales, en particular de la Universidad de Buenos Aires.
Hace rato que se discute la pertinencia (y las implicancias) del mal llamado “incentivo docente”, que “premia” económicamente a l@s docentes que participamos en Proyectos de Investigación Acreditados, es decir un “incentivo docente” a la investigación.
Tres cuestiones sobre este punto: la primera es la contradicción
evidente que surge del nombre; la segunda es la paradoja de
incentivarnos a hacer (lo que ya es) nuestro trabajo y la tercera es la
puesta en evidencia de la importancia que se la da a la investigación
por sobre las demás tareas que realizamos (esto se hace aún más evidente
en los Concursos Docentes, no?).
Ahora se suma la discusión que se da en torno a la resolución del Consejo Superior de la UBA que determina que l@s estudiantes deberán realizar 40 horas obligatorias de trabajo comunitario o
educación solidaria, relacionado con los conocimientos adquiridos, que
aplicarán en “zonas vulnerables”. Más allá de la aclaración de que no
son “zonas vulnerables” sino barrios que tienen sus “derechos
vulnerados” y que han sido históricamente postergados; esta resolución
volvió a poner sobre la mesa de discusión un tema del que (no por
casualidad) se habla poco: la extensión universitaria.
No
es la intención de este texto (tal vez lo discutamos más adelante, con
los aportes de algún@s lectores del Blog que conocen mucho del tema y
tienen una gran experiencia) repensar el concepto de “extensión universitaria” y
diferenciarlo de muchas prácticas de “bienestar estudiantil” (como la
organización de fiestas o torneos de futbol) con las que (no por
casualidad) parecen confundirse; ni discutir sobre la pertinencia o no de la obligatoriedad de estas prácticas para l@s estudiantes sino utilizar estos debates actuales para repensar la obligatoriedad o no de estas prácticas para nosotr@s, l@s docentes.
Podríamos partir del texto del Estatuto de la Universidad de Buenos Aires (en relación a las funciones docentes, independientemente de su “dedicación”), de los textos (a veces olvidados) de la Reforma de 1918, de las leyes que enmarcan las funciones de las Universidades Nacionales, de los presupuestos que muestran el dinero que reciben pero no. Vamos a hacerlo más “personal”.
Podríamos ser (solamente) investigadores en un Instituto de investigación pero no. Podríamos ser (solamente) docentes en una Escuela Media o en un Instituto de Educación Terciario pero no. Podríamos realizar (solamente) trabajos de extensión (voluntarios/solidarios) en cualquiera de los muchos espacios que existen para ello pero no. Somos docentes/investigadores/extensionistas en la Universidad de Buenos Aires, con todo lo que ello implica.
Dejando para otro momento una reflexión más detallada sobre por qué somos todo esto y por qué (en términos de responsabilidad social) debemos serlo, cerramos este texto con una reflexión personal que surge de mi propia trayectoria y experiencia:
Cada
vez que voy a un aula y discuto con mis estudiantes y surgen preguntas
nuevas, establezco nuevas relaciones entre los conocimientos sobre los
que investigo. Cada vez que busco, pienso y planifico nuevas estrategias
para utilizar con l@s estudiantes, mejoro mi capacidad para planificar,
para estructurar, para (intentar) predecir. Es decir, cuando hago docencia, me vuelvo mejor investigador.
Cuando
leo papers, consulto bibliografía actualizada o intento integrar
conceptos nuevos; tengo más información para relacionar, para repensar,
para ejemplificar los temas que trabajo en el aula. Cada vez que escribo
un paper, que preparo un poster para un Congreso, que preparo una
presentación para alguna Jornada de divulgación, aprendo herramientas
que mejoran mi trabajo en el aula. Es decir, cuando hago investigación, me vuelvo mejor docente.
Cuando
trabajo en mi equipo docente pensando alternativas pedagógicas o
buscando las mejores opciones dentro de aquellas que se pueden utilizar;
adquiero herramientas que me permitirán optimizar mi tarea en los
barrios. Cada vez que me siento con un@ o vari@s estudiantes a repensar
un tema complejo, que por algún motivo presenta dificultades; aprendo de
ell@s sobre las estrategias que utilizan para aprender y esos
conocimientos los puedo aplicar en mi tarea en los barrios. Es decir, cuando hago docencia, me vuelvo mejor extensionista.
Cada
vez que voy a un barrio y re-descubro “otra realidad”; me re-descubro
como persona y reconstruyo los vínculos que establezco con otr@s (como
el que establezco con mis estudiantes). Cuando realizo tareas de
extensión en el marco de la estructura de la UBA, reflexiono sobre el
rol (social) de la Universidad y sobre nuestra responsabilidad; y eso
impacta directa y fuertemente en las decisiones docentes que tomo. Es
decir, cuando hago extensión, me vuelvo mejor docente.
Cada
vez que (como equipo de investigación) diseñamos una experiencia de
laboratorio, definimos un problema, planteamos hipótesis, las probamos y
tratamos de sacar conclusiones, aprendo metodologías y formas de pensar
(e intervenir sobre) la realidad. Es decir, cuando hago investigación, me vuelvo mejor extensionista.
Cuando
hago tareas de extensión se me plantean problemas nuevos, realidades
nuevas, situaciones nuevas que me obligan a re-estructurar mis marcos de
comprensión y análisis con la ayuda de quienes más saben del tema y de
quienes tienen mucha más experiencia que yo en esto. Eso me permite
establecer relaciones nuevas, que serían imposibles de imaginar
encerrado en un laboratorio (en esa típica imagen que, a veces, se tiene
del científico loco que pasa horas en su microscopio). Es decir, cuando hago extensión, me vuelvo mejor investigador.
Resumiendo, se trata de hacer “nuestros trabajos” de la mejor manera posible… En el nombre del investigador, del docente y del extensionista. UBA!
No hay comentarios:
Publicar un comentario