En alguna entrada anterior (“Es sólo una cuestión de actitud”), planteamos la preocupación de sabernos minoría, más allá de la edad, la disciplina, el nivel, la antigüedad, etc… En esta entrada, proponemos una (posible) mirada diferente a las que planteamos en general: una mirada biológica!
En un muy buen libro de la colección “Ciencia que ladra” (colección que recomendamos fuertemente), “Sexo, drogas, Biología y un poco de rock and roll”, su autor Diego Golombek intenta entender, desde el punto de vista de la Biología, entre otros comportamientos humanos, algunos tan “particulares” como el hecho/mito de que los varones “elijan” mujeres jóvenes o que las mujeres “elijan” varones con dinero.
En este texto nos proponemos hacer algo parecido para acercarnos a otra (posible) forma de (intentar) entender la “soledad” que, a veces, sentimos l@s docentes preocupad@s por reflexionar sobre nuestras prácticas para mejorarlas y así facilitar (cada vez más) aprendizajes (cada vez más) significativos en nuestr@s estudiantes, cada vez más autónomos.
Parece ser que biológicamente es así!
Hace un par de años en una charla en la Sociedad Argentina de Biología, el Dr. Lino Barañao (actual Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la República Argentina) hizo un análisis similar sobre “los investigadores científicos” para intentar entender su “comportamiento”. El Dr. Barañao contaba que en una determinada población (por ejemplo un determinado grupo de aves que habitan un determinado lugar y realiza -año tras año- determinada migración), un 90% hace exactamente lo mismo que el año anterior y un 10% “busca” nuevos horizontes. Esto tiene una lógica: si todas las aves hicieran “lo de siempre” y, por algún motivo, ese lugar no estuviera “disponible” (por ejemplo, por un incendio o algún otro desastre natural) se terminaría la especie o, al menos, ese grupo de aves no dejaría descendencia. Por el contrario, si todas las aves buscaran “nuevos rumbos” podría, obviamente, perderse todo su acervo genético. La biología nos dice que esa proporción (90/10) se repite en infinidad de estos ejemplos, como se repite la proporción áurea en numerosos ejemplos naturales o “sociales”.
Sería como si l@s docentes instintiva e inconscientemente creyéramos que si tod@s hacemos “lo mismo de siempre” podría ser que no haya avance alguno ni posibilidad de superación y si tod@s intentáramos innovar podría ser que “no funcione” y “todo se pierda”.
Claro que tanto en Biología como en Pedagogía, todo esto es más complejo, que no todos los cambios (mutaciones o innovaciones pedagógicas) son beneficiosos y “se fijan” o merecen persistir (como lo hicieron nuestros pulgares opuestos) pero, afortunadamente, esos cambios ocurren todo el tiempo y son el motor que, lenta y silenciosamente, nos permite “evolucionar”.
Es cierto que esos cambios ocurren en un porcentaje bajo de individuos y que muchos de ellos no se fijarán porque, como ya dijimos en una entrada anterior, el valor de un cambio (o de una estrategia metodológica innovadora) está en el cambio mismo (en su valor intrínseco) y no en el hecho de que sea novedoso. Si además de ser novedoso fuera útil, entonces tendrá más chances de perdurar, de incorporarse al “acervo genético”, a nuestras prácticas, a nuestra vida.
El comportamiento de las aves de las que hablaba el Dr. Barañao es instintivo, inconsciente e innato pero nuestras prácticas no lo son o, al menos, no deberían serlo. De todas maneras, la metáfora nos puede ayudar a seguir pensando y reflexionando sobre las prácticas educativas, sobre sus consecuencias en los aprendizajes de nuest@s estudiantes y sobre nosotr@s mismos.
Afortunadamente existen esas aves que no migran al mismo lugar que el resto. Afortunadamente existen esas aves que no hacen “lo mismo de siempre”. Afortunadamente existen esas aves que, a riesgo de no lograrlo, intentan otra cosa, algo nuevo, algo diferente, algo que puede lograr (hacer) una diferencia real, un cambio sustancial, una transformación que las/nos trascienda.
Sí, es verdad, somos una minoría, y qué?
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