Siguiendo con el tema de la esquizofrenia que planteamos en “Si el caballo razona se acabó la equitación” y con el tema del fin último (o primero) de la Educación, que empezamos a plantear en “No tan distintos”, hoy nos proponemos analizarlo desde otra perspectiva. Carlos Skliar es investigador de Flacso y CONICET y conductor del programa “Preferiría no hacerlo”, por FM La Tribu y escribió -entre otros- libros “La Educación [que] es del otro”, obra que recomiendo para tod@s los que admiramos (y tratamos de actuar en consecuencia) a las teorías de Jacques Ranciere.
En el libro “La Educación [que] es del otro”, Skliar termina con una muy interesante lista de “Habría que pensar, quizás”, que incluye –entre otros- el siguiente:
“Habría que pensar, quizás” que la inclusión no es simplemente una contra-cara, en cierto sistema de equivalencias, de la exclusión; en efecto debería tratarse de un sistema político, lingüístico, cultural y educativo radicalmente diferente. Dicho en otras palabras: el mismo sistema que excluye no puede ser el mismo sistema que incluye o promete la inclusión, pues sino estaríamos frente a un mecanismo que, simplemente, substituye la exclusión para continuar su secuencia de control y orden sobre los otros. No está de más recordar aquí las reiteradas formas de inclusión excluyente, esto es, de la separación producida a partir de los efectos subjetivos del “estar adentro”.
Estas palabras de Skliar nos interpelan como el autor lo hace en dos párrafos sobre los que quiero empezar a profundizar para sumarlos como insumo y complejizar el análisis, que continuaré en sucesivos envíos. En estos dos párrafos el autor contrapone dos modelos –por así decirlo- de Educación:
El primero de ellos en que “La educación es el complemento del otro, completamiento puesto en el futuro, a través de la imposición de una lógica de la explicación, donde (si) hay normalidad, donde las diferencias son sólo los diferentes y donde siempre es necesario cambiar la educación” Y el otro modelo en que “La educación es la incompletud nuestra, incompletud de nuestro presente, a través de infinitas traducciones y conversaciones, donde no hay normalidad, donde sólo hay diferencias, en un permanente proceso de metamorfosis”.
Nos invito a repensar nuestra práctica docente a la luz de estos dos modelos. Nuestros posicionamientos no son asépticos y tienen consecuencias relevantes en los procesos de enseñanza y en los procesos de aprendizaje. ¿Cuántas veces advertimos sobre lo diferente que es pararse en el lugar de quien va a “completar” a l@s otr@s, frente a la posibilidad de reconocer nuestras propias “incompletudes”, como punto de partida de las estrategias docentes que proponemos a nuestr@s estudiantes? ¿Cuántas veces el “completamiento” está puesto (como un fin) en el futuro, en lugar de poner la “incompletud” (como un proceso) en el presente? ¿Cuántas veces partimos de una supuesta “normalidad” que guía nuestras acciones docentes, olvidando las diferencias y el enorme valor pedagógico que tienen? ¿Cuántas veces escuchamos decir que “hay que cambiar la Educación”? ¿Cuántas veces se impone la “lógica de la explicación” por sobre la “lógica de las traducciones” (sobre la que voy a volver en otro texto porque la considero una elección crítica y fundamental, que nos define como docentes)?
En fin, las preguntas que nos hago al reflexionar sobre los dos modelos, antagónicos y (a propósito) extremistas, de Educación que plantea Carlos Skliar son ¿A qué modelo parecen suscribir nuestras acciones docentes? ¿De qué lado se ubican las estrategias que planificamos y les proponemos a nuestr@s estudiantes? ¿Dónde nos paramos? ¿Por qué nos paramos en ese lugar? ¿Qué consecuencias tiene nuestro posicionamiento sobre lo que [no] aprenden nuestr@s estudiantes? En fin, como decía un conocido conductor televisivo: “Y vos… ¿de qué lado estás?”.
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